Elena Poniatowska Amor /I
De Tonantzintla a la Universidad Autónoma de Puebla
Desde luego, mi primer contacto con Puebla se da a través
del Observatorio Astronómico de Tonantzintla, dirigido por Guillermo
Haro. Pensaba yo que los astrónomos salían de grabados antiguos
que los representan con un cucurucho en la cabeza y un manto de estrellas.
Imaginaba a Guillermo Haro recorriendo la azotea con un gato en el hombro,
apuntando su anteojo de larga vista hacia el gran cielo de la Cruz del
Sur, que es el que nos toca a los mexicanos.
Cuando conocí el observatorio, en los años
sesenta, sólo había unos cuantos investigadores: Luis Rivera
Terrazas, quien venía todas las mañanas desde la ciudad de
Puebla; Braulio Iriarte, sobrino de Domingo Taboada, benefactor del observatorio,
quien también venía de Puebla al igual que Enrique Chavira;
Guillermina González, una que otra secretaría y dos o tres
mozos o jardineros para la gran extensión de terreno que constituía
la propiedad del observatorio.
Rivera Terrazas, por quien sentí especial devoción,
llegaba primero porque estudiaba el Sol y tomaba placas de sus manchas
y, claro, no le alcanzaba el día para ir retratándolo. Subía
a pie la cuesta del observatorio -porque venía en camión-
con su portaviandas colgado de la mano derecha y le encargaba a Toñita
o a Lupita unas deliciosas tortillas azules para acompañar la frugalidad
de su almuerzo. A veces le hacían unas quesadillas de hongos, que
son un puntal en la historia culinaria de Tonantzintla. Era un hombre de
anteojos, paciente, sobrio y reservado. Enseñaba también
en la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) y se preocupaba mucho
por impulsar las ciencias exactas, las matemáticas, la física.
Traía al observatorio su angustia por el retraso académico,
las deficiencias tanto materiales como intelectuales y su indignación
política ante la injusticia social.
La
verdad, yo no sabía qué cosa era ser comunista y cuando una
mañana las bardas del pueblo de Tonantzintla amanecieron cubiertas
de letreros que rezaban: ''Haro y Terrazas, comunistas", ''Haro y Terrazas,
rojos" y ''Lárguense a Moscú", pregunté si tan peligrosa
enfermedad era contagiosa. En la UAP sucedían cosas muy graves y
Luis Rivera Terrazas remontaba la cuesta de Tonantzintla para pedir la
opinión de los científicos, pero sobre todo del director.
Guillermo Haro se inclinó durante los años cuarenta por las
tareas de izquierda, y junto a José Revueltas, bajo el mando de
Narciso Bassols, repartió en los poblados y en la sierra de Puebla
el periódico Combate. Era imposible que dejara de preocuparse
por los problemas de la Universidad Autónoma de Puebla y de Puebla
misma; estaba muy orgulloso de los logros de la planta siderúrgica
Hylsa -''¿te imaginas? ¡Un mexicano ha inventado el hierro
esponja!"- y los avances de la industria textil lo llenaban de energía
y de optimismo. Así como había logrado ensamblar la cámara
Schmidt y pulir el vidrio del telescopio reflector de un metro de diámetro
en Tonantzintla, quería que fabricáramos nuestro propio vidrio
óptico y para ello tuvo un sinfín de entrevistas con los
altos jefes de Bausch and Lomb y la casa se llenó de armazones de
anteojos.
