Robert Fisk
Ceguera, hipocresía y mentiras de Estados Unidos
Hace años, en un atiborrado restaurante subterráneo en el centro de Teherán, mientras tomábamos duq -bebida iraní a ba-se de menta y yogurt- el antiguo director de investigación nuclear de Saddam Hussein me contó lo que le había pasado cuando hizo una petición personal para que un amigo suyo fuera excarcelado. "Me sacaron de mi oficina en Bagdad y me llevaron con el director de la seguridad estatal -me dijo-. Me arrojaron por unas escaleras y caí en una celda bajo tierra, me desnudaron y me amarraron a una rueda que estaba sujeta al techo. Después, el director vino a verme".
Dijo: "Usted nos va a decir todo sobre sus amigos. En su campo de investigación, usted es todo un experto, el mejor. Pero en mi campo de investigación yo soy el me-jor". Fue entonces cuando comenzaron con los azotes y los electrodos.
Todo esto ocurrió, por supuesto, cuando Saddam Hussein aún era nuestro amigo, cuando estábamos alentándolo a seguir asesinando iraníes durante la guerra que ocurrió desde 1980 hasta 1988 contra Teherán, cuando el gobierno estadunidense -bajo el mando del presidente Bush padre- otorgaba a Irak fondos preferenciales de asistencia agrícola. No mucho tiempo antes de eso, los pilotos del mandatario iraquí dispararon un misil contra un buque de guerra estadunidense llamado Stark, y casi lo hundieron. Fue un error del piloto, aseguró Saddam Hussein, la nave estadunidense fue confundida con un petrolero iraní. Estados Unidos perdonó alegremente al dictador iraquí.
Así eran aquellos tiempos. Pero quien hubiera asistido a la inauguración de la Asamblea General de Naciones Unidas y visto al presidente Bush hijo contarnos con toda su pasión texana acerca de las golpizas, las azotainas y las violaciones en Irak, hubiera pensado que apenas las había descubierto. Como ejemplo de una descarada hipocresía histórica, nada iguala esa parte del discurso del presidente. Hussein, al parecer, se transformó en un fulano malvado cuando invadió Kuwait en 1990. Antes de eso, era sólo un fiel aliado de Estados Unidos, un "hombre fuerte", que es como nuestros muchachos de las agencias de prensa gustan de llamar a nuestros dictadores, para no tildarlos de tiranos.
Pero la verdadera mentira en el discurso del presidente -que ha dominado el discurso político estadunidense desde los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre del año pasado- fue la virtual au-sencia de cualquier intento de explicar las razones reales por las cuales Estados Unidos se vio bajo ataque.
En su mendaz artículo publicado recientemente en el periódico The Independent, el secretario de Defensa estadunidense, Donald Rumsfeld, también intentó enmascarar la realidad. El ataque del 11 de septiembre, anunció, fue un atentado contra un pueblo "que cree en la libertad, que practica la tolerancia, que defiende los derechos inalienables del hombre". Como de costumbre, no hizo absolutamente ninguna referencia a Medio Oriente, a las de-plorables y sesgadas políticas de su país en la región, ni a su implacable apoyo hacia aquellos dictadores árabes que tienen algo que ofrecer, como lo hicieron con Saddam Hussein, por ejemplo, en momentos en que el director de investigaciones nucleares iraquí padecía su calvario. Tampoco aludió a la presencia militar estadunidense en las más sagradas tierras musulmanas ni a su incondicional respaldo a la ocupación israelí de Palestina en Cisjordania y en la franja de Gaza.
Curiosamente, un muy débil fantasma de esta realidad sí logró colarse en el comienzo del discurso de Bush. Contenía dos frases cuya importancia fue totalmente ignorada por la prensa estadunidense -y cuyo significado real bien pudo haber pasado desapercibido por el mismo Bush, ya que no fue él quien escribió el discurso-, pero pese a todo fue muy revelador. "Nuestra seguridad común -dijo- está siendo desafiada por conflictos regionales; una lucha étnica y religiosa que es antigua pero no inevitable. En Medio Oriente no puede ha-ber paz para ninguna de las partes sin libertad para ambas partes". Luego repitió su gastada frase sobre la necesidad de una "Palestina democrática e independiente".
Esto es tal vez lo más cercano que tendremos, hasta ahora, de un reconocimiento oficial de que toda esta terrible crisis es sobre Medio Oriente. Si ésta es una simple guerra de la civilización contra el "mal" -esa cantaleta que el señor Bush hace poco estaba vendiéndole otra vez y de manera cruel a sobrevivientes del 11 de septiembre y a familiares de las víctimas-, Ƒentonces qué son esos "desafíos regionales?" ƑPor qué Palestina logró insinuarse en el discurso ante la ONU de Bush? No hace falta decir que esta pequeña verdad, extraña e incómoda, no era del interés de los medios de comunicación de Washington ni de Nueva York, cuya acendrada negativa a investigar las causas políticas reales de toda esta catástrofe ha tenido como resultado una cobertura informativa que es tan bizarra como esquizofrénica.
