Teresa del Conde
José Juárez en el Munal
Aunque estoy lejos de ser especialista o siquiera buena conocedora de la pintura del virreinato, desde siempre me ha fascinado observarla, sea en museos, como ahora, que pude recorrer la exposición del Munal, o en iglesias. Mi fascinación se debe quizá a que ocasionalmente la encuentro grotesca (eso para mí es una cualidad), pero también a que siento predilección por intentar descifrar las transcripciones de los discursos pictóricos que llegan a formular un juego de adivinanzas, aunque las intenciones de sus autores lejos estuvieron de encaminarse por esa opción. Los especialistas saben muy bien cuáles fueron los modelos para tal o cual obra, pero felizmente el pintor novohispano tomaba a veces sólo algunos de los lineamientos principales de las composiciones y es de aquí que surge la adivinanza.
Aparte de eso, la pintura del virreinato es fuente inagotable para aprender cuestiones del santoral y lo primero que incorporé en este orden de cosas fue que existe un santo eremita de nombre Heleno, pero no tengo otra fuente para cotejar el dato aparte del cuadro de Diego de Borgaf. El santo fue de la orden franciscana y por lo que se ve, llegó a edad avanzada (a diferencia de su Santo Patrón); muy posiblemente aprendió a alimentarse sólo de bellotas, además de que analizaba la herbolaria, si bien no se sabe si con fines terapéuticos. Por lo que veo en la pintura, no se encontraba totalmente aislado de sus congéneres, pues un hermano de la orden, o quizá un acólito, lo acompañaba, aunque a cierta distancia, cosa que no se percibe del todo bien por el mal efecto de escala. Conocía elementos de carpintería y con ingenio aprovechó el tronco de un árbol seco para proveerse de un entorno doméstico bastante aceptable. Incluso le sirvió en su parte frontal para colocar allí una pequeña casilla, semejante a relicario doméstico, que alberga la imagen de la Santa Virgen con el Niño.
No conocía ni por asomo al pintor Pedro Vázquez Cabral, que se encuentra representado en la muestra a la que aludo con un Entierro de Cristo realizado hacia 1602, proveniente del Convento de los Reyes en Meztitlán, estado de Hidalgo. Es una pintura de grandes dimensiones (224 x 352) y su autor estuvo activo desde finales del siglo XVI. Me llama la atención el cuadro porque precisamente responde al género de lo grotesco antes mencionado. El caso es que debido a las velas que portan varios ángeles de facciones casi caricaturescas, el semi-tenebrismo del cuadro me recuerda al Cristo Muerto que se encuentra en el Museo de Boston, cuyo autor es Rosso Fiorentino. Este cuadro manierista es de una ambigüedad notable, y desde el ángulo espacial, también lo es el de Pedro Báez Cabral, que acumula 11 personajes, una fuente de gracia, un ángulo del sepulcro en el que José de Arimatea y otro anciano intentan depositar el cuerpo de Cristo, los clavos y demás instrumentos de la pasión.
Hay varias masterpieces en la exhibición. Una Anunciación bellísima, de Zurbarán, contiene elementos presentes en el cuadro del Museo de Cleveland, La casa de Nazareth y los presagios de la Virgen, que con tanto empeño y acierto analizara el recordado maestro Xavier Moyssén en un estudio magistral publicado en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas. Una obra que me pareció notable (ya la conocía) del propio José Juárez es La virgen entrega al niño a San Franciso, que pertenece a las propias colecciones del Munal y que desde el ángulo compositivo está entre las mejores piezas de este maestro. Una tableta o escudo que porta el muchachito (Ƒo será enano?) trepado en el primer plano del falso marco, fungiendo como donador, indica que el cuadro fue hecho a devoción de Don Nicolás de La Torre, obispo de La Habana. En el erudito estudio de Nelly Sigaut, autora del catálogo razonado de José Juárez, se nos advierte que dicho personaje era natural de la ciudad de México y "fabricó tres iglesias conventuales en las que gastó 400 mil pesos". Debido a que para mí la palabra "fabricar" indicaría que él fue el arquitecto, o por lo menos el maestro de obras de dichas iglesias conventuales, me hubiera gustado saber si existen o no. Pero al parecer la palabra "fabricar" tenía en aquellos tiempos otros significados.
Debido a que soy muy aficionada a la literatura sobre San Francisco de Asís (no diré ahora por qué, debido a que mi razón pudiera tomarse como síntoma de irreverencia, aunque nada hay de eso en mi ánimo) y pese a que el cuadro me gusta bastante, me ha sorprendido la acción de la entrega que hace María a San Franciso, pues en su leyenda (áurea o no) he fallado en encontrar ese dato. En cambio me complace ver que todos los ángles con sus alas erectas que acompañan la acción, son entre sí como primos hermanos, con lo que quiero decir que sus facciones no son idénticas, pero guardan gran parentesco, como si el modelo fuese uno sólo al que el pintor fue adhiriendo ciertas variantes con objeto de individualizar las fisonomías angélicas.
Yo recomiendo a todos los lectores que visiten esta magna exposición, no de muy fácil lectura museográfica, a mi juicio. Pero lo que en ella hay, suple con creces esa discreta falla que creo pudo haber sido afinada por el magnífico equipo del Museo Nacional de Arte.