Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 12 de septiembre de 2002
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Mundo
A UN AÑO DEL 11-S

Robert Fisk

Mundos de diferencia

Los ataques del 11 de septiembre causaron ira justificada e indiscutible. Pero, según el corresponsal de The Independent en Medio Oriente, fueron el resultado inevitable de la enorme brecha que separa a los países árabes y Estados Unidos.

El 11 de septiembre no cambió al mundo. De hecho, durante meses nadie tuvo permitido siquiera cuestionar los motivos de los asesinatos en masa. Señalar que todos ellos eran árabes y musulmanes era suficiente. Pero cualquier intento de vincular estos hechos con la región de la que provinieron -Medio Oriente- era visto como una forma de subversión porque, desde luego, mirar demasiado de cerca a Medio Oriente sacaría a relucir algunas preguntas perturbadoras sobre la región, sobre las políticas occidentales hacia esas tierras trágicas, sobre la relación de Estados Unidos con Israel. Y ahora, al fin, la cada vez más maniática administración del presidente George W. Bush ha encontrado el vínculo y está llegando a todas las conclusiones equivocadas.

mdf25962Porque, a medida que pasan los días y las semanas, se está volviendo cada vez más difícil reconocer en las palabras de los estadunidenses -y en sus periódicos- a Medio Oriente, la región en la que he vivido por 26 años. Protegido en la afirmación usual de que el Islam es una de las grandes religiones del mundo y que Estados Unidos está solo contra los "terroristas", no contra los musulmanes, se está tejiendo un brutal y cruel destino para los árabes, un mundo en que una serie de naciones están siendo señaladas como "los terroristas", o "los que odian la democracia", o "las semillas del mal".

Richard Armitage, el secretario de Estado adjunto, decidió la semana pasada incluir en este grupo a la guerrilla libanesa Hezbollah. Con una vaga y nada específica referencia a los 291 soldados estadunidenses muertos en un atentado suicida en una base de la marina estadunidense en Beirut, en 1982, anunció que "están en nuestra lista, su hora llegará, no hay duda. Tienen con nosotros una deuda de sangre".

¿Una lista? ¿Ahora se trata de una lista? La lista no tiene fin, lo mismo que la así llamada "guerra contra el terror" de Bush. ¿Está ahora Hezbollah antes que Al Qaeda en la lista? ¿Está después de Irak? ¿O tal vez después de Irán?

"Tienen una deuda de sangre con nosotros" es una afirmación tan aterradora c-mo infantil que sugiere que en lo que Estados Unidos se está embarcando, más que una guerra titánica del bien contra el mal, es una serie de ataques de venganza. Uno se pregunta si Tony Blair piensa en todo esto. ¿Hay quien tenga, también con él, una deuda de sangre? Y la pregunta que jamás se ha hecho: ¿Qué piensan los mu-sulmanes de todo este absurdo?

Debo decir que nunca he encontrado un musulmán que haya reaccionado con algo menos que horror ante el 11 de septiembre. De la misma forma, aún no he conocido musulmán que se haya sorprendido por lo que ocurrió. De hecho, y después de tanto tiempo en Medio Oriente, debo decir que a mí no me sorprendió cuando, al estar vo-lando sobre el Atlántico, el piloto de nuestro avión estadunidense dijo a sus atónitos pasajeros que cuatro aviones comerciales se habían estrellado en Estados Unidos. Me impactó, sí, la naturaleza increíble de este crimen. Me dejó estupefacto, desde luego, la crueldad absoluta de estos asesinatos masivos. ¿Pero causarme sorpresa? Du-rante semanas me había despertado cada mañana en Beirut preguntándome de dónde provenía ese ruido de explosiones. Lo mismo le ocurría al despertarse a todos los árabes con los que había hablado todo el año anterior. De cómo y dónde tendrían lugar las explosiones, no tenían una idea, pero nunca pusieron en duda que las detonaciones ocurrirían. Y era comprensible que de una región tan hundida en sangre como ésta, la respuesta intelectual y del público al 11 de septiembre fuera algo menos emotiva que en el resto del mundo.

