León Bendesky
Cada vez más
No es mi intención proponer argumento alguno de tipo moral, no llamo a la conciencia de nadie, no reclamo que alguien haga algo, sean gobernantes, individuos u organizaciones. No me lamento de lo que ocurre ni propongo un activismo de ninguna clase, y hago aquí solamente un recuento somero de algunos hechos que llaman mi atención sobre lo que pasa hoy alrededor de nosotros. Es nada más una forma de ordenar un poco los pensamientos imperfectos.
Los ríos Moldava y Elba se han desbordado después de fuertes lluvias, inundando ciudades como Praga y Dresde, además de otras poblaciones del este de Alemania. Ha habido vidas perdidas y grandes destrozos materiales; los costos de la reconstrucción serán muy altos. Las aguas han crecido prácticamente hasta el nivel histórico más alto, de casi 8.8 metros, que se registró en 1845. Se prevé que el Danubio podría también desbordarse sobre Bratislava y amenazar a Austria, mientras que en Rumania se afectaron más de 140 poblaciones con una decena de muertos. Estas escenas parecían hasta hace poco más naturales de Centroamérica o algunas zonas de Asia, pero los cambios climáticos no atienden a la existencia de fronteras o a la distancia entre regiones del mundo.
No es que los fenómenos del clima sean novedosos. Las hambrunas asociadas a El Niño se registran, por ejemplo, en la India durante la segunda mitad del siglo XIX y se conectaban con las fuertes sequías en el noreste de Brasil. Pero el planeta parece tener menos resistencia para enfrentarlas y ello se asocia en buena medida a los efectos de desgaste provocados de manera cada vez más rápida y violenta sobre el medio ambiente. Los desechos industriales, el uso de productos que destruyen la capa de ozono, la deforestación, la sobrexplotación de recursos derivados de la riqueza de una parte de la sociedad, como sucede con la energía, y el efecto que provoca la creciente pobreza de gran parte de la humanidad son sólo algunos de los muchos factores que contribuyen a la fragilidad ecológica.
El capitalismo, por su misma esencia vinculada a las ganancias privadas, no es un sistema social protector de la naturaleza; el socialismo tampoco lo fue. Desde la política no hay un entorno de suficiente voluntad combinada para enfrentar la destrucción ambiental, ni en cuanto a la protección de las especies en vías de extinción, ni de los recursos naturales renovables y no renovables, o de la contaminación del aire y el agua, como se aprecia en la postura de rechazo del gobierno de Estados Unidos a los convenios internacionales en la materia. Este es un caso típico en el que sólo la cooperación mundial puede derivar en algo útil; hoy es poca la eficacia de este tipo de acuerdos y muestra que no hay manera de pasar de un escenario de interés individual a uno de beneficio colectivo.
La destrucción ambiental, vista de manera amplia, se vincula con la forma en que el sistema social reproduce la pobreza por encima de la riqueza, que se concentra cada vez más. La pobreza es un enemigo natural del medio ambiente y también una forma de degradación humana. Y éste es otro de los hechos ante los que tenemos que enderezar la mirada. Los desplazamientos de poblaciones enteras, como los que se dan en Africa, y las migraciones ilegales que afectan a distintas regiones y continentes son un fenómeno crecientemente conflictivo que está poniendo a prueba los sistemas legales, los controles policiales, la tolerancia de la sociedad y la relación entre los Estados. El potencial de confrontación es muy grande y con ella las mayores manifestaciones de xenofobia y racismo.
Por supuesto está el tema de la guerra con distintos grados de intensidad, pero con mucha violencia que ocurre en distintos lugares del mundo. A éstas se puede sumar pronto la que enfrente a Bush y Saddam Hussein, sobre la que el primero ha dicho que Estados Unidos no puede darse el lujo de no atacar a Irak. Lo que no sabemos es cómo se va a reditar la "madre de todas las batallas". Pero lo que sí sabemos es que cuando la paz es un lujo que el mundo no debe permitirse, la muerte se vuelve una cosa cierta y sólo es cuestión de tiempo para que se generalicen, otra vez, el miedo y la represión.
En cuanto a la crisis económica, nos estamos moviendo en la mera orilla, mientras se provocan fuertes costos para sociedades enteras y para los grupos más débiles de la población en todas partes. Los gobiernos no aciertan a actuar de manera decisiva y las medidas económicas que aplican junto con los organismos financieros internacionales parecen parches que tapan un agujero para abrir otro, exigiendo intervenciones cada vez más costosas y menos eficaces. Un día las noticias intentan calmar a los inversionistas y al siguiente se comprueba una falla más, mientras prevalece una incertidumbre que representa un alto costo de oportunidad general.
Estamos, pues, ante un escenario general en el que los conflictos son cada vez más grandes y costosos, su dimensión es de carácter global, pero la capacidad política para enfrentarlos de modo socialmente productivo es cada vez menos efectiva.