En julio de 1972 se colocaron carteles en la ciudad de
Puebla que decían: ''Jaime Ornelas, Luis Rivera Terrazas, Joel Arriaga,
Alfonso Vélez. Fuera de la UAP o muerte". Como todos sabemos, UAP
son las siglas de la Universidad Autónoma de Puebla. Al igual que
José Revueltas, la vida de Joel Arriaga estuvo llena de encarcelamientos,
uno de ellos el 26 de febrero de 1968. A Arriaga lo metían y sacaban
de la cárcel al no poder comprobarle nada. A raíz de su participación
en el movimiento estudiantil de 1968, permaneció tres años
y 50 días en Lecumberri acusado de los mismos delitos que Heberto
Castillo, José Revueltas, Manuel Marcué Pardiñas,
Armando y Adelita Castillejos, Fausto Trejo, Raúl Alvarez Garín,
Salvador Martínez della Roca El Pino, Pablo Gómez,
Gilberto Guevara Niebla, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Martín
Dozal, Gilberto Rincón Gallardo, Carlos Sevilla, Federico Emery,
Félix Hernández Gamundi, Ramón Danzós Palomino,
Romeo González Medrano, FlorencioLópez Osuna, Luis González
de Alba, Roberta Avendaño La Tita, Ana Ignacia Rodríguez
La Nacha y fueron a reunirse con Enrique Condés Lara, quien
ahora es investigador de la Universidad Autónoma de Puebla; Víctor
Rico Galán, Adolfo Gilly, Ana María Rico, Pedro Uranga y
otros que ya estaban presos.
A Joel Arriaga lo asesinaron el viernes 20 de julio de
1972. El asesinato del profesor Enrique Cabrera, primer director de Extensión
Universitaria de la UAP, el 20 de diciembre de 1972, a seis meses exactos
del de Arriaga, agudizó el temor de la población universitaria.
En los días de su muerte, Cabrera organizaba brigadas de servicio
social en la Sierra Norte, pues pretendía llegar a las regiones
más alejadas e inhóspitas del estado de Puebla. Joel Arriaga
quiso que en nuestro país las leyes fueran justas y, como una despiadada
ironía, después de 30 años, el crimen en su contra
sigue impune.
Hoy que se habla tanto de crímenes políticos
y la desaparición de jóvenes contestatarios, Sergio Aguayo,
investigador y hombre de ciencia, demostró con documentos que las
decisiones tomadas en 1968 provenían de la Secretaría de
Gobernación y nada se hacía si no pasaba por Bucareli 18,
o sea por las manos de Luis Echeverría. La marcha del 10 de junio
de 1971 terminó con la muerte de estudiantes -entre ellos Jorge
de la Peña y Francisco Treviño Tavares-, atacados por el
grupo paramilitar Los Halcones. El presidente Echeverría
declaró: ''Si ustedes están indignados, yo lo estoy más".
A la pregunta: ''¿Serán castigados los culpables?", respondió:
''Categóricamente, sí". La única respuesta real fue
la guerra sucia.
Guillermo Haro dio albergue al perseguido Luis Rivera
Terrazas en el Observatorio de Tonantzintla. Asimismo autorizó que
se guardaran en su casa, en México, los gruesos volúmenes
de los procesos judiciales de 1968, editados por los presos y sus familiares,
que habrían de empezar a circular meses después. Haro vendió
sus litografías de Orozco para pagar el viaje a Chile a algunos
presos políticos del 68, entre otros al filósofo Eli de Gortari,
quien aceptó el exilio ofrecido por Echeverría en 1971.
A Guillermo Haro le asombraba mucho que los visitantes
a Tonantzintla, incluso sus colegas, creyeran que él podía
vivir entre las nubes, la luna y las estrellas, apartado de este mundo
y sus miserias. Nadie más apasionado que él y nadie más
comprometido. Se absorbió en las maravillas del cielo, sí,
pero también se preocupó por la suerte de los mexicanos más
olvidados. Le afectó sobremanera la respuesta de un campesino al
que dio un aventón de Atlixco a Puebla, a quien preguntó,
para romper el silencio, ¿qué soñaba? y el hombre,
con su sombrero de paja sobre las rodillas, respondió: ''Sabe usted,
señor, nosotros no podemos darnos el lujo de soñar". En dos
ocasiones lo visitaron delegaciones del PRI para ofrecerle una diputación
y los mandó a la goma, y cuando Jacobo Zabludovsky instaló
sus cámaras bajo la cúpula del telescopio de 40 pulgadas
para iniciar una filmación, personalmente fue a desconectar los
cables diciendo que él nada quería con Telesistema ni con
noticieros mentirosos como 24 Horas.
