Guillermo Almeyra
Los intelectuales ante el imperio
Cuatro mil intelectuales de Estados Unidos se pronunciaron
valientemente contra la decisión de la camarilla que gobierna la
Casa Blanca de arrogarse el derecho de declarar, en cualquier momento y
contra cualquier país, una guerra preventiva, y de preparar la guerra
contra Irak prescindiendo de la legalidad internacional y de las mismas
Naciones Unidas. Hay que destacar la importancia de este pronunciamiento
y además el valor de los firmantes, que defienden a la vez el derecho
internacional y los derechos democráticos en Esatados Unidos, pisoteados
por la Patriotic Act y por las medidas represivas y anticonstitucionales
del gobierno de los petroleros y armamentistas. Sin embargo, hay que lamentar
simultáneamente la pobreza cultural, la insensibilidad o, pero aún,
la complicidad pasiva de la mayoría de los intelectuales, mexicanos
y de otros países, que dejan pasar en silencio la imposición
imperial de una doctrina que borra de un solo plumazo las soberanías
nacionales e impone el totalitarismo en Estados Unidos y el terrorismo
de Estado organizado por Washington en el resto del mundo. La doctrina
de la guerra preventiva con su corolario de la responsabilidad colectiva
de los pueblos por los actos o las palabras de sus gobernantes, es una
doctrina fascista. Supone que se puede matar preventivamente a un niño,
porque se cree que, una vez adulto, podrá atacarnos, y que las intenciones
de agresión o de reacción (para colmo presumidas por quien
tiene motivos de sobra para que lo odien) justifiquen por sí mismas
una guerra antes de que se concreten en acto alguno. Por supuesto, para
medir las intenciones ajenas, como el proceso de rearme, Washington justifica
e instaura su espionaje y su injerencia constante en todos los países.
Y con su teoría da el tiro de gracia a la ONU, como Hitler y Mussolini
se lo dieron a la Sociedad de las Naciones con sus actos bélicos
unilaterales antes de la Segunda Guerra Mundial.
Hay motivo de sobra para que un intelectual, que en teoría
debería preocuparse por los principios, por la civilización,
por el derecho, por el bien de la Humanidad, se indigne, se movilice, proteste,
denuncie la barbarie. Pero no se ve esa respuesta: hay en cambio silencio
ante lo que hace el dúo Bush-Sharon en Palestina y sobre la pretensión
israelí de determinar quién debe ser el gobierno palestino
y de destruir al pueblo, supuestamente para castigar a Yasser Arafat. Y
los mismos que sólo juntan firmas o protestan contra el gobierno
de Fidel Castro en Cuba, por ejemplo, permanecen impertérritos ante
atentados infinitamente peores contra los derechos democráticos
en Estados Unidos y ante los crímenes constantes que este país
promueve y organiza en todo el mundo.
Pero hay "intelectuales" aún peores. Por ejemplo,
en una revista político-literaria abundantemente financiada por
Carlos Salinas de Gortari aparecen en su reciente número brulotes
contra la Independencia mexicana y contra sus protagonistas. Es la misma
línea que había llevado a intentar cambiar, en el gobierno
de Ernesto Zedillo, los libros de texto gratuitos para podar de la memoria
histórica de los mexicanos a los Insurgentes y también la
respuesta a las invasiones estadunidenses. Aclaremos: no hay en ese libelo
un intento de eliminar los iconos y bajar de los altares a los hombres
de la Independencia, para hacer de ellos personajes de carne y hueso, con
contradicciones y límites históricos y personales. Eso es
legítimo y es, además, un deber para todo historiador. Hay
en cambio una defensa del conservatismo y de la reacción, echando
mano para eso de reaccionarios del pasado, como Alamán. Es la misma
tendencia que lleva al PAN a tener a Iturbide como héroe máximo.
Los argumentos centrales de esos señores sostienen que en la Colonia
se estaba mejor, había orden y prosperidad y un poder centralizado
que cobraba los impuestos, y que la Revolución causó el caos.
También se dice que la Revolución fue obra de curas, "que
desataron los indios y la canalla" y por eso fue sangrienta y con olor
de incienso y, por último, que Hidalgo y Morelos eran hipócritas
e inconsecuentes.
Que historiadores descubran ahora que las revoluciones
causan daños económicos, que las guerras civiles son dañinas,
que sus protagonistas están siempre llenos de contradicciones parece
cosa de Perogrullo. Lo lamentable es que no se preocupen por qué
se produjo la revolución de Independencia no solamente en México
sino también, contemporáneamente, en todas las colonias españolas
de América y que no intenten ni siquiera explicar por qué
la baja intelectualidad de la época (curas y oficiales de baja graduación)
rompieron con la jerarquía de la Iglesia y con los altos mandos
y fueron cuadros insurgentes. No son los curas y los oficiales los que
explican la revolución de Independencia, sino la necesidad de ésta
lo que provocó la ruptura vertical de los órganos de dominación
españoles (Iglesia y fuerzas armadas), cosa que los historiadores
por lo menos deberían intuir (sobre todo a la vista de lo que sucedió
desde el Concilio de Medellín y sigue sucediendo con los curas de
la Teología de la Liberación).
¡Qué raro que cuando Estados Unidos anula
la soberanía de todos los estados florezca el revisionismo que intenta
borrar la identidad nacional o cunda el silencio entre quienes se autoproclaman
elite!