GUERRA SUCIA EN EL MAGISTERIO
Jonguitud y Gordillo, en la línea dura
Vanguardia Revolucionaria tenía "licencia para
matar"
ARTURO CANO /I
Desde su alto sillón, el profesor y licenciado
Carlos Jonguitud Barrios hacía un gesto de enfado cuando miraba
hacia la cámara de una agencia de noticias internacional. La pregunta
era inevitable: ¿qué respondía él, líder
vitalicio de Vanguardia Revolucionaria del SNTE, a las acusaciones de la
participación de su grupo en los asesinatos de maestros? El profesor
y licenciado no dejaba su mohín: "efectivamente, en Chiapas hubo
un lamentable accidente y en el valle de México hubo otro. Pero
esos dos casos son esporádicos. Claro, posiblemente en una cantina
muera un maestro o un campesino, pero por dificultades o riñas personales
que no tienen nada que ver con la organización".
Era enero de 1989 y faltaban tres meses -Jonguitud cayó
en abril de ese año- para que el imperio del profesor potosino se
derrumbara. Su pupila chiapaneca Elba Esther Gordillo hacía, como
antes, el papel de "amiga" de la disidencia. Ocho años atrás,
en la víspera del asesinato de Misael Núñez Acosta,
la profesora Gordillo había reunido a varios dirigentes de la disidencia
-líderes de la sección 36, su sección, y su paisano
Ricardo Aguilar Gordillo, entre otros- para lanzar la advertencia: "Cuídense,
la línea viene dura".
¿Un aviso? Los expertos en conspiraciones, tan
abundantes en estos días, tendrán la respuesta. En las líneas
siguientes sólo se encontrarán testimonios de lo que fue,
en términos llanos, la licencia para matar de Vanguardia Revolucionaria
y sus aliados. ¿Una cantina?, ¿riñas personales?,
¿línea dura? Vanguardia Revolucionaria (VR) en acción,
nada más.
La guerra por las escuelas I
El alfarero Félix Agama, de 37 años y miembro
de la sociedad de padres de familia, subió a la azotea de la sacristía
y desde ahí miró caer a los primeros heridos de bala -serían
siete en total- y a los chavos banda de la colonia, los Tin Mars,
arrojar piedras a los pistoleros de VR del SNTE. Unos dijeron que Félix
trató de ondear una bandera blanca, otros que dejó la protección
de un tinaco para arrojar una piedra. El caso es que Fulgencio García
Fasio, casateniente y apasionado de la cacería, también lo
vio y le pegó dos tiros. Dos padres de familia subieron a la azotea
y bajaron a Félix. Desesperadas, las madres de familia zarandearon
a los policías que desde el inicio del enfrentamiento miraban a
prudente distancia ("tenemos órdenes de no intervenir", decían)
y los obligaron a llevar a Félix al hospital.
La
violencia en la escuela primaria de San Martín Mexicapan, en la
periferia de la capital de Oaxaca, aquel 23 de marzo de 1986 fue resultado
de una estrategia trazada por los jefes nacionales de VR, quienes ordenaron
a sus huestes tomar escuelas en ausencia de los maestros democráticos,
quienes se hallaban de plantón en la capital del país. Aquel
año los vanguardistas asaltaron 50 escuelas en diversas partes del
estado.
Los maestros y los padres de familia hicieron numerosas
gestiones para que el edificio les fuera devuelto. Hablaron con el gobernador
interino, Jesús Martínez Alvarez, quien les pidió
dejar la escuela a los vanguardistas: "Yo les hago otra", les dijo, según
el relato que casi dos años después hacía Israel Ochoa,
presidente de la sociedad de padres de familia. Los democráticos
no aceptaron la propuesta e instalaron su propia "escuela" a un costado
de la agencia municipal.
El secretario de Gobierno, Antonio Scherenberg Santos,
explicó por qué no podía ordenar el desalojo: "Es
lo que quiere esa gente. Están armados y con el pretexto de que
los reprimimos se van a ir a armar células por todo el estado".
Era la estrategia de Vanguardia, "una plegaria del magisterio nacional"
según rezaba su himno.
El 23 de marzo, 500 personas se reunieron afuera de la
escuela. A los primeros gritos e insultos de ambos bandos siguió
la acción de los vanguardistas y sus aliados, los caciquillos locales,
que hicieron estallar una cadena de cohetones en el enrejado. Se inició
una batalla desigual. Los charros con bombas Molotov y armas
de fuego, y los maestros democráticos con piedras del arroyo cercano,
que lanzaban parapetados en árboles y jardineras.
