ISIDORE: SALDOS Y PENDIENTES
El
paso del huracán Isidore por la península de Yucatán,
la terrible destrucción material causada por el fenómeno,
así como la manera de afrontar la emergencia y el panorama de desastre,
hacen pertinentes algunas reflexiones.
Debe destacarse, por principio de cuentas, que el huracán,
convertido en tormenta tropical, ha permitido constatar los avances registrados
en el país, en la última década, en materia de protección
civil. Los tres decesos relacionados con el meteoro, sin dejar de ser lamentables,
contrastan con las decenas, centenas o miles de víctimas fatales
producidas por desastres naturales de gravedad semejante, y relativamente
recientes, como los ocurridos en Guerrero, Puebla, así como en todo
el sureste hace 14 años, a causa del huracán Gilberto. En
la presente coyuntura, los mecanismos de alerta federales, estatales y
municipales, civiles y militares, han venido operando de manera eficaz
y satisfactoria y han contribuido a minimizar el número de muertes.
El crédito por la construcción de tales mecanismos debe atribuirse
por igual a la sociedad civil y a las autoridades de todos los niveles,
y resulta oportuno congratularse por ello.
Lo anterior no debe hacernos olvidar que el peligro de
Isidore aún no ha pasado, toda vez que el huracán, por ahora
convertido en tormenta tropical, podría volver a golpear con fuerza
renovada las costas del golfo de México y producir más devastación
en Veracruz, Oaxaca y Tamaulipas. Sería imperdonable que, ante la
superación de la primera fase de la emergencia, se bajara la guardia,
se relajaran las medidas de protección y se propiciara así
el desarrollo de una tragedia en esas zonas costeras.
Tampoco debe perderse de vista que en la península
de Yucatán el meteoro ha dejado decenas de miles de damnificados
en situación crítica --es decir, personas que han perdido
su hogar y todas sus pertenencias--, gran número de afectados económicos
--campesinos, pescadores, asalariados, pequeños comerciantes y microempresarios,
en su mayoría--, así como daños severísimos
en la infraestructura y en las comunicaciones de la región.
Ese panorama desolador demanda una movilización
nacional --social y gubernamental-- en auxilio a los mexicanos arruinados
por Isidore. Tal movilización debe empezar por asegurar el sustento
y el albergue a quienes perdieron sus viviendas y sus pertenencias --quienes,
como suele ocurrir en estas circunstancias, se ubican entre los más
pobres y desprotegidos--, pero no debe quedarse allí. Será
necesario, además, un esfuerzo sostenido y resuelto para reconstruir
la infraestructura destruida y para reactivar los sectores económicos
devastados, empezando por el agrícola y el pesquero. El grado de
eficiencia y la profundidad del compromiso en esas tareas permitirán
medir, a su vez, lo que se ha avanzado en la construcción de una
nación democrática y comprometida con el bienestar de sus
habitantes.