ISRAEL ALIENTA EL TERRORISMO
La
destrucción del edificio conocido como la Mukataa, sede de la Autoridad
Nacional Palestina (ANP) en Ramallah, por parte de las tropas ocupantes
israelíes, es un grave e inaceptable atropello a la legalidad internacional
y constituye una nueva provocación de Tel Aviv que cierra aún
más los estrechos márgenes de paz entre israelíes
y palestinos y exhibe, una vez más, que la ofensiva de Ariel Sharon
contra la nación palestina tiene en las fobias personales de ese
gobernante un componente esencial. Otro tanto puede decirse de la admisión
por parte del viceministro israelí de Defensa, Weizman Shiri, de
que Sharon tiene el propósito de obligar al sitiado presidente de
la ANP, Yasser Arafat, a partir al exilio.
En el contexto del conflicto palestino-israelí,
el arrasamiento del cuartel general de Arafat representa además
un mensaje inequívoco para las organizaciontes terroristas -tanto
islámicas como seculares- en el sentido de que las gestiones de
paz y sus protagonistas están condenados a la derrota. La reducción
del jefe de la ANP a la condición de sobreviviente acorralado en
las ruinas de su sede es una humillación y un agravio adicional
al conjunto de los palestinos; asimismo, este acto de barbarie minimiza
la presencia en el escenario del conflicto de quien ha sido, les guste
o no a los gobiernos de Israel y de Estados Unidos, un elemento fundamental
de moderación y contención en el lado palestino. Desde ambas
perspectivas, la demolición de la Mukataa y el hostigamiento irresponsable
de la dirigencia de la ANP representan una incitación a Jihad Islámica,
Hamas y otros grupos radicales a continuar con los atentados terroristas.
Para la comunidad internacional, encabezada por Estados
Unidos, la Unión Europea, Rusia y China, la presencia de tanques
y bulldozers israelíes en las ruinas de la sede gubernamental
palestina es un vergonzoso recordatorio de la hipocresía y del doble
rasero con que actúan las grandes potencias. Los crímenes
perpetrados por el gobierno israelí en los territorios palestinos
ocupados no son menos graves que la invasión iraquí de Kuwait,
por ejemplo -con su cauda de pillajes, asesinatos y operaciones de "limpieza
étnica"- o que las tropelías perpetradas por el régimen
de Slobodan Milosevic en Bosnia y en Kosovo. Sin embargo, y a diferencia
de lo ocurrido en esos episodios aún recientes, la Organización
de Naciones Unidas, su Consejo de Seguridad y los gobiernos occidentales
y sus socios permanecen impasibles ante la destrucción de la nación
palestina por los israelíes. Las condenas de la UE, así como
las tibias expresiones de desaprobación de Washington a la destrucción
de la sede de la ANP, son tardías y a todas luces insuficientes
para detener la insensatez de Sharon.
A estas alturas debe resultar claro que ningún
acto de violencia de Estado podrá poner fin al encono entre israelíes
y palestinos y que, por el contrario, la barbarie de los ocupantes en las
tierras palestinas sólo conseguirá sembrar más odios
y rencores, así como nuevos atentados terroristas.