A CONFESION DE PARTE...
El
jefe de los economistas del Banco Mundial, Nicholas Stern, acaba de declarar
que los países industrializados son "hipócritas", pues pregonan
el libre comercio e intentan imponerlo en todo el mundo mientras practican
el proteccionismo y otorgan cientos de miles de millones de dólares
para subsidiar sus productos agrícolas, que sin los mismos no serían
competitivos. El economista, evidentemente, tenía presente particularmente
la política del gobierno estadunidense que ha puesto fuertes trabas
a la importación de acero (lesionando así los intereses de
México, Brasil y Argentina, además de los europeos y japoneses)
y ha levantado barreras ante una serie de productos (recuérdese
sólo el atún o el aguacate mexicanos). Sobre todo hacía
referencia a los subsidios a los productos agrícolas, que alcanzan
un monto anual de 311 mil millones de dólares y van --dijo el funcionario--
a los bolsillos de las grandes corporaciones agroindustriales, las cuales
tienen enorme responsabilidad en la verdadera catástrofe que aqueja
al campo mexicano.
Además, según el economista en jefe, los
gobiernos de esas grandes potencias industriales, integrantes del Grupo
de los Siete, actúan con la hipocresía que él denuncia
para así "complacer a poderosos grupos de presión". Lo cual
quiere decir, en palabras pobres, que las políticas económicas
de dichos gobiernos están determinadas por una oligarquía
de grandes empresas y muy poco o nada tienen que ver con la definición
que Abraham Lincoln hizo de la democracia como "gobierno del pueblo, para
el pueblo y por el pueblo", comprobación que agrega una burla sangrienta
a la mentira hipócrita.
Aunque es evidente la contradicción, por un lado,
entre la exigencia del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional
(FMI) de que todos los países practiquen al pie de la letra la apertura
comercial que las naciones industrializadas se cuidan muy bien de aplicar
y, por otro, la realidad de que éstos son gobernados por oligarquías
que sirven a grandísimas empresas oligopólicas de escala
mundial, no deja de ser importante la denuncia de Nicholas Stern.
En primer lugar, porque revela que algunos altos funcionarios
pueden llegar a tener conflictos éticos con las organizaciones donde
trabajan o con los "patrones" de las mismas, como se vio anteriormente
en el caso de Peter Stiglitz, el Premio Nobel de Economía que fuera
también economista jefe del Banco Mundial y es hoy duro crítico
de la política del Banco Mundial y del FMI.
Y, en segundo lugar, porque demuestra que la política
de las grandes potencias proteccionistas, y sobre todo del gobierno Bush,
es brutal y ni siquiera se preocupa por guardar las apariencias y por dar
una apariencia de legalidad a sus acciones y, por el contrario, no sólo
viola abiertamente los principios que proclama sino que ni siquiera siente
la necesidad de reemplazarlos por otros principios, lo cual deja en la
más absoluta ilegalidad a quienes les sirven y, por consiguiente,
se sienten incómodos.
Si el Banco Mundial, que ha sido parte principal en la
aplicación de las políticas que depreca, olvida eso y quiere
plantear la esperanza utópica de separar al capital financiero de
los monopolios (o sea al Dr. Jekill de Mr. Hyde) y al gobierno de los trusts
petroleros y armamentistas de las grandes corporaciones que hacen una guerra
diaria al mundo en todos los terrenos económicos y sociales, arará
en el mar al tratar de convencerlos. Para nosotros y para los pueblos víctimas
de esas políticas queda la confesión de parte sobre la hipocresía
e insostenibilidad moral de las mismas.