GORDILLO Y SU CORO DE DEFENSORES
Las
declaraciones de Carlos Jonguitud Barrios publicadas el domingo pasado
en estas páginas, y en las cuales el viejo ex líder charro
involucró a los "grupos de control" de la actual secretaria general
del PRI, Elba Esther Gordillo, en el asesinato del profesor Misael Núñez
Acosta, perpetrado el 30 de enero de 1981, parecen haber sido un elemento
importante en la decisión de algunos integrantes del Sindicato Nacional
de Trabajadores de la Educación (SNTE) de presentar --ante la Fiscalía
Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado-- una
denuncia contra ambos ex dirigentes magisteriales por el homicidio referido.
Al mismo tiempo se ha manifestado una reverberación mediática
en la que caben tanto las entrevistas de glorificación -y hasta
de desagravio, diríase-- a la dirigente priísta, como las
descalificaciones formuladas por algunos opinadores sobre la honestidad
y el profesionalismo de La Jornada y sobre la pertinencia de su decisión
de publicar la entrevista que desató el escándalo.
Algunos hallan el aliciente de sus sospechas en el hecho
de que, en esa entrevista, Jonguitud haya hablado más de Elba Esther
Gordillo que de sí mismo, y decretan que los señalamientos
de éste contra la actual secretaria general del PRI son inverosímiles
porque proceden de un personaje político, corrupto y descalificado;
otros insinúan que este diario explotó el declive de Jonguitud
con propósitos editoriales ocultos, descubren sagazmente un destiempo
en la denuncia penal presentada antier, auguran el fracaso al procedimiento
legal iniciado por el magisterio democrático y terminan perdidos
en disquisiciones un poco leguleyas y un poco canónicas sobre la
naturaleza de la guerra sucia que se libró, desde el poder público,
contra los disidentes del sindicato magisterial.
Cabe preguntarse en qué medida el coro mencionado
responde a los lineamientos formulados (el 17 de mayo de mayo de 1989,
ante dirigentes magisteriales de Coahuila, en la sala de juntas del quinto
piso del edificio del CEN del SNTE, en la calle de Venezuela, según
lo consignó Proceso en su edición del 5 de junio de ese año)
por la propia Elba Esther Gordillo para tratar asuntos con los periodistas:
"Desmintiéndolos, saturándolos con gente nuestra. Ese es
un medio. El otro, pues con dinero, ¿me explico? Hablando con los
reporteros; a ver qué se traen, cómo está y cuánto
cuesta el asunto, ¿o no?"
Sea como fuere, y ante los ensayos descarados o discretos
por descalificar la información y las motivaciones editoriales de
este diario, es importante formular dos consideraciones. La primera es
que La Jornada, como cualquier otro medio, realiza su tarea con intenciones
específicas y que, en nuestro caso, están a la vista de todo
mundo. En el episodio de referencia, el propósito de publicar la
entrevista con Jonguitud fue contribuir al esclarecimiento de la verdad,
y especialmente de un episodio de la guerra sucia -en su vertiente de represión
a la disidencia magisterial--, así como poner en el debate público
una sospecha generalizada que, hasta el pasado domingo, sólo se
expresaba en voz baja, y que, según el principio de que nadie debe
ser considerado culpable en tanto no se prueben sus delitos en un juicio
legal, agravia a los demandados -Gordillo Morales y Jonguitud Barrios--;
la sospecha ha sido además, hasta ahora, el único sucedáneo
de justicia en un asesinato que permanece impune y cuyo esclarecimiento
-tardío o no- debiera ser una exigencia irrenunciable para todas
las personas de buena voluntad, empezando por las que presumen y pontifican
con sus pretendidos conocimientos legales.
Otra consideración irrenunciable es que, quienes
se dedican a formular insinuaciones sobre los motivos por los cuales este
diario destacó en su primera plana las acusaciones de Jonguitud
Barrios contra Gordillo Morales, dan la espalda, sin pudor ni rigor, a
los aspectos centrales del debate: la necesidad de establecer y sancionar
la responsabilidad intelectual por los homicidios de Misael Núñez
Acosta y de Isidro Dorantes; la pertinencia de procurar e impartir justicia
ante ese y otros crímenes urdidos desde las estructuras corporativas
del poder priísta, y la recuperación de la memoria en torno
a las gestas sindicales democratizadoras de las décadas pasadas,
gestas que costaron muchas vidas inocentes y que contribuyeron en forma
significativa al desarrollo democrático del país en su conjunto.