Por ejemplo, si el lector hablara con un palestino en Líbano sobre la masacre de septiembre, él asumiría que usted se estaría refiriendo a la matanza, a manos de milicias aliadas de Israel, de mil 700 palestinos en Beirut, en septiembre de 1982.

De la misma forma los chilenos escucharían la frase "11 de septiembre" -como lo señaló el excelente escritor judío Ariel Dorfman- y pensarían en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que, con respaldo estadunidense, llevó al derrocamiento del gobierno de Salvador Allende y a la muerte de miles de chilenos.

Si hablamos con los sirios sobre la ma-sacre, ellos pensarían, primero que nada, en el levantamiento islámico en Hama. Si hablamos de las matanzas con los kurdos, ellos pensarían en el Halabja, y los iraníes hablarían de Khorramshahar, y para los argelinos la alusión a la matanza los llevaría a recordar en Bentalha y en toda una serie de atrocidades en aldeas que han costado la vida a 150 mil argelinos.

Lo cierto es que los árabes -al igual que los chilenos y otros pueblos lejanos al centro del poder mundial absoluto- están acostumbrados a los asesinatos en masa. Saben cómo es la guerra, y un buen número de libaneses me preguntó días después del 11 de septiembre -es decir, de nuestro 11 de septiembre- si George W. Bush en verdad pensaba que Estados Unidos estaba en guerra. No dudaban de la naturaleza de los ataques. Sólo se preguntaban si el presidente estadunidense sabe lo que es una guerra de verdad.

En Líbano, debemos recordar, 150 mil hombres, mujeres y niños fueron muertos en 16 años; y 17 mil 500 de ellos -casi seis veces la cifra de muertos del 11 de septiembre y casi todos ellos civiles- murieron sólo durante el verano de 1982, en la más sangrienta invasión que ha perpetrado Israel contra su pequeño país; inervención a la que Estados Unidos dio luz verde.

Y en muchos casos los muertos, particularmente en Líbano y con mayor frecuencia en los territorios ocupados por Israel, son muertos por armas estadunidenses. En la aldea palestina de Beit Jala, por ejemplo, casi todos los misiles disparados contra casas palestinas fueron fabricados por la compañía Boeing.

Sólo el mundo árabe ha notado una terrible ironía: que la misma compañía que fabrica orgullosamente esas armas -y que ostenta el lema "todos para uno y uno para todos" en uno de sus muchos modelos de misiles- también fabricó los aviones que fueron usados en los ataques contra Estados Unidos. Después de haber padecido las armas de esta empresa, los árabes convirtieron los aviones de Boeing en armas de otro tipo.

No es una disculpa para los asesinos del 11 de septiembre, ni para sus espantosos crímenes contra la humanidad, tener en cuenta que en Medio Oriente, con mucha frecuencia, uno escucha el comentario de que ahora Estados Unidos conoce el sufrimiento. Con esto la intención no es sugerir que Estados Unidos se merece esos horrores, sino simplemente expresar la frágil esperanza de que los estadunidenses ahora entienden lo mucho que otros han sufrido durante años en Medio Oriente. Debo de-cir, por supuesto, que en Estados Unidos no hay mucha disposición a aprender.

Ciertamente el más extraordinario -y más patentemente absurdo- elemento que siguió al 11 de septiembre es la forma en que la administración Bush consistentemente ha convertido una cacería de criminales internacionales en una lucha bíblica contra una encarnación del diablo. Satán, en un principio, tuvo barba y una tendencia a vivir en cuevas afganas. Después resultó que usaba una boina militar y estaba acumulando gas venenoso y armas de destrucción masiva.

Y la semana pasada, cuando Richard Armitage afirmó que Hezbollah es "el principal equipo de terroristas", relegando a Al Qaeda al segundo lugar, el diablo aparentemente se mudó de Bagdad a Beirut. A todo esto se agrega Irán, así como un amado líder no musulmán que vive en Corea del Norte y que de verdad tiene armas nucleares -lo cual es el motivo de que no se le bombardee-, y el resultado es un muy extraño retrato del mundo. En general, sin embargo, se trata del mundo musulmán, no importa lo distorsionado que se represente.

