Jorge Santibáñez Romellón
Primer aniversario
Estamos a un día de que se cumpla el primer aniversario
de los trágicos sucesos ocurridos el 11 de septiembre en Estados
Unidos (y no sólo en Nueva York, como a veces parece que creemos).
Sin duda, habrá una serie de actos que recuerden y analicen los
impactos que tuvo lo ocurrido, y con toda seguridad se desatará
una reflexión global, a un año de distancia, sobre lo que
ese suceso cambió.
Los optimistas pensaron que los impactos se resentirían
unos cuantos días, quizá semanas, pero que, sin duda, pronto
regresaríamos a la situación previa al 11 de septiembre,
y los ataques terroristas serían, como otros ya ocurridos, solamente
un referente histórico importante, pero que no implica cambios sustanciales.
Los pesimistas pensamos que algo había cambiado
de manera más definitiva, sin que realmente hubiera un consenso
acerca de las características específicas de dicho cambio
y, que si bien es cierto, tarde que temprano habría una "regularidad",
ciertamente no sería la misma que aquella que privaba antes de la
fecha referida.
La verdad es que ambos grupos nos equivocamos. Los cambios
que los sucesos mencionados implicaron son de mucha mayor amplitud que
lo esperado por el más pesimista de los pesimistas y todavía
no podemos hablar de una "regularidad" casi en ningún terreno.
Estados Unidos no sólo cambió su posición
respecto a Afganistán, a Medio Oriente, a los países islámicos
o incluso a sus fronteras o hacia México. De hecho, Estados Unidos
cambió de manera radical en relación con el mundo. La visión
del planeta es, al menos para el gobierno actual de nuestros vecinos, en
la práctica, totalmente diferente a la que se vivía antes
del 11 de septiembre. Después de esa fecha y de la afrenta de que
fueron objeto, no están dispuestos a que sus enemigos o lo que ellos
definen como sus enemigos, tengan el más mínimo espacio de
supervivencia. Después de esa fecha se vale, en aras de preservar
su soberanía, casi cualquier cosa, declararle la guerra a quien
sea, intervenir en donde sea, vigilar su frontera como se desee, etcétera.
Nadie se atrevería a oponerse.
Los impactos para México han sido considerables
y sin duda no alcanzaría el espacio de esta colaboración
para siquiera enunciar todas las cosas que cambiaron en y para el país
como consecuencia del 11 de septiembre. En este sentido, ningún
análisis será completo. Sin embargo, es quizás interesante
detenerse en aquellos aspectos que, desde mi punto de vista, son los cambios
más importantes.
El primero de ellos es la dinámica local en la
frontera. Con frecuencia me pregunto y me preguntan si las dos o tres horas
que ahora se hacen de espera para cruzar a Estados Unidos desde Tijuana
son ya la normalidad y si los residentes de ambos lados nos tendremos que
acostumbrar a ella. Por supuesto, no hay cómo responder de manera
contundente; sin embargo, sigo siendo del grupo de los pesimistas y a pesar
del daño económico a la región, de la improcedencia
e ineficiencia de las inspecciones a los residentes locales que sólo
buscan cruzar al otro lado para realizar algunas compras, visitar a sus
familiares o amigos o realizar alguna actividad de beneficio para el desarrollo
de la región, no creo que las cosas cambien, o en todo caso no creo
que cambien para bien.
La frontera y el concepto de que es ahí donde debe
resguardarse la seguridad nacional y la soberanía regresaron para
quedarse y, si acaso, habrá avances en los cruces comerciales y
los cruces de "residentes especiales" que pertenezcan a algún programa
como el actual denominado Sentri o algún otro que se diseñe
unilateralmente, pero que sólo beneficiará a una elite de
residentes fronterizos.
La otra dimensión que resultó seriamente
impactada es la asociada al proceso migratorio de mexicanos a Estados Unidos.
Como todos sabemos, el acuerdo migratorio se guardó en el cajón
del olvido y no parece que haya condiciones en el corto plazo para que
alguien lo saque de ahí. Pero, por mucho, ése no es el único
espacio del proceso migratorio que resultó afectado. Los migrantes
mexicanos indocumentados pasarán a formar parte de "los enemigos
de Estados Unidos", y no porque se piense que los migrantes son terroristas,
sino porque violan uno de los pilares de la soberanía, es decir,
la frontera y, en esa lógica, aunque el migrante no es el terrorista,
para el estadunidense común y corriente, la migración y el
terrorismo sí están relacionados.
Lo que me sorprende es que, en ninguno de los dos aspectos,
el gobierno mexicano, en su dimensión local o federal, reaccione
ante estos impactos. Las largas líneas que ahora se forman para
cruzar a Estados Unidos provocan en ciudades como Tijuana problemas ambientales
y viales. Además, interrumpen la interacción social, dañan
al turismo y la economía de la región, así como las
escasas probabilidades de un acuerdo migratorio con Estados Unidos nos
deberían obligar a por lo menos reflexionar sobre programas de protección
y orientación de los migrantes, de desarrollo en las regiones de
salida o de acciones que no necesariamente dependen de que nuestros vecinos
quieran o no.
Presidente de El Colegio
de la Frontera Norte