Carlos Montemayor
Lucio Cabañas, el rencuentro
Ahora, con motivo de este esperado y necesario rencuentro
con Lucio Cabañas (finalmente hemos logrado el reconocimiento de
sus restos), considero conveniente hacer un recuento de ciertas ideas planteadas
en diferentes momentos y foros. Me interesa insistir en algunas dimensiones
de movimientos sociales semejantes al que encabezó Lucio Cabañas
hace más de 30 años y en las represiones que en México
han sido recurrentes desde el 2 de octubre de 1968 hasta Aguas Blancas,
Acteal o El Bosque.
Los movimientos sociales que fueron reprimidos de manera
brutal, como fue el caso de la Operación Cóndor, en
Sudamérica; el de la lucha contra Sendero Luminoso, en Perú;
el despliegue de los kaibiles, en Guatemala, o el de las fuerzas paramilitares
en Chiapas, forman parte de procesos complejos que no siempre son conocidos
o comprendidos a profundidad, y sobre los cuales no hay una información
extensa suficiente y clara.
El
punto fundamental es la descalificación de la resistencia social.
Así ocurrió con el movimiento de Lucio Cabañas. Después
de la descalificación social viene la eliminación física
con armamento o con operaciones represivas específicas. Pero la
primera arma que esgrime el Estado, que esgrimen los gobiernos, los medios
informativos, haya guerra fría o no, es desconocer la causalidad
social de los movimientos y reducirlos a delincuencia absoluta. La descalificación
de su causalidad social conlleva de inmediato la adjetivación de
gavilleros, asesinos, ladrones, pistoleros o, más recientemente,
terroristas. Con esta descalificación fue acosado, aun después
de muerto, Lucio Cabañas. De esta manera, la represión o
la estrategia que se aplica para reprimir o eliminar se justifica primero
como una respuesta natural contra una delincuencia que no tiene ninguna
conexión o justificación social, moral o histórica.
Así se confunde como un combate contra la delincuencia común
la represión movimientos sociales. Por lo tanto, la recuperación
justa de estos movimientos no puede alcanzarse solamente con el enjuiciamiento
a los Pinochet, Videla, Quirós Hermosillo, Ríos Montt o Acosta
Chaparro, sino con una recomposición total de nuestra idea de nosotros
mismos, de nuestra idea de sociedad, de nuestra idea de historia, porque
están arrojadas a los basureros de las páginas rojas las
luchas libertarias de nuestros pueblos.
No reduzcamos a un dilema de técnica jurídica
cómo en un momento integrantes de los cuerpos policiacos o de seguridad
o de instituciones militares de un país cuentan por omisión
o consentimiento con el respaldo de gobiernos para sustraer a individuos
del marco jurídico legal, anular el estado de derecho, hacer nugatorios
todos los derechos sociales e individuales y desaparecer personas. No es
solamente una cuestión de técnica jurídica, es una
cuestión de conciencia política, de conciencia social, de
conciencia histórica. No puede nuestro esfuerzo ciudadano reducirse
a cómo respetar o no, a cómo sentar en el banquillo de los
acusados o no a esos criminales, sino cómo reponer en su sitio histórico
las luchas que fueron sofocadas de esa manera criminal, asesina, inhumana.
¿Qué es lo que podemos hacer? Primero, comprender
que la guerra no es la abolición del derecho. La evolución
de los acuerdos internacionales en materia de guerra son fundamentales
para prepararnos ante una historia que no ha terminado. La Operación
Cóndor concluyó en cierta faceta y en cierta generación.
Pero está preparándose otra serie de operaciones Cóndor
en otras regiones del planeta, en otros países de nuestro propio
continente. Debemos tener a la vista esa etapa que empieza o que ya está
fraguada quizá en este mismo momento desde la Escuela de las Américas,
desde el Plan Colombia, desde el plan de ayuda de las elites militares
de Estados Unidos para desarrollo agropecuario, de salud y de construcción
de viviendas en Centroamérica, y que pronto quizás llegue
a Chiapas.
No hay una figura jurídica extendida en todo el
continente que pueda ser denominada, por así decirlo, "desaparición
forzada de personas". No hay posibilidad entonces de encauzar ningún
tipo de querella formal respecto a una figura delictiva así. Como
lo han destacado numerosas organizaciones de familiares de víctimas,
los familiares solamente pueden recurrir a la figura de muerte presunta
para resolver diversos aspectos de filiación.
La desaparición forzada de personas se confunde
con una función de servicio de los integrantes de agrupaciones militares
o policiacas de los estados, y por lo tanto, no suele verse como una acción
de Estado que está anulando precisamente lo que el Estado debe conservar,
que es el derecho. En parte podemos tener claro que es necesario avanzar
en esta figura jurídica en todas las legislaturas de nuestro continente,
pero es necesario también tomar conciencia de esto: las luchas sociales
fundamentalmente del siglo XX empezaron a ser no solamente un fenómeno
local, sino un fenómeno internacional que atrajo la solidaridad
de combatientes sociales desde países de varios continentes. Es
lógico que la represión para esos movimientos que tuvieron
un eje de solidaridad internacional también se expandiera como una
estructura supranacional. Este sistema de combate contrainsurgente se fue
perfeccionando a través de varios ejércitos: el estadunidense,
el de Israel, el guatemalteco, el argentino, el de Brasil, el de Chile.