Ahora bien: junto con esta transformación ha surgido una nueva serie de políticas cuya intención es demostrar la superioridad de nuestras civilizaciones occidentales, y que está centrada en la necesidad del mundo árabe de disfrutar "la democracia". No es la primera vez que Estados Unidos ha amenazado a los árabes con la democracia, pero es un proyecto tramposo para ambas partes: en primer lugar porque los árabes no tienen mucha democracia. En segundo lugar, porque muchos árabes quisieran tener, aunque fuera, una poca, y en tercer lugar, porque los países en los que la población quisiera disfrutar de este preciado lujo incluyen a Arabia Saudita, Egipto y otros regímenes a los que los estadunidenses quisieran proteger, en vez de destruir con experimentos democráticos.

Los palestinos, según nos ha dicho el presidente Bush, deben tener democracia. Los iraquíes deben tener democracia. Irán debe tener democracia. Pero no así, al pa-recer, Arabia Saudita, Jordania, Egipto, Si-ria y los demás. Naturalmente, todos estos ambiciosos proyectos han provocado una buena cantidad de discusiones en el mundo árabe. Quizás éste es uno de los pocos frutos del 11 de septiembre que no se han tornado agrios.

Un reciente estudio realizado en Estados Unidos, obra de Pippa Norris, de Harvard, y Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, demostró de manera convincente que la grotescamente sobrevalorada tesis de Samuel Huntington sobre "el choque entre civilizaciones" es una trasnochada sarta de mentiras. Los musulmanes, descubrió este estudio, se muestran igualmente afectos a la democracia que los occidentales -sin hacer distinción hacia los cristianos-, y en algunos casos eran más entusiastas hacia la democracia que los estadunidenses y otros grupos.

Las diferencias entre ambas colectividades estudiadas emergieron sobre todo en temas sociales como homosexualidad, derechos de las mujeres, aborto y divorcio. Norris e Inglehart concluyeron que es enormemente simplista sugerir que los musulmanes y los occidentales tiene valores políticos fundamentalmente distintos.

En las últimas semanas los intelectuales árabes han agregado sus propios puntos de vista a esto, especialmente en Egipto. Ellos también han desafiado a Huntington. Egipcios, marroquíes e incluso sauditas han tratado de hacer una defensa cultural de lo arábigo, rechazando la idea de "globalización", palabra que odio, pero que al árabe se traduce como awalameh y significa, literalmente, "inclusividad mundial". Lo que rechazan es el concepto de que la globalización es pro occidental y rechazarla implica necesariamente estar contra el desarrollo. Pero el desarrollo no es democracia y persiste la pregunta: ¿Por qué no hay ninguna democracia seria en el mundo árabe?

A pesar de que el ayatola Jomeini creó una maquinaria teológica para emascular la democracia social de Irán, las elecciones iraníes y las repetidas victorias del presidente Mohammad Jatami fueron indiscutiblemente justas y, por lo tanto, están fuera de lugar las afirmaciones del señor Bush en cuanto a "llevar la democracia a Irán".

Pero son los árabes los que nunca han desarrollado un estado político moderno. De haberlo hecho, ¿se habría evitado el 11 de septiembre? Esto ciertamente fue lo que Bush sugirió inicialmente. Los asesinos suicidas, según le informó Bush al mundo, atacaron Estados Unidos porque "odiaban la democracia". El problema es que ninguno de los 19 asesinos habría reconocido la democracia ni aunque se la hubiera encontrado en su cama al despertar. No esquivemos la pregunta: ¿por qué sólo en el mundo árabe existen estados policiales y cámaras de tortura?

