Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 19 de septiembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Política

Jesús Manuel Macías y Aurelio Fernández

El desastre de 1985

El 19 de septiembre conmemoramos el desastre que conocemos como los "sismos de 1985", porque forma parte de la totalidad de pensamientos comunes en los mexicanos, lo que Maurice Halbwachs denominó la "memoria colectiva". La desgracia se recuerda como el suceso que mayor huella dejara en esa memoria nacional y los 17 años de distancia, que hoy se cumplen, no han podido actuar como pantalla para el olvido.

Para poder apreciar con justicia la importancia que tiene el desastre de 1985 para los mexicanos es necesario contrastarlo con otros de los traumas sociales recientes, como la masacre estudiantil de 1968, el fraude electoral de 1988, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el levantamiento indígena zapatista, ambos en 1994, y la crisis económica de 1995. Para ello traemos a colación los resultados de un reciente estudio de Gawronski y Olson, elaborado con apoyo de dos encuestas de opinión realizadas en 1997 y 1998 -en las que intervino la empresa Mori de México- y que encontró, por ejemplo, que más de 60 por ciento de la población señala que se sigue sintiendo afectada por el desastre de los sismos de 1985 y que esa misma calamidad ocupa el primer lugar entre los sucesos que considera que más han afectado al país, casi a la par pero aun por encima de la masacre de Tlatelolco. En el país sigue habiendo una muy viva relación con ese desastre y con sus consecuencias, por ello los autores del estudio afirman que con el recuerdo del desastre los mexicanos seguimos aterrorizados con la manera en que el gobierno lo enfrentó.

Como todos los años, el recuerdo del desastre nos hace volver a la pregunta acerca de si se han aprendido las lecciones del mismo y si la sociedad y el gobierno se han dirigido hacia fórmulas que ya funcionen para reducir el peligro sísmico que se tiene en el país y de manera particular en la ciudad de México. Tenemos que lamentar que la respuesta sea negativa. Parece que la tragedia incentivó esfuerzos para entender los temblores, sus características y las condiciones de respuesta de los suelos. Se ha realizado una "microzonificación sísmica", se tienen mapas de peligros más detallados, se conoce más de los sismos y su comportamiento en la ciudad, se sabe con más precisión de la vulnerabilidad estructural de las edificaciones, pero ni el Gobierno del DF ni el federal han puesto una sola acción encaminada a reducir los posibles efectos dañinos de un eventual sismo de magnitud similar a la de 1985. En síntesis, el desastre del 19 de septiembre ha tenido el exacto tratamiento tecnocrático que sólo aparenta que se trabaja en medidas de prevención. Hoy, los habitantes de la ciudad de México no están más seguros que en 1985 frente a esa amenaza.

Por otro lado, la visión popular del desastre de 1985 poco tiene que ver con las palabras que el secretario de Gobernación, Santiago Creel, pronunció el año pasado, a propósito del anuncio de que el presidente Fox decretaba el 19 de septiembre como el Día Nacional de Protección Civil. Aludió y ensalzó a los militares más por sus ulteriores intervenciones en desastres recientes que por el limitado papel que jugaron en 1985. El memorable desastre se sigue viendo como si la heroicidad fuera razón suficiente para evitar los daños del sismo venidero y como si la solidaridad civil fuese susceptible de ser escamoteada por el gobierno en turno.

Los ciudadanos del país y sobre todo los que viven en la ciudad de México debemos seguir asimilando las lecciones del desastre de 1985: si hoy se conoce mejor el fenómeno sísmico y sus repercusiones, la población en mayor riesgo no tiene acceso a ese conocimiento, y si se saben las debilidades de las edificaciones, los pobres que las habitan ni conocen el grado del riesgo en el que se encuentran ni cuentan con un elemental programa gubernamental para ayudarlos a aminorar el impacto del inminente evento sísmico. No hay, sin duda, justificación al estado de cosas actual en relación con el desastre de 1985.

Pero si no lo hay para la amenaza sísmica y en la ciudad de México, menos aun para el resto de peligros de tipo desastroso que se multiplican en todo el país por efecto de un modelo de desarrollo irracional y un retroceso en los apoyos gubernamentales a la comprensión de los fenómenos de los desastres.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año