MISAEL: ¿JUSTICIA, POR FIN?
El
30 de enero de 1981, en Tulpetlac, estado de México, fue asesinado
el maestro disidente Misael Núñez Acosta junto con el obrero
Isidro Dorantes, en el marco de la represión interna en el Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación, que por ese entonces se
encontraba bajo la guía moral de Carlos Jonguitud Barrios. La sección
36, correspondiente al Edomex, era dirigida por Elba Esther Gordillo Morales,
protegida en ese tiempo de Jonguitud y hoy secretaria general del Partido
Revolucionario Institucional. Los asesinos materiales de Núñez
Acosta y de Dorantes, capturados unos días más tarde, señalaron
a la dirigencia del SNTE como responsable intelectual de la agresión,
en la que además resultó herido de gravedad el maestro Darío
Ayala. Las autoridades --el presidente de la República era por entonces
José López Portillo-- no investigaron nada y los homicidas
materiales se fugaron de la cárcel poco después.
El domingo pasado, este diario publicó una entrevista
con el ahora retirado Jonguitud, quien afirmó que Gordillo Morales
contaba con "grupos de control" que fueron los responsables de los asesinatos.
Ayer, integrantes de la sección 36 del SNTE presentaron ante la
Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del
Pasado, que encabeza Ignacio Carrillo Prieto, una denuncia penal contra
el ex líder y contra la secretaria general del PRI, a quienes consideran
responsables intelectuales de los homicidios de Tulpetlac.
Es evidente la importancia de esclarecer tal imputación
hasta sus últimas consecuencias, así como de realizar, así
sea a 21 años de ocurridas las muertes de Misael y su compañero,
una investigación conforme a derecho que en su momento fue impedida
por las redes de complicidad entre las cúpulas sindicales y las
autoridades políticas del país. Asimismo es necesario establecer
las responsabilidades en que pudieron haber incurrido, por omisión,
ocultamiento o encubrimiento, los funcionarios entonces encargados de las
procuradurías mexiquense y General de la República.
No debe ignorarse el hecho de que la procuración
de justicia en este caso podría enfrentar resistencias considerables,
no sólo por la posición que ocupa actualmente Elba Esther
Gordillo como dirigente de una de las tres principales fuerzas electorales
del país --y a estas alturas es claro que el PRI, aun fuera de la
Presidencia, cuenta con un enorme poder real--, sino por su condición
de aliada y soporte del titular del Ejecutivo federal en los empeños
por desarticular el sistema educativo y por desmantelar el sector eléctrico
a fin de entregarlo a la inversión privada.
Con todo, hoy en día es moral y políticamente
inviable un carpetazo de la investigación como el que tuvo lugar
recién ocurridos los crímenes, toda vez que, a diferencia
de entonces, el gobierno está sujeto a un estrecho escrutinio público.
En otro sentido, la procuración de justicia por
los homicidios perpetrados hace dos décadas en Tulpetlac podría
resultar más fluida que el esclarecimiento de los crímenes
de Estado cometidos en 1968 y en la guerra sucia de las décadas
siguientes, toda vez que, a diferencia de éstos, las responsabilidades
por el asesinato de Misael Núñez y de Isidro Dorantes no
han alcanzado la prescripción legal y la PGR podría, en consecuencia,
dar curso a un procedimiento ordinario de investigación.
Es ineludible, pues, esclarecer en un proceso legal los
homicidios del 30 de enero de 1981 a fin de identificar a sus autores intelectuales,
sean quienes fueren, y sancionarlos conforme a derecho. La sospecha --que
data de ese entonces-- sobre Jonguitud Barrios y Gordillo Morales debe
despejarse y dar lugar a un pleno reconocimiento de inocencia, o bien a
una declaración judicial de culpabilidad.