Un historiador volvería atrás varios si-glos. Cuando las cruzadas alcanzaron Me-dio Oriente, en el siglo XI, los árabes eran los científicos, mientras que los tarados en cuestiones de política y tecnología eran los occidentales. Y cuando los árabes lograron desarrollar una especie de orden social bajo los restos de la España medieval, en la Andalucía de El Cid, tanto ellos como sus hermanos cristianos y judíos experimentaron algo así como un renacimiento cultural.

En Medio Oriente, sin embargo, los árabes sintieron que estaban bajo presión del poder militar y económico de Occidente, y se pusieron a la defensiva. Cuestionar al califa, o peor aún, tratar de hacer avanzar la filosofía teológica, era una forma de subversión, o incluso de traición. Cuando el enemigo está a las puertas del país, no se cuestiona la autoridad. Con este comportamiento, similar al de los estadunidenses después del 11 de septiembre, cuando buscar el móvil de las masacres era cometer un crimen de pensamiento, toda búsqueda intelectual de explicaciones fue suprimida.

Los poderes occidentales le hicieron algo semejante a los árabes después de la guerra que ocurrió entre 1914 y 1918. Hi-cieron pedazos el Imperio Otomano, regaron a sus dictadores y reyes por todo Medio Oriente, y después en lugares como Egipto y Líbano, por ejemplo, encerraron a cualquiera que ejerciera su derecho democrático de oponerse al régimen. Si la oposición no iba a obtener poder político de forma democrática, bueno, pues entonces tendría que llevar a cabo un golpe de Estado. Y ésta ha sido la suerte de Levante desde entonces, una serie de golpes -que no re-voluciones siguiendo el modelo iraní- que tuvieron que ser respaldados por ejércitos, policías secretas y cámaras de tortura.

A una sociedad patriarcal -una en la que no existió nunca un desarrollo teológico como el del Renacimiento europeo- se le agregó nuestra propia determinación occidental de apoyar a regímenes antidemocráticos. Pero si tuviéramos democracia en Oriente Medio, su gente podría no hacer lo que nosotros queremos. Por lo tanto, hemos apoyado a reyes, príncipes y generales que se han encargado de nuestros negocios en la región. Cuando los habitantes de esa zona han nacionalizado el canal de Suez, o colocado bombas en discotecas de Berlín, o invadido Kuwait, simplemente los hemos bombardeado.

No fue casualidad que Osama Bin La-den surgiera de estas cenizas históricas. El quiere que caiga el régimen saudita -y cómo debe haberle encantado el discurso de la corporación armamentista Rand en el que se llamó a Arabia Saudita "la semilla del mal"-, y también quiere que caigan los dictadores árabes pro occidentales.

En medio de la retorcida retórica que emana de Washington -un aluvión lingüístico que suena cada vez más a la auténtica voz de Bin Laden-, cada vez es más difícil creer que el señor Bush está planeando alguna especie de democracia para Irak o Palestina. Después de todo, Yasser Arafat no es rechazado por su fracaso en la creación de una democracia, sino por no cumplir bien con su trabajo como dictador. No quiso implantar la ley y el orden en las pequeñas porciones de tierra que se le dieron como pago por sus buenos oficios putativos.

Pero actualmente está sucediendo algo mucho más grande. Prácticamente cada una de las naciones árabes se está añadiendo a la lista de Estados Unidos, con el entusiasta apoyo de Israel. Palestina debe tener "un cambio de régimen"; Irak debe tener un "cambio de régimen"; Irán -país que recientemente fue acusado, sin pruebas, de enviar oro propiedad de Al Qaeda a Sudán- debe tener democracia; Arabia Saudita es "la semilla del mal"; Siria está a punto de recibir sanciones por "dar apoyo al terrorismo"; se acusa a Líbano de dar albergue a miembros de Al Qaeda. Esto último es una mentira patente, pero ya la está publicando el New York Times. Y Jordania podría tener que servir muy pronto como base de lanzamiento para una invasión iraquí (lo que muy probablemente signifique el adiós para nuestro valiente reyecito).