Félix Agama cayó a las cinco y veinte de
la tarde. Hacia las siete de la noche, una piedra atinó en la cabeza
de su asesino, Fulgencio García. A los pistoleros se les agotaba
el parque, así que usaron sus últimos cartuchos para proteger
su huida. Los padres derribaron la reja y se lanzaron contra los que no
tuvieron tiempo de escapar. Hasta entonces llegó la policía
y detuvo a personas de ambos bandos. Minutos después se supo que
Félix Agama había muerto al llegar al hospital.
Al profesor Ahuizotl Hidalgo Sosa Jiménez también
le dieron un tiro. Casi dos años después charló con
este reportero, mientras pelaba pollos en el local de la sección
22, en el centro de Oaxaca: "Ya había caído Félix.
Yo estaba en la plazuela, arrojando piedras contra los pistoleros, cuando
vi a Fulgencio García con su rifle. Vi que disparó y no sentí
nada; buscaba la forma de acercarme más a la reja. Vi que me seguía
nuevamente con el rifle y otra vez no sentí nada. Eso me dio confianza.
Me acerqué más. A la tercera vez sentí un impacto
en el estómago. Me recogieron unos compañeros".
Ahuizotl Hidalgo estuvo un mes en el hospital, en calidad
de detenido. Cuando salió del nosocomio, comenzó a ser amenazado
telefónicamente por Fulgencio García. "Te va a cargar la
chingada a ti y a tu familia". Luego, el asesino comenzó a rondar
su casa y a seguirlo. Poco después, cuando Fulgencio García
fue aprehendido, comenzaron las presiones sobre los detenidos.
Fulgencio García salió libre ocho meses
más tarde.
"Este pueblo pierde a su mejor hombre"
Celso Wenceslao López Díaz obtuvo el título
de maestro de primaria en la escuela normal de Navojoa, Sonora, en febrero
de 1980. Regresó a su natal Nicolás Ruiz, en Chiapas, a trabajar
en la primaria de su comunidad. "Era a él -decían los campesinos
del lugar- a quien recurríamos para que nos orientara porque aquí
ha habido sangre por la disputa de las tierras. Nos las quieren quitar
para dárselas a gente de Venustiano Carranza, con la promesa de
apoyos y créditos..."
Celso se incorporó a la lucha de la CNTE y en los
primeros meses de 1987 estuvo en el plantón frente al palacio de
gobierno en Tuxtla Gutiérrez. Eran momentos duros para los maestros
paristas, pues les habían retenido sus cheques durante tres quincenas.
El 30 de marzo de aquel año Celso se encontraba
con varios de sus compañeros cuando vieron aproximarse a un grupo
de vanguardistas que, con sus cheques en mano, se burlaban de ellos. La
indignación pudo más. Fueron tras ellos para reclamarles
la burla. Cuando Celso y sus compañeros los alcanzaron fueron recibidos
a golpes y balazos. Ahí quedó Celso. Otro profesor, René
Madariaga, resultó herido. El reconoció al vanguardista Jaime
Bermúdez Solórzano, alias El Tragabalas, como el asesino
de Celso. René fue arrastrado hasta la casa del ex secretario general
de la sección 7, Romeo García Laflor. Uno de los vanguardistas
decía mientras lo golpeaba: "no hay que pelonearlo (raparlo), sino
matarlo como quiere José Luis (Andrade Ibarra, ex secretario general
del SNTE) que se haga con estos cabrones".
Cuatro días después del crimen, una foto
de La Jornada mostraba a Carlos Jonguitud hablando al oído
de su tocayo, de apellidos Salinas de Gortari, en un acto en el cual se
daba un paso más en materia de descentralización educativa.
El homenaje a Celso Wenceslao en el zócalo de Tuxtla
Gutiérrez fue multitudinario y después una caravana partió
con el cuerpo hacia Nicolás Ruiz, el lugar de origen de Celso, donde
esperaba María Teresa, la viuda que se quedó con dos pequeños
hijos.
En el camino dominó un grito: "¡Celso murió,
Vanguardia lo mató!"
Frente a su tumba, su padre, Melquiades Victorino López,
dijo: "Este pueblo pierde a su mejor hombre, pero me apacigua saber que
murió en buena ley, defendiendo su derecho a la dignidad".
Más tarde, el entonces secretario general del SNTE,
Antonio Jaimes Aguilar, declararía que la muerte de Celso fue responsabilidad
de los maestros democráticos: "Fue un accidente entre ellos mismos".
Si un maestro o un campesino mueren en una cantina, diría
el profesor y licenciado, "no tiene nada que ver con la organización".