QUE ESPERAR DE JOHANNESBURGO
Hoy
da inicio en la metrópoli económica de Sudáfrica la
Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, encuentro en el que miles
de representantes de gobiernos, organismos internacionales, empresarios
y organizaciones no gubernamentales intentarán dar algunos elementos
de viabilidad a las acciones globales más urgentes para aliviar
el proceso de deterioro social y ambiental en el que se encuentra sumido
el modelo político-económico que domina el planeta.
A estas alturas resulta claro que, para subsistir, ese
modelo tiene que producir y ahondar desigualdad entre individuos y entre
naciones, hasta el punto en que grupos humanos enteros, países y
regiones, se vuelven inviables. Asimismo, es evidente que la devastación
de los recursos naturales -tanto los renovables como los que no lo son-
y la producción de ingentes e incontrolables cantidades de venenos
y de basura resultan consustanciales a la lógica económica
que ha sido impuesta por Estados Unidos, Europa Occidental y las potencias
industriales asiáticas al conjunto de la humanidad.
Por otra parte, no hay razones para dudar que los impactos
político-sociales y ambientales causados por la lógica del
nuevo liberalismo mercantil no sólo están generando escenarios
de catástrofe -hambrunas, inestabilidad, desastres ambientales,
conflictos armados- en los países pobres de la periferia sino que,
tarde o temprano, habrán de revertirse contra las naciones y las
sociedades del occidente industrializado. El deterioro climático
no conoce fronteras, y los flujos de migración (cada vez más
difíciles de detener) que desde ahora se producen a consecuencia
de la depredación económica de los países más
débiles son ya preocupaciones estratégicas para la Unión
Europea y para las mentalidades más lúcidas de Estados Unidos.
Otra convicción que se ha asentado en los diez
años transcurridos desde la Cumbre de la Tierra celebrada en Río
de Janeiro es que la preservación ambiental y el desarrollo social
son asuntos estrechamente vinculados y que no pueden tratarse por separado.
Por eso ayer, al dar la bienvenida a los participantes al encuentro de
Johannesburgo, el presidente sudafri- cano, Thabo Mbeki, señaló
la necesidad de abordar en la reunión que hoy se inicia la lucha
contra lo que llamó atinadamente "el apartheid global", es decir,
el creciente abismo entre las sociedades de consumo estadunidenses, europeas
y asiáticas, por una parte, y los miles de millones de pobres y
miserables que subsisten con un dólar al día o menos en América
Latina, Africa, Asia, Medio Oriente y Europa oriental.
Estas convicciones perentorias, que serán expresadas
en Sudáfrica por los movimientos civiles de resistencia global,
pero también por estadistas como Fidel Castro, Yasser Arafat y el
propio Mbeki, habrán de enfrentar la ambigüedad de Europa occidental,
así como el abierto desprecio hacia el tema del desarrollo sustentable
por parte del actual gobierno de Estados Unidos, para el cual los asuntos
de preservación ambiental y desarrollo humano ocupan uno de los
últimos sitios en su lista de priori- dades. De hecho, el presidente
George W. Bush no asistirá al encuentro de Johannesburgo y el secretario
general de la ONU, Kofi Annan, quien cada vez se muestra más impúdico
en su servilismo a Washington, no ha confirmado su presencia en el encuentro.
En tales circunstancias, cabe esperar que del encuentro
en Sudáfrica surjan llamados a la conciencia mundial sobre la necesidad
de armonizar el desarrollo humano con el respeto al entorno, pero es poco
probable que se logren formular acciones concretas para contrarrestar la
catastrófe causada en el mundo, tanto en lo ambiental como en lo
social, por las actuales reglas políticas y económicas.