Rolando Cordera Campos
De marchas triunfales a victorias pírricas
Una vez que el presidente Fox declaró ante el mundo
que lo chantajeaban los líderes del sindicato petrolero, cambió
el juego del poder. Para bien del Presidente, por lo pronto, pero para
mal del país, a un cierto plazo, si a este cambio de juego no le
sigue otro que no puede depender de la voluntad o los sentimientos presidenciales.
Las treguas priístas y los triunfos inmediatos
del gobierno indican que la coyuntura no es ya la de la huelga en Pemex,
pero lo que se pone en cuestión es el futuro de la política
democrática. Los pescadores siguen en pos de ganancias fáciles,
ahora detrás del Presidente acosado, pero lo que está por
delante de todos son tiempos difíciles y así hay que verlos.
La conjunción de los astros del plebiscito con que sueñan
López Obrador y seguidores, puede volverse realidad ominosa para
quienes desde los partidos y fuera de ellos imaginan que la crisis de hoy
podría dar lugar a un despeje promisorio mañana. La moneda
se ha puesto en el aire y las tentaciones autoritarias aumentan con los
días.
Empecemos por la economía de todos tan temida.
En ese frente no hay futuro, sino un presente continuo en el que la esperanza
languidece y la vida se agrava. La nueva economía no pudo con la
vieja y lo que Estados Unidos parece afrontar es un curioso horizonte de
crecimiento rampante que no encuentra relevo en Europa y Japón.
Con guerra y sin ella, el mundo se adentra en panoramas confusos para los
que no hay recetas, salvo las que repite el antiguo mago de la finanza
internacional para quien no hay otra ruta del mercado más libre
que se pueda. Al volver a su fe juvenil abrevada en las enseñanzas
delirantes de Ayn Rand, Greenspan no hace sino dar cuenta de la dificultad
canija en que se metió el mundo del fin de la historia, una vez
que los mitos de la exuberancia mercantil quedaron en la cuneta.
Al decidir seguir sin chistar la suerte del principal,
a México no le queda más que esperar; y a los dichos del
secretario de Economía sobre el cambio de giro hacia el mercado
interno o los blindajes agrícolas, no les resta sino engrosar el
diccionario de los malos chistes de la política económica.
Lo que hace la mano tiene que hacerlo el de atrás, y la mano la
tienen Guillermo Ortiz y Francisco Gil Díaz.
Pero es la política y no la economía la
que lleva el mando, aunque para muchos el problema sea la falta de este
último. Es notable cómo los consejeros del príncipe
se las arreglan para aparecer y reaparecer todos los días, al amparo
de la revolución mediática que cree encabezar el gobierno
de la República. Sin acuerdos claros, enfilados a lograr el máximo
de transparencia posible en una política que nunca ha tenido vocación
para ello, todo quedará en ruido y confusión, y los vacíos
de poder serán llenados por la eficacia del transformismo.
Recomendarle firmeza y temple al Presidente en sus vencidas
con los líderes sindicales, para al mismo tiempo intentar maquillar
a lo peor del corporativismo mafioso y negociante o, por otro lado, insistir
en la venta de Pemex, no es una defensa de la democracia, sino tratar de
sacar raja de lo que queda de un régimen al que de esa manera sólo
se le extiende la vida. Esa es, aunque sibilina, otra forma de chantaje.
El gobierno y los partidos no tienen enfrente la amenaza
de una huelga cuya legalidad no está en cuestión, sino la
perspectiva de que después de la tormenta y el temor estimulados
desde casi todos los frentes de la comunicación de masas, seguirán
unas masas insatisfechas e inseguras, pasmadas ante tanto acomodo y reacomodo
en las cúpulas sin que para ellas quede algún consuelo.
La victoria de Pemex, como se la empieza a ver, debería
servir para aclarar panoramas y definir posiciones. Los cruzados del nuevo
régimen deberían arriesgar en serio y proponer al país
un proyecto claro del rumbo que quieren seguir. Sin duda, una piedra angular
de esta definición tiene que ser la de la empresa petrolera que
no ceja de dar ganancias y asegurar la marcha del Estado; la otra es la
de un pacto social que no puede quedarse en el intercambio de desafueros...
o de prisioneros.
La marcha triunfal debería dar paso a un compromiso
explícito con la política democrática, la que hacen
los partidos y se condensa en el Congreso. Esta es la transparencia que
el desarrollo posible exige y la única que puede salir al paso de
la decepción silenciosa que puede llevar el año entrante
no a una victoria de las fuerzas del bien, sino a la soledad de la abstención
que nadie, salvo el peje volador que gobierna por aquí, puede reclamar
como fuente de legitimidad para mandar o desmandarse. Así empieza
la semana del cambio de juego.