Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 10 de septiembre de 2002
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Sociedad y Justicia
Jorge Santibáñez Romellón

Primer aniversario

Estamos a un día de que se cumpla el primer aniversario de los trágicos sucesos ocurridos el 11 de septiembre en Estados Unidos (y no sólo en Nueva York, como a veces parece que creemos). Sin duda, habrá una serie de actos que recuerden y analicen los impactos que tuvo lo ocurrido, y con toda seguridad se desatará una reflexión global, a un año de distancia, sobre lo que ese suceso cambió.

Los optimistas pensaron que los impactos se resentirían unos cuantos días, quizá semanas, pero que, sin duda, pronto regresaríamos a la situación previa al 11 de septiembre, y los ataques terroristas serían, como otros ya ocurridos, solamente un referente histórico importante, pero que no implica cambios sustanciales.

Los pesimistas pensamos que algo había cambiado de manera más definitiva, sin que realmente hubiera un consenso acerca de las características específicas de dicho cambio y, que si bien es cierto, tarde que temprano habría una "regularidad", ciertamente no sería la misma que aquella que privaba antes de la fecha referida.

La verdad es que ambos grupos nos equivocamos. Los cambios que los sucesos mencionados implicaron son de mucha mayor amplitud que lo esperado por el más pesimista de los pesimistas y todavía no podemos hablar de una "regularidad" casi en ningún terreno.

Estados Unidos no sólo cambió su posición respecto a Afganistán, a Medio Oriente, a los países islámicos o incluso a sus fronteras o hacia México. De hecho, Estados Unidos cambió de manera radical en relación con el mundo. La visión del planeta es, al menos para el gobierno actual de nuestros vecinos, en la práctica, totalmente diferente a la que se vivía antes del 11 de septiembre. Después de esa fecha y de la afrenta de que fueron objeto, no están dispuestos a que sus enemigos o lo que ellos definen como sus enemigos, tengan el más mínimo espacio de supervivencia. Después de esa fecha se vale, en aras de preservar su soberanía, casi cualquier cosa, declararle la guerra a quien sea, intervenir en donde sea, vigilar su frontera como se desee, etcétera. Nadie se atrevería a oponerse.

Los impactos para México han sido considerables y sin duda no alcanzaría el espacio de esta colaboración para siquiera enunciar todas las cosas que cambiaron en y para el país como consecuencia del 11 de septiembre. En este sentido, ningún análisis será completo. Sin embargo, es quizás interesante detenerse en aquellos aspectos que, desde mi punto de vista, son los cambios más importantes.

El primero de ellos es la dinámica local en la frontera. Con frecuencia me pregunto y me preguntan si las dos o tres horas que ahora se hacen de espera para cruzar a Estados Unidos desde Tijuana son ya la normalidad y si los residentes de ambos lados nos tendremos que acostumbrar a ella. Por supuesto, no hay cómo responder de manera contundente; sin embargo, sigo siendo del grupo de los pesimistas y a pesar del daño económico a la región, de la improcedencia e ineficiencia de las inspecciones a los residentes locales que sólo buscan cruzar al otro lado para realizar algunas compras, visitar a sus familiares o amigos o realizar alguna actividad de beneficio para el desarrollo de la región, no creo que las cosas cambien, o en todo caso no creo que cambien para bien.

La frontera y el concepto de que es ahí donde debe resguardarse la seguridad nacional y la soberanía regresaron para quedarse y, si acaso, habrá avances en los cruces comerciales y los cruces de "residentes especiales" que pertenezcan a algún programa como el actual denominado Sentri o algún otro que se diseñe unilateralmente, pero que sólo beneficiará a una elite de residentes fronterizos.

La otra dimensión que resultó seriamente impactada es la asociada al proceso migratorio de mexicanos a Estados Unidos. Como todos sabemos, el acuerdo migratorio se guardó en el cajón del olvido y no parece que haya condiciones en el corto plazo para que alguien lo saque de ahí. Pero, por mucho, ése no es el único espacio del proceso migratorio que resultó afectado. Los migrantes mexicanos indocumentados pasarán a formar parte de "los enemigos de Estados Unidos", y no porque se piense que los migrantes son terroristas, sino porque violan uno de los pilares de la soberanía, es decir, la frontera y, en esa lógica, aunque el migrante no es el terrorista, para el estadunidense común y corriente, la migración y el terrorismo sí están relacionados.

Lo que me sorprende es que, en ninguno de los dos aspectos, el gobierno mexicano, en su dimensión local o federal, reaccione ante estos impactos. Las largas líneas que ahora se forman para cruzar a Estados Unidos provocan en ciudades como Tijuana problemas ambientales y viales. Además, interrumpen la interacción social, dañan al turismo y la economía de la región, así como las escasas probabilidades de un acuerdo migratorio con Estados Unidos nos deberían obligar a por lo menos reflexionar sobre programas de protección y orientación de los migrantes, de desarrollo en las regiones de salida o de acciones que no necesariamente dependen de que nuestros vecinos quieran o no.

Presidente de El Colegio
de la Frontera Norte

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