Falta reconstruir viviendas pero ya se remodelan
instalaciones de "gran turismo"
En Yucatán, Isidore dejó al descubierto
la riqueza de unos y la miseria de muchos
En forma paulatina llega la ayuda a municipios del poniente,
pero se necesita más
JENARO VILLAMIL ENVIADO
Merida, Yuc., 3 de octubre. Escenas de contrastes
se observan en el poniente del estado, a trece días de la destrucción
generada por Isidore. En la hacienda Ochil parecería que
nunca pasó un huracán con vientos de hasta 250 kilómetros
por hora.
Dos pavorreales extienden su plumaje en la entrada de
una construcción habilitada como restaurante de lujo por el ex bolsista
y ex accionista principal de Banamex, Roberto Hernández. Los trabajadores
-que hacen recordar a los peones de hacienda que laboraban en las "tiendas
de raya" de la época porfiriana- relatan que se pusieron manos a
la obra para que este sitio, de "gran turismo", volviera a funcionar.
La
ex hacienda está acondicionada con riego artificial, pasto recién
podado y hermosos henequenales que sirven como escenografía del
viejo poderío. A unos cuantos metros de distancia, sobre la carretera
que conduce de Umán a Muna, aún se observan los destrozos
en granjas avícolas, como las de Bachoco, y decenas de hectáreas
de cultivos arrasadas por Isidore.
La hacienda de Ochil, junto con las de Santa Rosa, Temozón,
Itzincab y Uayamón, en Campeche, constituyen el "orgullo yucateco"
de Roberto Hernández, quien se dejó fotografiar junto a Vicente
Fox en su reciente gira.
Adquirió esas haciendas desde finales de la década
de los 90 y las ha convertido en sitios exclusivos.
Suspicaces, no pocos yucatecos subrayan el hecho de que
la cuenta de ayuda a los damnificados por el huracán sea de Banamex,
el banco de Hernández, quien también ostenta entre sus medallas
ser amigo personal del gobernador panista Patricio Patrón Laviada,
y del propio Vicente Fox.
Esas haciendas rehabilitadas forman parte de un paquete
más amplio de construcciones adquiridas por Hernández para
"promover el turismo". En algunas de ellas, el hospedaje tiene un costo
de más de cien dólares por noche.
Poco a poco fluye la ayuda
En los poblados y en las haciendas vivas -aquellas donde
aún habitan centenas de familias de agricultores mayas- la ayuda
y las despensas ya se ven. Después de la gira del presidente Vicente
Fox por la entidad, en los municipios del sur las mujeres ya no se quejan
por la falta de despensas.
Al contrario, en el municipio Dzan, una ordenada fila
de decenas de mujeres reciben de la esposa del alcalde panista, doña
Rosa Parra Paredes, una despensa completa con un kilo de frijol, un kilo
de arroz, 500 gramos de lenteja, dos kilogramos de harina, un litro de
aceite y dos de agua purificada. Los días anteriores también
se les repartió leche, café, pastas y galletas.
En esta comunidad se han entregado mil despensas diarias
desde hace una semana. Pero la necesidad de la gente es mucha.
"Nosotros perdimos toda la milpa. Se me cayeron los árboles
de naranja, de toronja, de mandarina y de limones", dice doña Ligia
Bolaños. En tanto, en un español mezclado con la cadencia
de la lengua maya, doña Apolonia Tzuc completa: "Aquí hay
muchos árboles caídos. Las parcelas se perdieron. Se destruyeron
en mi casa 30 matas. Mis hijas no tienen dónde ir. Está bien
que nos ayuden, porque estamos muy tristes por nuestras naranjas caídas".
"Fox ma' tu tail'on", dice con alegría otra mujer.
Con esta frase expresa que el presidente Fox no las ha visitado. Hace dos
días estuvo en comunidades como Tekax, Acanceh y otras que se ubican
a unos 40 y 30 kilómetros. Pero no están molestas. Su actitud
contrasta con la furia y la desesperación observada en otros municipios,
como en Motul, donde se ha generado descontento y quejas contra el alcalde
-también panista, como el de Dzan- por guardar las despensas y enfrentarse
a las mujeres damnificadas.
"Comenzamos desde cero": Salubridad
En
el puerto de Celestún, al otro extremo de la península, el
huracán no provocó destrozos en la ciénaga como los
que se observan en San Felipe, Río Lagartos y Telchac. Sin embargo,
los servicios de sanidad comienzan a recorrer las calles del pueblo, ya
que el agua del puerto de abrigo se desbordó y anegó las
calles aledañas. Los focos de infección para el cólera
y el dengue están presentes.
"Nosotros hemos comenzado desde cero", comenta un joven
médico que recorre este puerto de pescadores, famoso también
por los enfrentamientos que han tenido los pobladores con sus vecinos de
Campeche por conflictos limítrofes para la pesca.
Muy cerca de la carretera se observan parvadas de flamencos
que se han acercado con el cambio de los flujos. La hilera rosada contrasta
con los manglares destruidos y con las casas de cartón que han sobrevivido
a la creciente del mar.
"El gobierno del estado dijo que no nos iba a dar ayuda
porque no la necesitamos. Nosotros no pedimos que nos den despensas porque,
afortunadamente, podemos comer pescado y no pasamos hambre, pero sí
pedimos que cierren el camino que se abrió con el puerto de abrigo
para que no nos volvamos a anegar", señala Gloria María,
una de las tantas vecinas de la ciénaga de Celestún.
Sus vecinas sostienen que hasta hace unos días
la gente se transportaba aquí en alijos, porque el agua de
la ciénaga cubrió todas las calles. "Aquí nos amoló
la creciente del agua y la falta de trabajo durante los días que
cerraron el puerto", subraya un pescador.
Como en decenas de zonas anegadas por el mar y los humedales
desbordados, el riesgo principal es que broten el cólera y el dengue.
Los servicios de salud del estado y federales anunciaron en días
pasados que intensificarán las medidas para evitar el brote del
dengue hemorrágico, una de las epidemias endémicas en el
estado.
Lo cierto, coinciden las autoridades, es que han comenzado
desde cero. La gente en las comunidades y en la propia ciudad de Mérida
ha intensificado la quema de ramas y árboles. Han hecho caso omiso
de las advertencias de los servicios de salud que piden paciencia para
frenar las quemas, que pueden provocar otro tipo de enfermedades respiratorias
e incendios.
La ausencia de una cultura para hacer frente a los desastres
de esta naturaleza y la incapacidad de las autoridades para recoger las
miles de ramas que derribaron los vientos, han provocado que en el paisaje
yucateco predominen las quemas y el humo que, como si fuera una pira, conjura
contra la destrucción vivida.