Silvia Gómez Tagle
El poder, la justicia y los partidos
El cuestionamiento que se ha hecho del financiamiento
de las campañas presidenciales de 2000, tanto en el caso del PRI
como de la Alianza por el Cambio, ha colocado a la vista la inoperancia
de las normas jurídicas vigentes en México para supervisar
el origen de los recursos que se usan en las campañas electorales.
Transcurridos dos años desde esas elecciones, el IFE aún
se encuentra imposibilitado de avanzar en las investigaciones que deberían
dar una información clara y contundente acerca de la legitimidad
de la contienda por la Presidencia de la República.
Los cuestionamientos llegaron al Instituto Federal Electoral
(IFE) hace más de un año, han pasado al Poder Judicial, han
regresado al instituto, han involucrado a otras instancias del poder y
de la administración pública; por el lado del PAN y los Amigos
de Fox el asunto se ha convertido en una disputa por los límites
del secreto bancario con la Comisión Nacional Bancaria y de Valores
(CNBV) y la Secretaría de Hacienda; por el lado del PRI la cuestión
ha involucrado al sindicato petrolero y a los legisladores priístas
responsables del presunto desvío de los recursos a la campaña
de Francisco Labastida.
Lo cierto es que resulta especialmente difícil
para las instituciones encargadas de aplicar la ley cuando un partido,
o un conjunto de partidos, alcanza el máximo poder, como ocurrió
con la Alianza por el Cambio. A pesar de que el Tribunal Electoral del
Poder Judicial de la Federación desde mayo del presente año,
ordenó al IFE reabrir las investigaciones en torno al presunto financiamiento
ilícito de Vicente Fox, por considerar que no es válido el
argumento esgrimido por la Secretaría de Hacienda y la CNBV, de
que no entregaron información al IFE por la prohibición expresa
de la ley que salvaguarda los secretos bancario, fiduciario y fiscal. Y
de que Santiago Creel y Luis Felipe Bravo Mena coincidieron en que Lino
Korrodi debe cooperar con el IFE, aportando la información que sea
necesaria para la investigación de ese financiamiento, según
se dijo, porque el CEN evaluó los efectos electorales de estas investigaciones,
concluyendo que lo mejor para el partido sería apresurar las pesquisas
para que los resultados no coincidan con los comicios de 2003.
La Comisión de Fiscalización que encabeza
el consejero del IFE Alonso Lujambio, en la práctica se ha visto
imposibilitada de proseguir la investigación sobre los Amigos de
Fox y las personas físicas y morales que aportaron dinero a la campaña,
empezando por Lino Korrodi Cruz (coordinador de finanzas de la campaña
y fundador de Amigos...) y otras personas relacionadas con este caso, como
Carlota Robinson Kuachi, Valeria Korrodi Ordaz, Rito Padilla García
(ex secretario de gobierno en Guanajuato y actual asesor del subsecretario
de Gobernación) y un fideicomiso en Bancomer en favor de Carlos
Rojas Magnon, ex administrador de Los Pinos.
El PRI ha enfrentado la investigación con una estrategia
similar, habiendo sido un partido que perdió la Presidencia de la
República después de casi 70 años, ahora se queja
de ser la víctima de una persecución orquestada por los otros
partidos. Los líderes petroleros involucrados en el desvío
de recursos del sindicato a la campaña de Francisco Labastida se
quejan de ser perseguidos políticos e inclusive han llegado a utilizar
al sindicato para amenazar al gobierno con un paro laboral. El resultado
es el mismo que en el caso del financiamiento de la campaña de Fox,
el IFE se encuentra impotente frente a un laberinto de instancias judiciales
y burocráticas, que representan intereses de políticos en
el poder.
Finalmente, los ciudadanos nos preguntamos ¿qué
harán los partidos con los grandes recursos que se han asignado
para las campañas del próximo año? Porque la idea
del financiamiento público es precisamente sustituir al privado
con el propósito de dar oportunidades equitativas a todos los partidos
y dotar de transparencia a la competencia electoral.
Dada la importancia de los partidos políticos,
en la mayoría de los sistemas democráticos existen mecanismos
para regular sus actividades y desempeño, sin embargo, la pretensión
de establecer una regulación de las actividades de los partidos
por la vía constitucional o por la legislación ordinaria
administrativa y judicial se enfrenta a serios problemas técnicos
y políticos, porque éstos se encuentran, o en posición
de ejercer el poder o en posición de contrarrestarlo. Por ser asociaciones
en lucha por el poder, someterlas a un escrutinio demasiado rígido
puede significar cancelar espacios de libertad indispensables para el funcionamiento
del sistema democrático como tal, dado que puede significar coartar
el desarrollo del pluralismo y los contrapesos al ejercicio del poder.
Por eso los partidos no pueden ser totalmente controlados, pero además
el tema del financiamiento es una de las zonas más brumosas en las
democracias contemporáneas.