Actuó en 75 películas e hizo telenovelas, pero el teatro
fue su vida
Cuando un niño pega su primer grito comienza
a ser actor: Alicia Montoya
Perseverancia y talento es lo que se necesita para ser actriz, dijo en
entrevista realizada en 1997
Dentro y fuera del escenario, la señora contó con el respeto
unánime de su gremio
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
En los más lejanos e intensos recuerdos de Alicia
Montoya siempre aparece un teatro. Pueden ser los telones del Principal,
la tramoya del Arbeu o los camerinos del Colón... En esos recintos
que hoy sólo existen en la memoria o en la historia del espectáculo,
mientras su madre trabajaba, Alicia encontraba un espacio para jugar, para
bailar con sus perros o para hablar con sus muñecas. Su deambular
por esos espacios casi mágicos la llevó a hacerse amiga de
los tramoyistas: "Me querían mucho. Yo les pedía: ¿Me
regalas esta maderita? ¿Me regalas estos palitos? Ellos me los daban
y yo me ponía a jugar. Estaba actuando constantemente. Cuando mis
amigas se reunían en mi casa, hacíamos teatro. Yo me subía
a los viejos armarios de mi abuela a buscar los trajes que se habían
quedado ahí de obras que había hecho mi mamá. Ese
era mi juego".
Pero hubo un día en que Alicia aprendió
que si bien el teatro era divertido, también era mucho más
que un juego. Fue de su madre, María Tereza Montoya, de quien recibió
aquella enseñanza. Ocurrió durante una representación
teatral de Madame Butterfly. Su madre interpretaba al personaje
principal. Alicia personificaba al Dolor. Tenía tres o cuatro años.
En el tercer acto "yo hacía una escena muy bonita con mi mamá.
Ella me decía: 'ahora que venga tu padre y te pregunte cómo
te llamas, dile que te llamas Dolor, pero que cuando él vuelva te
llamarás Alegría'".
A
punto de salir a escena, un tramoyista le obsequió a la niña
un chicloso que ella, ni tarda ni perezosa, se metió a la boca.
En la obra era el momento en que la Montoya, en el papel de Madame Butterfly,
agonizaba a los pies de la niña después de haberse hecho
un tajo en el cuello. En ese momento, cuando el público más
conmovido estaba ante la intesidad del drama, Alicia, a quien tocaba decir
su pequeño parlamento, llevó una de sus manos a la boca tratando
de quitarse el chicloso que se le había pegado a los dientes. Entre
los estertores de la muerte, la Montoya volteó la cabeza
hacia su hija para susurrarle con irrefutable energía:
-¡Trágate el chicloso! -estaba indignada.
Cuando cayó el telón y el público
aplaudía apoteósicamente, María Tereza Montoya tomó
de los hombros a su hija y le espetó:
-¡El teatro es sagrado, entiéndelo, el teatro
es sagrado!
Fue una lección inolvidable: "La recuerdo como
si fuera hoy. Mi madre estuvo a punto de pegarme, no porque quisiera lastimarme,
sino porque para ella el teatro era eso: sagrado".
De cualquier modo, para Alicia Montoya la actuación
no fue una imposición de sus padres: "Siempre fue mi vocación''.
Sin deudas
Montoya vive con modesta comodidad. Su contrato de exclusividad
con Televisa le permite verse libre de apremios económicos. "Le
advierto que soy la mujer más rica del mundo'', dice la actriz,
"¿sabe por qué? Porque no le debo ni al barrendero. A nadie
le debo un centavo y sé de cuánto puedo disponer. Y cuando
puedo agarro un tour y me voy a viajar. Pero me voy a conocer los
teatros de Moscú, los teatros de Japón... Por ejemplo en
Viena, mientras se iban a las cervecerías, yo fui al Gran Teatro
de Viena. Así conocí la Scala de Milán. En Grecia,
cuando vi el teatro al aire libre no me pude aguantar: me subí a
la escalera y me paré en el escenario a decir un monólogo
de Medea. ¿Por qué? Porque es mi vida, señor."
-Hoy no parece que tengamos ese teatro, esas obras...
-Bueno, le voy a decir: cuando hice Bodas de sangre,
que es de García Lorca, sentí la misma emoción, el
mismo impacto, la misma entrega, que cuando trabajé en Los cuervos
están de luto, de Hugo Argüelles. Adoro Los cuervos
están de luto. Es que el teatro no tiene edad, amigo mío,
si no no haríamos los clásicos. Pero también hay obras
modernas valiosas. Fíjese que no conozco la envidia y viera qué
emoción tan grande me produce ver los éxitos de mis compañeros;
soy tan feliz, por ejemplo, cuando veo a una Diana Bracho estar tan extraordinariamente
bien como en Un tranvía llamado deseo. Y es teatro moderno
¿no?
-¿Es usted de las personas que más teatro
han visto en México?
-Puede que sí. Una vez asistí a una exposición
muy interesante de programas teatrales y tuve la satisfacción de
decir: esto yo lo vi, esto yo lo vi, esto yo lo vi... No me atrevo a decir
que sea yo la más grande, pero tal vez por esto que le cuento a
usted de haber nacido en el teatro, de haber visto teatro desde niña,
quizá sí sea la que más teatro ha visto.