La vida en Tonantzintla estaba ligada a los astros pero
también a los hombres.
Enrique Chavira abría en la noche la cúpula
de la cámara Schmidt y él y Braulio Iriarte trabajaban juntos
hasta bien avanzada la noche. Guillermina González permanecía
durante horas frente a las placas tomadas por Haro y Chavira, y buscaba
en cada una, revisándolas con cuidado, unas diminutas señales
llamadas estrellas rojas. ¿Sería eso el comunismo?
En Tonantzintla, por el solo hecho de estudiar el cielo
y los astros, los científicos se ponían a reflexionar acerca
de nuestro lugar en el universo, situarnos sobre la tierra, preguntarse
qué somos y a dónde vamos. Al lado de estas reflexiones,
algunas irrupciones chuscas enojaban a Guillermo Haro, como el telefonema
de una que otra despistada que no vacilaba en atreverse a preguntar por
el director para inquirir: ''¿Cuando empieza la luna llena?" Y en
seguida informar: ''Es que voy a empezar la dieta de la luna". Injertado
en pantera, cosa que no le costaba trabajo, Haro coincidía entonces
con Schopenhauer en que la mujer es un ser de cabellos largos e ideas cortas.
Al final de su vida las mujeres -porque en México hay muchas astrónomas-
lo deslumbraron y declaraba con admiración que el Instituto de Astronomía
de la UNAM se distinguía por la alta calidad de sus investigaciones,
entre las cuales destacaba un numeroso grupo de mujeres, todas excelentes,
doctoradas en el extranjero y altamente productivas en la investigación.
Guillermo Haro buscó siempre la excelencia, se
cuestionaba sobre el alcance de la mente humana, a la que creía
con posibilidades de aprendizaje, desarrollo y creatividad casi infinitas.
''No sé qué tanto nos sea dable conocer -escribió-,
pero sí tengo la certeza de que estamos ante una carrera relampagueante
de relevos y sin término previsible. Una carrera de equipos rápidamente
disciplinada, en la que la paradoja 'despacio que voy de prisa' es la suprema
ley". Haro también hizo suya la definición de Heráclito:
''Este universo, el mismo para todos, es una unidad en sí misma.
No fue creado por ningún dios ni por ningún hombre, ha sido,
es y será un fuego eterno que se enciende y se apaga conforme a
leyes".
Se preocupaba en forma casi dolorosa (como se preocupa
un padre por su hijo) por el futuro de México y le desesperaba ver
que los campesinos seguían arando la tierra con los mismos instrumentos
mientras en el observatorio se hacían descubrimientos con repercusión
internacional.
''Por tradición nuestro valle es agrícola,
densamente poblado, religioso y pobre. Año con año, al compás
de la Vía Láctea, se siembra maíz en las tierras agotadas.
Desde nuestra loma vemos al hombre trabajar la tierra sin que resulte beneficiado
por elementos importantes de modernidad'', escribió.
La observación simultánea del cielo y del
campo le creaba un grave conflicto interior. ''¿No es acaso Tonantzintla
un ejemplo y un símbolo de contrastes y contradicciones que caracterizan
a nuestro país? ¿Qué estamos haciendo para ayudar
al progreso de México y de su pueblo? ¿Por qué en
lugar de un observatorio astronómico no tenemos una escuela o una
granja experimental que permita resolver problemas inmediatos de agricultura
y veterinaria? ¿Qué importancia le concedemos a nuestros
descubrimientos de estrellas Novas, de supergigantes azules y rojas, de
nebulosas planetarias y de variables asociadas al material interestelar
cuando nuestro pueblo es atrasado y pobre?"
Texto leído por la autora en la ceremonia de imposición
del doctorado honoris causa por la UAP, anoche, en el Paraninfo
del Edificio Carolino de la institución