El cordobés presentó su espectáculo
New live en el Auditorio Nacional
Noche de flamenco en su forma pura y estilizada, con
el arte de Joaquín Cortés
Guitarras, castañuelas y palmas con profundo
sentimiento gitano acompañaron al bailaor
ARTURO CRUZ BARCENAS
El bailaor Joaquín Cortés (Córdoba,
España, 1969) mostró el pasado miércoles su visión
particular del flamenco, canto y baile de origen incierto atribuido a los
gitanos desde el siglo XV. Apegado al diccionario, el artista ofreció
un programa en el que abarcó las formas puras, como las seguidillas,
y las estilizadas por él, sin faltar su vuelo del águila,
verdadera proeza de fuerza en la punta de los pies, de gran belleza estética
y grácil ondulación-aleteo de los brazos.
La
dirección y las coreografías son del propio Cortés,
joven que ya es un veterano, pues inició su trayectoria profesional
a los 12 años y a los 15 formó parte del Ballet Nacional
de España. De familia gitana, el reclamo solista lo trae en la sangre.
Guitarras, castañuelas y palmas rodean su espectáculo, ausente
de ritmo métrico y profundo sentimiento, propio del cante hondo,
expresado por poetas de la talla de García Lorca.
Llama a su espectáculo New live, con música
original de él y Juan Parrilla; el vestuario, de Giorgio Armani,
cuya tela tiene la característica de que no se arruga, no obstante
los movimientos casi de karateka de Cortés. Esa marca de ropa la
usan los grandes y billetudos del ambiente de las luces, de los reflectores,
como Michael Jackson.
Los diferentes cuadros de New live ocurren casi
en la oscuridad. En el fondo del escenario, los colores se difuminan, como
en un ocaso. Los amarillos ceden a los rojos cada vez más intensos.
Los marcos gitanos hacen imaginar una fogata, alrededor de la cual los
cantaores y bailaores dan rienda suelta a palabras de amor, alargamientos
de las palabras, de las frases.
Es el espíritu de clan de los gitanos, unidos en
las tradiciones, en la música que los cohesiona. El flamenco es
síntesis de su historia. Ahí está Cortés, yendo
de un lado a otro del escenario, marcando el paso con tacones y puntas.
¿Qué sigue a qué? ¿Las percusiones a Joaquín
o éste al sonido de los tambores, de las castañuelas?
En las pantallas, los acercamientos a los zapatos permiten
apreciar el martinete, el ritmo efectivo, la técnica y la fuerza
de las piernas. Las manos se mueven en forma justificada, envueltas por
la música. Sigue Bulería, el cante y baile popular
andaluz de ritmo vivo que se acompaña con las palmas. Algunas personas
del público siguen el ritmo desde sus asientos, orgullosas de conocer
y disfrutar lo que están viendo: 18 músicos animando a Joaquín
a echarle ganas.
Tres cambios de ropa que, aunque no se arruga, sí
se moja. En la fusión, Soleá por bulerías,
es decir, palmas con una modalidad del baile flamenco. Zambra, un
ritual, juerga flamenca para turistas, en el que Cortés contonea
su cuerpo ya para entonces sudoroso. Deja ver el torso, que levanta varios
¡aaah! Normal. En los pies, en los tobillos, en las piernas, en la
cintura, en los pectorales, en el cuello, en el entrecejo, hay una fuerza
que derrocha voluptuosidad.
Desde el primer piso, algunos usan sus binoculares para
ver mejor el arte de Joaquín. Más cerca, el secretario de
Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, comenta algo a la conductora
de noticias Adela Micha. Ellos llegaron al Auditorio Nacional pocos minutos
después de haber iniciado la función. Se fueron protegidos
de la lluvia por un paraguas negro, que él sostenía. También
fueron al show otros personajes de la política nacional,
como el titular de Cultura del DF, Enrique Semo.
La noche fue de arte flamenco y voluptuosidad corporal.