Las referencias
Inoculada contra al veneno de la envidia, Alicia Montoya
declara con entusiasmo su admiración por muchas actrices de distintas
generaciones a quienes ha visto a lo largo de su carrera, pero tal vez
a ninguna admira tanto como a su propia madre, María Tereza Montoya:
su ejemplo y referencia imprescindible.
-¿El nombre es fundamental en la carrera de una
actriz? ¿Es usted supersticiosa en ese sentido?
-No, el nombre hay que hacerlo, llámese como se
llame. Si no ahí está mi madre, considerada entre los cien
mejores personajes del espectáculo en México, a quien todavía
después de muerta critican que se empeñó en poner
su nombre con "z''. O Andrea Palma, que se cambió el nombre, pues
se llamaba Guadalupe Bracho. ¡No le dijera usted "Lupe'', porque
no volteaba! Quiso ser Andrea. Isabela Corona se llamaba Refugio y quiso
ser Isabela... Entonces el nombre hay que hacerlo.
El talento a veces lo da Dios
-Entre talento y perseverancia, ¿qué es
para usted lo más importante?
-Bueno, el talento a veces lo da Dios, pero la perseverancia
se vuelve talento. A fuerza de ver y ver va usted aprendiendo, y al aprender
se vuelve talento. Talento no es que lea usted libros y se los sepa de
memoria, sino que sepa usted lo que quieren decir, lo que está usted
leyendo. Esa es la cultura y es el talento.
-Y entre perseverancia y pasión, ¿cuál
es más importante?
-Desde luego pasión y entrega. Eso es lo primero
que se necesita para ser actriz: nervios, sentirlo, amarlo. Eso es lo que
significa ser actriz, tanto al hacer comedia como drama.
Dentro
y fuera del escenario, Alicia Montoya cuenta con el respeto unánime
del gremio actoral. Su calidad y versatilidad como actriz, su eficiencia
como maestra de teatro y su don de gentes le han dado ese lugar entre sus
compañeros. Más de una vez, por ejemplo, en los momentos
más ríspidos de alguna asamblea de la ANDA, sólo su
voz ha logrado hacerse oír, sin interrupciones, en los momentos
de mayor encono.
Actualmente, a sus 77 años, doña Alicia
tiene un sueño: "Si Dios me ayuda, voy a hacer un nuevo experimento.
No voy a inventar nada, porque nadie ha inventado nada, pero quiero hacer
que renazca el teatro callejero. La gente del pueblo antes iba al teatro.
¿Sabe por qué? Porque los teatros antes estaban divididos
en cuatro estratos sociales y había lugar para ellos. Había
platea, luneta, los palcos y la galería. Mi nana, ese personaje
que le digo a usted que fue central en mi vida, llegó a mi casa
por admiración a María Tereza Montoya. Era de las que no
faltaban los domingos a la galería para ver a la Montoyita.
Hoy, dígame usted, qué sirvienta va al teatro; qué
gente de la clase media baja y baja, va al teatro. Si acaso van al Blanquita.
Pero ya no se va al teatro. Ese es mi gran dolor.
Una obra cada semana, una de sus propuestas
-¿Hay condiciones para intentar eso, para que eso
sea como fue?
-Pues yo tengo un sueño. El otro día lo
comenté y me dijeron: te vamos a apoyar, porque tienes mucha razón.
Ahora se hace una obra para que dure cinco mil representaciones. Lo que
hay que hacer es una nueva compañía que haga lo que hacíamos
antes: una obra cada semana. Si la obra pegaba la dejábamos, y si
empezaba a flojear es que ya estaba preparada la que se iba a estrenar
el próximo sábado.
-Usted que aprendió que el teatro es sagrado, ¿qué
piensa cuando se habla de los políticos como actores, generalmente
malos?
-Le voy a decir que cuando empiezo mis clases como maestra,
les digo a mis alumnos que todos somos actores. En el momento en que un
niño pega el primer grito en el gran escenario de la vida, está
diciendo: aquí estoy... Y empieza a ser actor.
"Si usted se dedica a la mercadotecnia y no es buen actor,
no vende. Lo primero que tiene usted que aprender es a ser actor. Si usted
no convence a quien llega usted con su producto, es que no supo vender,
y si no supo vender es que no supo actuar. Y el político claro que
tiene que ser actor, si es el primero que hace 27 comedias al día.
-¿Y son buenos actores los políticos?
-Algunos. Tuvimos en la época pasada a un presidente
estadunidense que fue actor (Ronald Reagan) y tenemos en Cuba a un líder
indiscutible, aunque equivocado, que fue actor: Fidel Castro. Y a la cabeza
de la Iglesia tenemos a un Papa que fue actor. Por eso le digo a usted,
todos somos actores. Usted ahora ha actuado una perfecta obra, porque está
usted dándome con la expresión de su cara la satisfacción
de ver que le estoy interesando... Y yo he hecho ante usted una obra de
teatro.