Así, Estados Unidos suspende el apoyo financiero suplementario que da a Egipto porque esta nación encerró a un egipcio-estadunidense por decir una verdad: que las elecciones egipcias son un fraude. ¿Qué pretenden, se preguntan los árabes, hacer los estadunidenses? ¿Planean reconstruir el mapa de Medio Oriente? ¿Es éste un nuevo ejercicio de planeación colonial como el que inventaron británicos y franceses después de la Primera Guerra Mundial? ¿Pretenden derrocar a todos los regímenes árabes? En otras palabras ¿estamos, acaso, tratando de convertir en un éxito el libro de tercera categoría de Huntington? ¿Estamos comenzando un proceso que culminará con un choque de civilizaciones?

Jamás en la historia han estado tan polarizados los musulmanes y los occidentales; todos sus conflictos se han agudizado y las expectativas de árabes han sido elevadas de manera muy fraudulenta. Porque no existen planes de dar a esos árabes "democracia", de la misma forma en que nunca existió la intención de cumplir nuestra promesa de respetar la independencia de esas naciones al finalizar la Primera Guerra Mundial. Lo que en realidad queremos es volverlos a someter a nuestro firme control y asegurarnos su lealtad. Si la casa real de Saud se está colapsando por sus propias acciones, los estadunidenses parecen estar diciendo que hay que dejar que se colapse. Si el rey Abudllah de Jordania no quiere jugar a invadir Irak, ¿entonces para qué nos sirve? En la prensa árabe crece lentamente la sospecha de que el "cambio de régimen" será una reorganización política total de Medio Oriente.

Pero recordemos dos cosas. Los asesinos del 11 de septiembre eran árabes. Y eran musulmanes. Y el mundo árabe jamás ha debatido esto. Con todo, han surgido versiones en contrario, como la que afirma que los 19 asesinos trabajaban para los estadunidenses o con los israelíes, que a cientos de judíos estadunidenses se les advirtió que no fueran a trabajar ese día, e incluso, que los aviones eran dirigidos a control remoto y que ni siquiera llevaban pilotos. Estas estupideces infantiles, y muchas veces perniciosas, gozan de amplia credibilidad en partes de Medio Oriente. Cualquier cosa con tal de no ser culpados, con tal de evitar la verdad.

Y es muy extraño lo que ocurre actualmente. Los estadunidenses quieren que el mundo sepa que los asesinos eran árabes, pero no quieren discutir la tragedia que vive la región de la que vinieron. Los árabes, por otra parte, sí quieren discutir su tragedia, pero quieren negar la identidad árabe de los asesinos. Los estadunidenses han creado una imagen totalmente falsa del mundo árabe, poblándolo de bestias y tiranos. Y los árabes han adoptado una visión igualmente absurda de Estados Unidos creyendo, por un lado, sus promesas de "democracia", pero sin querer entender el grado de furia que muchos estadunidenses sienten aún por los ataques.

Y todavía funcionan en esto dobles es-tándares. George Bush condena, con razón, el asesinato de estudiantes en una universidad israelí, afirmando además que esto lo puso "furioso", pero al mismo tiempo mi-nimiza la matanza de niños palestinos por una bomba de fabricación estadunidense que fue lanzada desde un avión israelí, calificando esta acción de "brusca".

Pero estos dobles estándares no están únicamente en las penosas declaraciones de Bush, sino en pueblos entero, y me refiero a lo siguiente: éste 11 de septiembre nuestros periódicos y pantallas de televisión han estado repletas con las funestas imágenes de esas dos torres y su caída bíblica. Recordaremos y honraremos a los miles que murieron. Pero en sólo cinco días los palestinos recordarán su masacre de septiembre de 1982. ¿Alguien en Occidente encenderá siquiera una vela por esos muertos? ¿Se realizará un solo acto de conmemoración? ¿Al menos un periódico estadunidense se atreverá a recordar esta atrocidad? ¿Habrá un solo periódico británico que conmemore el asesinato masivo de mil 700 inocentes? ¿Acaso es necesario que yo responda a estas preguntas?
 
 

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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