MAR DE HISTORIAS
Lucio en el infierno
CRISTINA PACHECO
En este pueblo hemos sido muy revueltos y por eso todos tenemos algún parentesco. Si se fija verá que cuando alguien se muere nadie falta a los velorios ni a los entierros. Sabemos que en la fosa queda al menos una gota de la sangre que sigue corriendo en nuestras venas.
Al único que dejaron solito cuando se murió fue a Lucio. Bola de hipócritas, šno se los perdonaré nunca! Por eso quiero vender este changarro y largarme. Le advierto que el negocio es bastante noble. Si lo cuida no le faltarán clientes. Todos seguirán viniendo a tomarse la cerveza. Por estos rumbos no hay otras diversiones.
ƑQué más quiere? Le dejo una clientela hecha y con otra ventaja: no tendrá que lidiar con alguien como Lucio. ƑYa le dije que murió colgado de un árbol? El padre Domingo no quería que lo enterráramos en el camposanto porque, según sus palabras, el suicidio es rebeldía contra Dios.
El cura cambió de opinión cuando me oyó contarle la historia de Lucio. No soy la única que la sabe. Otros la conocen mejor que yo porque la vivieron. Fingen ignorarla, así pueden lavarse las manos respecto a la muerte de Lucio y hasta condenarlo por lo que hizo.
No crea que hablo como si fuera una blanca paloma. También soy culpable. Me callé la boca y me volví cómplice de todos esos malditos que, aprovechándose de la miseria en que Lucio vivía, lo obligaban a rentarles la casa. Mientras las parejas se revolcaban como animales en su cama y en el piso, puede que hasta en el corral, Ƒsabe lo que hacía Lucio? Refugiarse aquí. Hasta parece que lo veo sentado en aquel rincón, escribe y escribe cartas.
En los últimos tiempos Lucio salía tan ebrio que en varias ocasiones olvidó sus papeles. Cometí la indiscreción de leerlos. Le juro que traté de evitarlo pero las letras grandes, malhechas, que llenaban toda la hoja, como que me hechizaron. Recuerdo cada palabra, cada línea.
ƑQué hice con las cartas de Lucio? En cuanto me llegó la noticia de que se había suicidado las rompí todas, menos la última. Terminaba con estas palabras: Dios: por tu santa voluntad nací como soy. Tú elegiste para mí el destino del miserable. Sabes que por eso he tenido que ofenderte. No te pido perdón, sólo que me des valor para salirme de esta vida. Cuando el padre Domingo terminó de leerla le conté lo que sabía de Lucio. A lo mejor hice mal y tendré que pagarlo en el más allá. No me asusta porque logré lo que deseaba: el permiso del sacerdote para que Lucio descansara en el cementerio.
El padre Domingo ordenó que el entierro se hiciera de noche. Dijo las oraciones muy rápido y se fue. Hilario, el administrador, me permitió quedarme un rato más junto a la tumba. No crea que lo hizo por amable sino para quitarse de encima su pedazo de responsabilidad en la muerte de Lucio.
Sí, aunque no me lo crea, Hilario también le dio dinero. En pocas palabras: le alquiló su cuarto para quedarse allí dos horas con su sobrina Paula. Nadie me lo contó ni anduve de fisgona: lo leí en una de las cartas.
Estaba decidido a no ofender más a mi Señor Dios permitiendo que mi casa se convirtiera en guarida del pecado. Me venció mi maldita condición de humano. El hambre y el deseo pudieron más que mi infinito amor por Quien todo lo sabe y todo lo mira. El me vio revolcándome en la cama donde habían estado Hilario y Paula: El me oyó reclamar a la ausente con palabras dulces mientras me envolvía, desnudo, en las cobijas tibias, húmedas de amor. Ardí en ese infierno sin importarme saber que, ya muerto, me esperaba otra lumbrada donde mis carnes arderían sin Paula.
Me quedé en el cementerio mucho tiempo, sin rezar porque no recordaba ninguna oración; en cambio se me aparecían, como si estuviera leyéndolos en aquel momento, párrafos de las cartas de Lucio:
A las seis de la tarde me salí de mi casa. En vez de irme directo a la cantina de Taide, agarré por el camino viejo para no tropezarme con Elfego y mucho menos con Serena. Estoy seguro de que ella se habría asustado como siempre que de casualidad nos encontramos. ƑQué será lo que le horroriza más de mí a esa niña preciosa y pecadora? Puede ser mi frente, o el cuello, o los huesos salidos de mi pecho o la forma en que rengueo al caminar. Yo, en cambio, lo adoro todo de ella, y eso que me he prohibido recordarla.