La Operación Cóndor no es sino una
demostración evidente de que la lucha contra los movimientos sociales
formaba parte de un proceso internacional de la guerra fría que
no solamente en una sociedad, sino en un conjunto, en una constelación
de sociedades, se proponía desarticular los movimientos libertarios.
Tal contrainsurgencia internacional o supranacional debe entenderse ahora
para lo que pueda ocurrir mañana. Porque los conceptos de seguridad
nacional que están privando en este momento en Estados Unidos parten
de la idea de una seguridad hemisférica y de una lucha arbitraria
y maniquea contra el terrorismo. Una seguridad hemisférica en la
que la Casa Blanca conserva al ejército estadunidense a salvo de
cualquier contacto nocivo con las fuerzas del narcotráfico y en
la que exige que todos los ejércitos latinoamericanos estén
en contacto con esa influencia, de tal manera que en poco tiempo los ejércitos
latinoamericanos solamente sean fuerzas de complemento y el único
contingente militar, formalmente conservado como tal, sea el estadunidense.
Si a esto añadimos la estrategia de una economía de libre
mercado, que no tiene nada de libre, sino de salvajemente impositivo, una
economía hemisférica a partir de los consorcios fundamentales
de la americanización, entonces estamos hablando de una presión
social no remota, sino inmediata.
No basta, pues, con preservar la memoria de las atrocidades
que los ejércitos latinoamericanos han cometido en los últimos
50 años contra campesinos, obreros, maestros, periodistas, grupos
indígenas, estudiantes. Necesitamos rescatar, sobre todo ahora,
la memoria, la dignidad, la luz de las luchas mismas que fueron masacradas.
En este esfuerzo debemos participar todos. Porque estamos justamente en
una etapa de nuestro continente cuando surge a la luz la historia de estos
movimientos: memorias, correspondencias, testimonios, diarios de combate,
diarios personales, procesos judiciales, reclamos de familiares de víctimas.
Esa memoria oculta, silenciada, descalificada, debe formar parte de nuestra
conciencia actual, del torrente de información, de valor, de orgullo
que circule en nuestras arterias vivas. No la memoria solamente del dolor,
sino la memoria del valor libertario de nuestras luchas continentales.
Tenemos que hacerlo porque en este momento se están descalificando
las razones sociales, la causalidad social de muchos movimientos de inconformidad
desde Argentina hasta el río Bravo.
Nuestro continente no ha cesado de luchar, no ha dejado
de sufrir represión. Necesitamos ver esta criminalidad de Estado
de nuestro continente sólo como una faceta de la revaloración
de nuestras luchas. Necesitamos esfuerzos editoriales, esfuerzos periodísticos,
esfuerzos universitarios, para que el material hasta hace un momento oculto
e inédito, o sin trabajar o aún escondido, pueda ser ordenado,
analizado, difundido.
He estado en contacto con familiares de víctimas
y con sobrevivientes de luchas sociales de varios países y sé
que tales materiales son apenas la primera parte de la historia que todavía
conservan los sobrevivientes en su memoria. Así que la tarea de
reconstrucción histórica de estos movimientos sociales es
mayúscula. Solamente a la luz de este esfuerzo destacaremos con
mayor claridad la criminalidad de Estado y las barreras que podríamos
proponer y oponer a la barbarie que está a punto de volver.
No descartemos que el proceso acelerado de empobrecimiento
de la nueva colonización, llamada ahora libre mercado o globalización,
seguirá provocando un creciente descontento social mundial; por
tanto, no debemos creer que no haya una estrategia ya pensada de represión
también de largo alcance.
No sólo esperemos que sean juzgados por crímenes
los grandes asesinos que fueron conductores de Estado en nuestro continente.
Rehagamos nuestra historia, completémosla, saquémosla a luz,
difundámosla. Sería una forma abarcante de defender la memoria
de los que cayeron, de defender la memoria de las luchas pasadas y alertar
nuestra conciencia social de hoy. Tenemos que reconstruir ese pasado que
ha sido, además de masacrado, desfigurado por el Estado. Lucio Cabañas
fue un luchador social incansable. Las propias autoridades de su época
lo obligaron a tomar las armas y a encabezar una lucha que fue plenamente
de autodefensa. Por su honestidad y valor, la lucha de Lucio Cabañas
dignificó las montañas de Guerrero y la historia reciente
de México. Empecemos por impedir que se sigan descalificando las
luchas de hoy. Empecemos por comprender, en la pobreza que se acrecienta,
la necesidad de las luchas de hoy.
Discurso pronunciado en la reunión en la que
se divulgaron los resultados de las pruebas de ADN practicadas a los restos
de Lucio Cabañas