¿ADONDE VA LA EDUCACION?
Si
el engendro denominado Instituto Nacional para la Evaluación de
la Educación, recientemente inventado por el gobierno de Vicente
Fox, tuviera realmente la tarea de garantizar instituciones y procedimientos
de calidad en la enseñanza pública, tendría que empezar
sus actividades con una crítica profunda a la manera en que se definieron
los contenidos de las bibliotecas de aula de la Secretaría de Educación
Pública, la cual delegó tal responsabilidad en un grupo de
expertos que decidieron la exclusión de los máximos exponentes
de la literatura mexicana contemporánea -Octavio Paz, Carlos Fuentes
y Alfonso Reyes- de la lista de títulos seleccionados.
Sin embargo, es muy poco probable que se produjera descalificación
semejante, toda vez que ambos actos de gobierno -la conformación
de esa oficina de evaluación educativa y la marginación de
las bibliotecas escolares de los más célebres escritores
mexicanos- parecen apuntar a un mismo objetivo: eliminar el sentido laico
y los contenidos humanistas y progresistas que todavía subsisten
en las instituciones de enseñanza pública y culminar la tarea
que iniciaron Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo de
demolición del sistema educativo público como uno de los
últimos mecanismos de movilidad social y redistribución de
la riqueza que le quedaban al país.
Tal vez sea mera casualidad que uno de los autores excluidos
-Carlos Fuentes- haya sido objeto de censura paterna en la lista de lecturas
aprobadas para la hija del actual secretario del Trabajo y Previsión
Social; acaso sea una coincidencia que el presidente de la comisión
de educación de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Ramón
Godínez, haya festinado la creación de la entidad evaluadora
como un triunfo para su organización religiosa; sin embargo, resulta
inocultable que la ineficacia de los mandos de la Secre- taría de
Educación Pública se corresponde con la creciente convergencia
de cúpulas gubernamentales, empresariales, católicas y hasta
partidarias en torno a un proyecto de "excelencia" educativa que apunta,
en realidad, a dar al sector mayoritario de la población -es decir,
a los pobres- una formación educativa que excluya la imaginación,
deje de lado los recursos intelectuales y culturales para cuestionar a
los poderes económicos y políticos y garantice sumisión,
resignación y obediencia, que son algunos de los "valores religiosos"
que la jerarquía eclesiástica sueña con reintroducir
en la educación pública del país.
Por último, la verdadera excelencia educativa no
será, en esta lógica, para las instituciones públicas,
sino para los colegios y universidades del sector privado.