Bernardo Barranco V.
El ascenso de los fundamentalismos
A un año de los atentados del 11 de septiembre,
se acentúa una tendencia fundamentalista en las religiones monoteístas
en este inicio de siglo. Podemos definir al fundamentalismo religioso como
la ideologización de los valores trascendentes de una sociedad amenazada;
dicha politización y radicalización del factor religioso
surgen de momentos de vacíos o de crisis de identidad de una sociedad,
etnia o comunidad. No debemos confundir el fundamentalismo, especialmente
islámico, con el terrorismo. El terrorismo religioso no es más
que la expresión dramática de acciones frontales y violentas
que utilizan a la religión como base y justificación. Por
tanto, el fundamentalismo no es una enfermedad de las religiones, sino
una patología de las propias sociedades, que parece llenar los vacíos
que han dejado las ideologías y los proyectos históricos
frustrados. Aunque el concepto fundamentalismo tiene su origen precisamente
en Estados Unidos, generalmente y gracias a los medios se le identifica
con los creyentes musulmanes extremistas, intransigentes y conservadores.
Sin embargo, los orígenes del fundamentalismo islámico están
en el rechazo a la modernidad occidental impuesta desde la colonia. Regresar
a los orígenes, a los mitos fundamentales, religiosos o no, ha sido
una permanente tentación en los momentos de crisis culturales.
Lo religioso inmerso en la cultura es arrastrado e inducido
por los movimientos de la sociedad. Baste recordar el tratamiento cuasirreligioso
que se dieron las corrientes totalitarias como el nazismo, el estalinismo
y el fascismo; la explosión religiosa, después de más
de 70 años de intolerancia, en la Rusia posocialista, parece confirmar
cómo lo religioso puede llenar espacios y sueños. Y al mismo
tiempo, si es manipulada, puede llegar al extremo del terror. La perversa
relación entre religión y violencia revela el lado oscuro
del hombre, que altera la historia y corrompe las creencias para exaltar
a sus guerreros. En el Islam la guerra santa no existe como tal,
esconde la reislamización de la historia, la instauración
de un régimen teocrático y de un movimiento desecularizador
y antioccidental. Si bien existen muchas diferencias y matices, también
hay similitudes a inicios de la década de los años 80, entre
la proclama del ayatola Jomeni y la del papa Juan Pablo II por revangelizar
el mundo o emprender una segunda evangelización. El fundamentalismo,
es importante subrayarlo, no es exclusividad del Islam; las grandes religiones
monoteístas están tentadas y llevan en su seno corrientes
y adeptos potenciales; sin dramatizar, el magnicidio del primer ministro
israelí, Yitzhak Rabin, a manos de un joven fundamentalista judío
en noviembre de 1995, causó estupor por la frialdad del estudiante
de la ley judía, influido por rabinos integristas, quien declaró
que no tenía remordimientos pues había cumplido el sacrificio
bajo las órdenes de Dios. El catolicismo tampoco escapa de la tentación
de ideologizar su mensaje; hoy en México el avance de la derecha
católica en el poder y el pasado reciente cristero no nos eximen
de que existan objetivamente semillas fundamentalistas en un sector de
la catolicidad que no debemos ni despreciar ni perder de vista.
La prensa estadunidense se ha encargado de difundir el
fundamentalismo islámico como sinónimo de terrorismo. Existe
autocesura para abrirse a los argumentos y planteamientos del heterogéneo
universo musulmán, mientras el tratamiento de las noticias sobre
el comportamiento del Estado israelí frente a los palestinos también
denota complicidad. Los estadunidenses no son críticos con sus propios
fundamentalismos. No debemos olvidar que el concepto surge precisamente
en este país, germina en el siglo xix y refiere a un regreso conservador
de grupos protestantes a la ortodoxia cristiana. Su lectura literal de
la Biblia, su antimodernismo y, sobre todo, sus vínculos directos
con la derecha conservadora y con el Partido Republicano, reflejan la incubación
y desarrollo de una extrema derecha mesiánica que hace suyas y a
su manera las tesis de Samuel Huntington sobre los choques civilizatorios.
El presidente George W. Bush se hace eco del fundamentalismo local al invocar
al Dios castigador y al identificarlo de su lado, parcial y decididamente
en favor de Estados Unidos; a un Dios cristiano y excluyente, "quien no
es está conmigo esta contra mí". Bajo el mundo globalizador
y unipolar, Malraux bien podría cambiar su tesis por la de que el
siglo xxi será fundamentalista o no será.