Debemos insistir en que se haga más en favor de tanta gente marginada, dice el obispo
Demoniaco, el sistema económico mundial: Arizmendi
"Es inaceptable que por pagar la deuda se condene a grandes masas a vivir en la miseria"
JOSE ANTONIO ROMAN
El actual sistema económico mundial, que tiene a tanta gente empobrecida y marginada, "tiene algo o mucho de demoniaco", pues mantiene atados a nuestros pueblos por la carga excesiva e impagable de la deuda, mientras protege la especulación y la idolatría del dinero, afirmó el obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi.
Calificó de inmoral e inaceptable el pago de la deuda, mientras se condena a grandes masas indefensas a vivir en las peores condiciones de miseria.
En su homilía dominical, el prelado dijo que el ejemplo de constancia de la mujer cananea, a la que se hizo referencia en la lectura bíblica, alienta a quienes con frecuencia levantan la voz en favor de tantos pobres que están terriblemente atormentados por la marginación, por el desempleo, la enfermedad y el hambre.
"Aunque algunos responsables de la gestión pública, dueños de grandes capitales y líderes nos digan que ya nos callemos y que no es posible ningún cambio en los planes de la economía, debemos seguir insistiendo en que se haga mucho más de lo que ya se hace en favor de tanta gente marginada", indicó.
Arizmendi señaló que hay estudios que muestran que varios de nuestros países ya pagaron a los organismos mundiales del dinero, en intereses, mucho más de lo que se les prestó originalmente; sin embargo, éstos no han visto reducida su deuda y hoy tienen que sacrificar mucho de los recursos destinados al gasto social para cubrir sólo los intereses de esa impagable deuda. Si consiguen nuevos préstamos, es sólo para pagar intereses, no para nuevos programas de desarrollo social.
Con justificada razón, agrega, el papa Juan Pablo II ha encabezado una fuerte presión para que se reduzca buena parte de la deuda de los pueblos tercermundistas, o incluso se les llegue a cancelar, pues no es moralmente aceptable que, por pagar el servicio de la deuda, se condene a grandes masas indefensas a peores condiciones de miseria.
Aclaró que al abogar por los pobres los obispos no invaden campos que no les pertenecen, pues sólo les dan voz. En la economía de libre mercado los pobres no valen, porque no compran, y por ello son excluidos.
"Nuestra obligación -añadió- es insistir en que se busquen alternativas hacia una economía solidaria y humana, para que los pobres no reciban sólo migajas, sino que, con su trabajo dignamente valorado, se puedan sentar con todo derecho a la mesa de los hijos de Dios."
Injusticia con los caficultores
Arizmendi dijo que no se pide que regalen dinero a los pobres; sólo se pide justicia. Por ejemplo, citó que a los campesinos se les pague el precio justo por sus productos y que, como en el caso del café, su valor no dependa de los especuladores en la bolsa de Nueva York o de Londres.
Es absurdo, incomprensible e injusto que en nuestro país, y sobre todo en los estados productores de café, se consuman marcas trasnacionales, beneficiando a grandes capitales externos, cuyo grano es incluso de menor calidad, en vez de exigir que en las grandes y pequeñas tiendas comerciales se venda de preferencia café mexicano, sobre todo chiapaneco y oaxaqueño, que es de alta calidad.
"Hay mucha gente que quisiera hacer algo por Chiapas y por Oaxaca. Nos pueden ayudar mucho a desactivar conflictos haciendo que se privilegie la venta y el consumo de café local, con lo que se potencia la economía de nuestros campesinos e indígenas, se eleva su calidad de vida y se aleja el peligro de nuevos levantamientos", dijo.
En la ciudad de México, el cardenal Norberto Rivera Carrera señaló durante su mensaje dominical que el alejamiento de los hombres hacia Dios puede tener, entre otras razones, la ignorancia o la indiferencia religiosa, el mal ejemplo de los creyentes y los afanes del mundo y de las riquezas, pero también las corrientes de pensamiento hostiles a la religión.
En su homilía comentó que no es difícil encontrar en las comunidades católicas a los que se dicen "grandes creyentes" porque han seguido un largo proceso de preparación en la fe, porque llevan muchos años de servicio o porque se esfuerzan en transformar a la sociedad desde un compromiso social o político animado por la fe, pero advirtió que no pueden ser tales si menosprecian o creen que son "creyentes de segunda categoría" aquellos o aquellas que desde el silencio de su trabajo doméstico o desde la rutina de una oficina aman y quieren llevar la responsabilidad que Dios les ha puesto en sus manos.