Cuando pasé frente a la parroquia el reloj daba las siete. Tuve muchos deseos de regresar a mi casa y asomarme por la ventana para verlos, oírlos, mirarla, hacerme la ilusión. Oh Dios: no te bastó con deformar mi cuerpo y torcer mi lengua. Me sometiste a otra prueba de amor y de fidelidad llenando mi horrible ser con este bello deseo por Serena. Lo frené, sabes que no miento: jamás he tocado a una mujer. Son otros, Señor, los que me han hecho traicionarte. šApiádate de mí!
Sé lo que está pensando. En su lugar yo también diría: "Qué cosa tan macabra, tan horrible, repetir ante una fosa recién abierta los pecados del difunto". Pero se equivoca. Si recordé las cartas de Lucio fue para que se hicieran presentes, al mencionarlos, todos los hombres y mujeres que convirtieron su casa en un infierno.
Cuando vuelvo a mi cuarto siento que las paredes me asfixian y del techo se desprenden lenguas de fuego. En medio del horror oigo el deseo: me aconseja mirar en el trocito de espejo colgado junto a la puerta. Me asomo con la esperanza de ver a los amantes que se fueron, cada uno por su camino y buscando las sombras. Pero en el azogue sólo encuentro mi cara. Grito y maldigo la hora en que nací, mi debilidad, la asquerosa miseria que me obliga a rentarle mi casa al mal amor que tanto hiere a mi Dueño.
Cada vez juro que no volveré a prestarme a este juego infame que me transforma en socio del Maligno. Hago penitencia, ayuno y, si no, busco en el monte yerbas qué comer. En las noches rezo durante horas y el nuevo día me encuentra firme. Pero mi fortaleza se rinde cuando esos cerdos vienen y, queriendo halagarme, pronuncian el nombre de la que será su amante. Me piden entender que necesitan un lugar seguro -donde no puedan aparecerse los ofendidos: esposos, padres, hermanos- para encontrarse con sus futuras queridas: Rosa, Mirtala, Concepción, Teresa, Herminia, Delia, Marcia.
Todas ellas estuvieron en mis sueños desde que las vi. Por alcanzarlas, aunque sea mediante otros cuerpos, acepto el dinero que me dan para que abandone mi casa dos o tres horas. Ese tiempo me resulta eterno. Los minutos son largos y con cada uno que pasa aumenta mi tentación de volver al refugio del amor y mirar. Huyo de mi ansia y de mí. Entro en la cantina y bebo. Cuando los pensamientos son más fuertes que yo, tomo la hoja y te escribo. Señor, aunque ya lo sepas, quiero explicarte el motivo de mi traición hacia Ti: el Ser al que más amo, y yo al que has querido menos.
Pobre Lucio: Ƒsabe cuánto le pagaban por el cuarto? Diez, 15 pesos. šUna miseria! Y aunque hubiera sido mucho más, con nada lo compensaba por los horrores de verse siempre traicionado. A eso se refirió en una de sus últimas cartas.
Soy ignorante y miserable, pero entiendo cuánto Te he hecho sufrir con mi traición. ƑCómo no saberlo, si lo vivo en carne propia? Cada vez que una de esas mujeres recorre el camino hacia mi casa me traiciona, abandona mi sueño y se arroja, como bestia, en mi cama. ƑLo harían si yo estuviera tendido allí? šRespóndeme!
Dios le contestó a Lucio la noche en que le dio fuerza para quitarse la vida. Haciéndolo, se llevó también algo de la mía. Lo supe la primera noche en que él no vino y me quedé esperándolo, como si no supiera que estaba enterrado. La ausencia de Lucio llegó a pesarme tanto que algunas veces mejor cerré la cantina. Así comprendí lo que él sentía cuando le alquilaba su casa al mal amor.
Ya está bueno de plática. ƑQué le parece si de una vez cerramos el trato? No se arrepentirá. Es el negocio ideal: nunca vienen inspectores, no falta la clientela y Lucio jamás volverá.