Adolfo Gilly/I
La guerra relámpago del presidente Bush
Repetir tres veces una afirmación en una misma
frase es una muestra inequívoca de impaciencia. Si esa afirmación
reiterada se refiere a las propias cualidades del que habla, es que además
éste se siente incomprendido por aquellos a quienes se dirige.
"Soy un hombre paciente, y cuando digo que soy un hombre
paciente quiero decir que soy un hombre paciente", fue la impaciente declaración
del presidente George W. Bush el 21 de agosto para calmar la serie de comentarios
adversos a su anunciada decisión de atacar militarmente a Irak en
un futuro cercano. No habrá una decisión definitiva, repitió,
antes de "amplias consultas con miembros del Congreso y naciones aliadas"
(no mencionó a la ONU ni a su Consejo de Seguridad entre los eventuales
consultados).
Difícil indicación más clara de que
el presidente de Estados Unidos está irritado ante tantas reservas
y tantos contradictores entre quienes considera sus amigos y aliados. ¿A
qué obedece este estado de ánimo, inquietante en un hombre
cuyo poder militar es tan grande como pequeño es su conocimiento
del mundo y de los pueblos?
La discusión sobre la guerra de Irak se extendió
por los países de Europa durante este verano, estación que
la memoria histórica europea tiene asociada con el inicio de las
dos grandes guerras mundiales del siglo XX. El debate público se
agudizó después de que Bush anunció su decisión
de derribar por la fuerza militar a Saddam Hussein lanzando contra Irak
un "ataque preventivo".
"Por qué la guerra de Irak ocurrirá", se
titulaba un editorial de Gerard Chaliand, especialista en geoestrategia,
en la primera página de Le Monde del 14 de agosto. Después
de explicar las diferencias entre el Pentágono y el Departamento
de Estado, Chaliand afirma que los halcones del Pentágono ya han
ganado en Washington y que la operación militar tendrá lugar
en breve plazo, tal vez en el primer trimestre de 2003. El golpe será
rápido, con masivas operaciones aéreas sobre Bagdad, para
desfondar el centro político del país y abrir camino al inmediato
ataque con tropas. Cincuenta mil hombres, sostiene, ya estarían
en Kuwait (otras fuentes hablan de cifras mayores). Gran Bretaña
participa en estos preparativos, así como cientos de técnicos
alemanes especialistas en armas químicas y biológicas. La
guerra de Irak, continúa Chaliand, a diferencia de la de Afganistán,
deberá ser breve y fulminante, si todo marcha según los planes.
En Washington, como es público, se está
discutiendo qué régimen político se establecerá
en Bagdad si esa operación tiene éxito. "Programa ambicioso",
concluye Chaliand. "Queda por ver si la realidad se adaptará a él.
Sin embargo, hoy la fuerza de Estados Unidos proviene de que este país
debe pagar por sus errores mucho menos caro que todos los demás
Estados."
La polémica desatada en torno a la guerra parecería
tener como uno de sus objetivos convencer a Washington de que, por el contrario,
esta vez el costo sería incalculable.
Europa no quiere la guerra. Ni sus poblaciones, cualesquiera
sean sus inclinaciones políticas, ni sus gobiernos. Naciones que
han visto sus ciudades destruidas y han tenido decenas de millones de muertos
en las dos grandes guerras del siglo XX, hoy, a casi un año del
11 de septiembre, les resulta imposible seguir compartiendo la interpretación
de Washington sobre el significado universal de aquellos actos terroristas,
primer ataque real (pero al fin limitado, piensan en Europa) sobre su territorio.
El gobierno de Francia ha sido bastante explícito
en hacer pública esa posición. En un encuentro con Gerard
Schroeder en territorio alemán, el pasado 30 de julio, Jacques Chirac
declaró: "No quiero imaginar un ataque contra Irak, el cual, llegado
el caso, sólo podría justificarse si existiera una decisión
del Consejo de Seguridad de la ONU". Gerard Schroeder asintió y
agregó que sin ese previo aval de las Naciones Unidas "no existe
en Alemania ninguna mayoría parlamentaria a favor de una acción
contra Irak".