Antes de que anocheciera, el pasado 11 de septiembre, estuve mirando seis canales estadunidenses de televisión y vi 18 veces cómo se derrumbaban las Torres Gemelas del World Trade Center. Las pocas referencias a los asesinos suicidas que cometieron este crimen no mencionaron una sola vez que todos ellos eran árabes. Esa misma semana el Washington Post y el New York Times llegaron a extremos insufribles para separar su cobertura sobre Medio Oriente de sus conmemoraciones del 11 de septiembre, como si mezclar ambos temas en algún momento fuera una especie de sacrilegio o un acto de mal gusto.
"El reto de esta administración es ofrecer una explicación coherente y convincente de por qué el peligro de Irak se relaciona con los ataques del 11 de septiembre"; esto es lo más cerca que llegó el Washington Post de sospechar una canallada, y lo hizo apenas en el séptimo párrafo de un editorial de ocho párrafos.
Todas las referencias a Palestina o a ilegales asentamientos judíos, o a la ocupación israelí de tierras árabes, simplemente fue borrada de la conciencia pública la se-mana del aniversario de los atentados. Cuando Hannan Ashrawi, la más compasiva de las mujeres palestinas, trató de dar una ponencia en una universidad de Colorado el pasado 11 de septiembre, grupos judíos organizaron una masiva manifestación en contra de ella, y la televisión estadunidense simplemente desconoció la tragedia palestina. Es un honor para la labor reporteril que por lo menos fue transmitido el mordaz programa de John Pilger, titulado "Palestina sigue siendo el tema". Eso sí, en el penoso horario de las 23 horas.
Pero tal vez ya carece de importancia. El señor Rumsfeld se presenta como alguien de muy dudosa reputación cuando afirma cosas tan absurdas como lo hizo cuando se le pidieron pruebas del potencial nuclear de Irak, y el respondió: "La ausencia de evidencia no significa la evidencia de la ausencia". Con afirmaciones así, bien po-dríamos poner fin a todo debate moral. Cuando el señor Rumsfeld se refiere a "la así llamada Cisjordania ocupada", aparece como un hombre de muy mala reputación. Cuando promueve la política de un "acto" de guerra preventivo -como lo hizo en su artículo para The Independent- olvida la invasión "preventiva" de Israel a Líbano de 1982 que costó la vida a 17 mil 500 árabes en 22 años de ocupación y que terminó en un repliegue y en una derrota militar para Israel
Ocurren cosas muy extrañas en estos momentos en Medio Oriente. La inteligencia militar árabe reporta traslados masivos de cargamentos de armas estadunidenses por toda la región, no solamente hacia Qa-tar y Kuwait, sino a través del Mar Arabe, del Mar Rojo y al este del Mediterráneo. Se dice que estrategas militares y estadunidenses se han reunido en Tel Aviv dos ve-ces para discutir los posibles resultados de la próxima guerra en Medio Oriente. La destrucción de Saddam Hussein y la división de Arabia Saudita -escenario muy probable si Irak se desmorona- han sido durante mucho tiempo el sueño de los is-raelíes. Como lo descubrió Estados Unidos durante su fructífero periodo de neutralidad entre 1939 y 1941, la guerra aceita la maquinaria de la economía. ƑEs eso lo que está ocurriendo actualmente: la preparación de una guerra para reflotar la economía estadunidense?"
Mi colega israelí Amira Haas definió una vez nuestro trabajo como periodistas afirmando que somos "el monitor de los centros de poder". Nunca ha sido tan importante para nosotros hacer precisamente eso, porque si llegamos a fracasar nos vemos convertidos en el micrófono del poder.
Por tanto, recomiendo algunos pensamientos para las semanas por venir: Re-cuerden los días en que Saddam Hussein era amigo de Estados Unidos; recuerden que los árabes que perpetraron los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre del año pasado vinieron de un lugar llamado Medio Oriente, una región llena de injusticia, ocupación y tortura; recuerden Palestina; recuerden que hace un año nadie hablaba de Irak, sólo de Al Qaeda y Osama Bin Laden.
Y supongo que también debo recordarles que hablar sobre el "mal" puede ser muy útil para atraer multitudes, pero el "mal" también es un enemigo muy difícil de derribar con un misil.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca