UN EMPLEADO INEPTO Y ALTANERO
Una
de las situaciones más desagradables que puede cometer un patrón
-ya sea una persona física, una corporación, una institución
o un país- es la de encontrarse en presencia de un empleado incapaz
y, para colmo, arrogante y altanero. Tal es el caso de la ciudadanía
mexicana ante el secretario de Relaciones Exteriores del país, Jorge
Castañeda Gutman, un servidor público que más bien
se desempeña como empleado del gobierno de Estados Unidos, que se
sirve de la dependencia que dirige para desfogar sus fobias y sus filias
personales -y no las posturas de Estado a las que debiera honrar-, que
ocupa buena parte de su tiempo laboral -pagado con recursos que pertenecen
a todos nosotros- en faltar al respeto a los legisladores, en denostar
a sus propios subordinados, en confrontarse con los medios y en crearle
a México problemas innecesarios en el ámbito internacional.
En un reciente encuentro entre este empleado público
con senadores perredistas -y narrado por los segundos, los cuales disponen
de mucha más credibilidad que Castañeda Gutman- el responsable
de la diplomacia, con sus malos modales característicos, y contrarios
al más elemental sentido diplomático, se refirió en
términos despectivos e inaceptables al conjunto de los representantes
mexicanos ante otras naciones. "Son mis empleados", dijo, olvidando que
el Senado de la República debe ratificar los nombramientos de los
embajadores, y que éstos, al igual que el propio Castañeda
son, en realidad, empleados de la nación.
En el mismo encuentro, ese servidor público anticipó
que el voto de México en el Consejo de Seguridad de la ONU ante
una eventual agresión militar estadunidense contra Irak, reflejará
no los principios y los intereses de México sino la abyección
y el pragmatismo extremos del propio canciller. Los argumentos de Castañeda
Gutman fueron: "Todos los países se inclinan ante Estados Unidos
por una u otra razón, y México no será la excepción",
y "sólo tres países han estado contra Estados Unidos, y así
les ha ido".
A lo que puede verse, el secretario de Relaciones Exteriores
no lee los periódicos -tal vez ni siquiera los estadunidenses- y
no se ha enterado de las expresiones gubernamentales chinas, rusas, francesas,
alemanas, italianas y de muchas otras naciones que suman más de
tres, contra la necedad de George W. Bush de arrasar por segunda vez a
Irak; es una paradoja terrible, además, que mientras el canciller
mexicano hace gala de su fatalismo servil hacia Washington, en el país
vecino 4 mil destacados intelectuales acaban de exigir a la Casa Blanca
que se desista de sus planes de agresión, postura que en semanas
anteriores han venido sosteniendo, también, políticos -tanto
demócratas como republicanos- de primera línea.
Los más recientes desatinos de Castañeda
obligan a preguntarse por qué el presidente Vicente Fox, que fue
quien contrató a este servidor a todas luces inadecuado para la
función, se empeña en pagar costos políticos crecientes
en el afán de mantenerlo en el cargo contra viento y marea. ¿Ha
de sospecharse que los compromisos de Fox con el canciller son mayores
que los que contrajo con una ciudadanía hoy agraviada y avergonzada
por los desfiguros del responsable de la diplomacia? ¿Tendrá
la receptividad necesaria para percibir la contradicción entre el
mandato del cambio y las actitudes patrimonialistas, atrabiliarias y despóticas
que está sufriendo nuestro Servicio Exterior? ¿Será
capaz de darse cuenta que los numerosos platos rotos por Castañeda
Gutman, su -y, desgraciadamente, nuestro empleado-, le serán facturados,
tarde o temprano al desempeño presidencial?