Pero Europa, entidad económica con una sola moneda
y un solo mercado, no es una entidad política y militar única.
No hay un gobierno europeo y un ejército europeo, sino tantos como
naciones con sus respectivos Estados en la Unión Europea. Quiere
decir otras tantas políticas (o al menos, otros tantos matices)
y otros tantos electorados, con sus respectivas diferencias de opinión.
No existe, pues, una voz única que hable por una Europa única.
Jacques Isnard, especialista de Le Monde en asuntos
militares, escribía el 13 de agosto que "dos proyectos mayores de
armamento están hoy bloqueados en Europa: el avión de transporte
militar Airbus 400M y el misil de largo alcance aire-aire Meteor", debido
al diferente ritmo en las decisiones de los tres gobiernos europeos involucrados:
Francia, Gran Bretaña y Alemania, y a las reticencias o retardos
de este último, envuelto además en los debates prelectorales:
"Lo que está en juego son miles de millones de euros (un euro =
a un dólar), así como el mantenimiento del empleo y de las
capacidades tecnológicas en un sector estratégico con fuerte
valor agregado". A esta situación se suma una ofensiva política
y comercial de Estados Unidos, agrega Isnard, para desacreditar los dos
proyectos europeos y proponer, en cambio, materiales equivalentes de origen
estadunidense en nombre de la estandarización del material militar
de la NATO.
La conclusión de Jacques Isnard merece ser citada
por extenso: "Hace tres años, Estados Unidos gastaba en su defensa
dos veces más que todos los Estados europeos juntos. Hoy, con el
impulso dado por George W. Bush después de los atentados del 11
de septiembre, ese gasto es ya el triple. Mañana, conforme a las
previsiones, será el cuádruple. Desde ahora, según
el ritmo de los planes elaborados en el Pentágono, los expertos
han calculado que el presupuesto estadunidense -que incluirá, además,
el proyecto extraordinario de escudo antimisiles- equivaldrá a la
suma de los presupuestos militares de todas las naciones del mundo. Y entre
estos gastos, el que avanza más rápido es el presupuesto
destinado a la investigación y el desarrollo con fines tecnológicos".
En otras palabras, lo que Jacques Isnard dibuja es el
crecimiento incontenible de una brecha de poder militar, ciencia y tecnología
entre ambas partes de la Alianza Atlántica y la creciente e inevitable
subordinación de Europa a las decisiones del poder estadunidense,
así como a las exigencias y necesidades de sus centros financieros
y productivos en la disputa por los mercados y las zonas de influencia.
Entra aquí en escena el inefable Francis Fukuyama.
En una conferencia en Melbourne, Australia, el 8 de agosto pasado (publicada
en el International Herald Tribune el 9 de agosto, y también
en Le Monde y El País), este analista político
afirma que después de la demostración en Afganistán
de "la total dominación militar estadunidense", el antiamericanismo
ha crecido en todas partes: "un inmenso foso se ha abierto entre las percepciones
estadunidenses y europeas del mundo, y el sentimiento de valores compartidos
se va deshilachando".
(Vale la pena anotar que cuando éste y otros analistas
de la misma escuela hablan de "europeos", parecen creer que los europeos
son una masa homogénea en pensamientos, sentimientos y creencias.
En realidad están hablando de los gobiernos como si éstos
fueran las naciones y, además, como si esos gobiernos fueran a su
vez uno solo.)
Fukuyama hace un listado de "reproches europeos" a la
política de Estados Unidos: "retiro del protocolo de Tokio, no ratificación
del pacto de Río sobre la biodiversidad, ruptura del pacto antimisilístico
ABM, oposición a la prohibición de minas antipersonales,
trato a los prisioneros en Guantánamo, rechazo de nuevas restricciones
relativas a la guerra biológica y, últimamente, su oposición
a la creación de un Tribunal Penal Internacional. El acto unilateral
más grave es, según los europeos, el anuncio de la administración
Bush de querer cambiar el régimen en Irak, invadiendo solo el país
si fuera necesario".
Pero a este punto, Francis Fukuyama anota su propio reproche
a "los euro-peos": que dejan el mayor peso del gasto militar a cargo de
Estados Unidos: "La Unión Europea representa una población
de 375 millones de habitantes y en PNB de cerca de 10,000,000 millones
(diez billones) de dólares, contra una población de 280 millones
de habitantes y un PNB de 7,000,000 (siete billones) de dólares
para Estados Unidos. Sin la menor duda, los europeos podrían dedicar
a la defensa sumas que los colocarían al mismo nivel que los estadunidenses,
pero han decidido no hacerlo. Europa dedica a la defensa apenas 130 mil
millones de dólares, y esa suma está en constante descenso,
contra 300 mil millones de Estados Unidos, cantidad que deberá aumentar
notablemente".
El paralelismo factual de las reflexiones de Isnard y
Fukuyama es tan notable como la contraposición entre sus puntos
de vista en cuanto a los fundamentos y las razones de esa situación
de hecho. Aquí puede medirse la distancia atlántica que los
separa.
Así las cosas, ¿está en condiciones
George W. Bush de arrastrar a todos los gobiernos y naciones de la Alianza
Atlántica a una guerra contra Irak y, sobre todo, a sus consecuencias?
¿Puede lanzarse solo, sabiendo que los hoy renuentes de todos modos
no se interpondrán y varios, tal vez, lo seguirán? ¿O
deberá detenerse y perder la cara ante sus propios halcones por
no haber hecho efectivo su explícito compromiso de invasión?
¿Sus últimas declaraciones son para ceder terreno o para
ganar tiempo sin cambiar de rumbo?
Ariel Sharon y Shimon Peres afirmaron, a mitad de agosto,
que no se trata de saber si se va a atacar a Irak, sino cuándo.
Postergar el ataque, sostienen ambos en declaraciones separadas, sólo
servirá para permitir a Saddam Hussein que se arme mejor. Las posibles
dimensiones del conflicto las da una nota del periódico Haaretz,
de Tel Aviv, donde se anota que, según fuentes de los servicios
de inteligencia de Estados Unidos, si Irak respondiera a una intervención
de este país con un ataque sobre Israel con "armas no convencionales",
Israel, a su vez, "respondería con un golpe atómico que borraría
del mapa a Irak". Propaganda bélica o preparativo real, las autoridades
israelíes han anunciado que, en fecha próxima, distribuirán
a la población píldoras de yodo, que sirven para reducir
los efectos de las radiaciones radiactivas.
No es nuevo este lenguaje de amenazas y advertencias catastróficas
en una región tan caldeada y volátil. Lo nuevo es que ahora
está en juego el compromiso contraído por Bush y ratificado
por Donald Rumsfeld, su secretario de Defensa. Podríamos estar cerca
de un enfrentamiento como la crisis de los cohetes en Cuba, hace casi cuarenta
años, en octubre de 1962. Sólo que ahora no hay del otro
lado un interlocutor público y válido para negociar al borde
del abismo, como la Unión Soviética de Nikita Jruschov, ni
un gobierno nacional como el cubano de entonces, que nunca actuó
como si estuviera acorralado ni tenía en sus vecindades una guerra
como la de Palestina ni un extremista armado como Ariel Sharon.
Con un tenue vislumbre de realidad, ese otro extremista
(pero de la palabra) llamado Fukuyama escribe que Bin Laden, los talibanes
y el "islamismo radical" significan hoy "un desafío ideológico
en ciertos aspectos más rudo que cuanto lo fuera el comunismo".
No está muy claro lo que quiere decir, pero sí cuánto
quiere insinuar: no hay ahora con quien tratar, el Islam no es un gobierno
ni un Estado, no hay convenciones a respetar por ninguno de ambos bandos,
no hay límites territoriales ni convencionales para los golpes ni
para las represalias. Todo y todos pueden ser objetivo bélico, nada
ni nadie es interlocutor ni puede ser reconocido como tal. Francis Fukuyama,
profesor de economía política internacional en la Universidad
Johns Hopkins, de Maryland, titula su conferencia: "Resquebrajamientos
en el mundo occidental" y, en forma ambigua pero significativa, parece
estar invitando a la prudencia.