Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 5 de octubre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Política
DESFILADERO

Jaime Avilés

La banda del automóvil ruin

Sorprende al público descomponiendo la computadora de autos con una máquina de ruidos

PERO ANTES... Nueve sábados atrás, esta columna saludaba a sus lectores con las siguientes palabras: "Historiadora que no ha ejercido su mester, sino en el ámbito de la política, Olga Medina Serrano tiene un pie en la cárcel". Decidí publicar su caso, tan ilustrativo de la corrupción que florece en el PRD, para solicitar la intervención de Rosario Robles, cuando la síndica procuradora del municipio mexiquense de Los Reyes La Paz me relató sus 14 años de lucha contra el cacicazgo colectivo de las hermanas Cerón Nequis, mejor conocidas como Las Cochambres, tenebrosas damas priístas, dueñas del comercio ambulante en aquella comunidad, que infiltrando a uno de los suyos en el partido fundado por Cuauhtémoc Cárdenas encontraron el modo de seguir sirviéndose del erario al defraudar las esperanzas de cambio político de los votantes.

Hoy debo proclamar el fracaso absoluto de aquella página. Al igual que Amalia García, Rosario Robles tampoco frenó los abusos del alcalde "perredista" Dino Ortiz. Por lo tanto, luego de hacerle la guerra, despojándola de todos sus em- pleados para impedirle que fiscalizara la cuenta pública del municipio, ayer, a las 10 de la mañana, Ortiz consumó la injusticia. La maestra Medina Serrano fue encerrada en el penal del Bordo de Xochiaca. A ver si ahora, finalmente, sus "compañeros de lucha" de la dirección nacional del PRD se apiadan de ella...

Un atraco del siglo XXI

Una señora de 71 años de edad manejaba su coche por la lateral del Periférico sur, hace dos jueves por la tarde, cuando sintió un golpe en la carrocería. "Pensé que me habían lanzado una piedra", me contó. A los pocos metros volvió a experimentar la misma sensación, no una sino varias veces, antes de comprender que el motor perdía potencia. A través de la ventanilla observó que dos hombres, desde un auto que se había emparejado al suyo, intentaban decirle algo.

-¡Párese! -oyó mientras bajaba el vidrio-. Su carro está echando lumbre por el escape.

Frenó, al tiempo que su vehículo se apagaba, y se apeó para ver las supuestas llamas, en tanto los "serviciales" individuos llegaban corriendo para "auxiliarla".

-¡Qué barbaridad! -le dijo uno-. Por suerte, nosotros somos mecánicos. Déjenos ver su motor.

Atónita por la extraordinaria coincidencia, la señora quitó el seguro de la tapa del cofre y permitió que los hombres examinaran las vísceras de su medio de transporte.

-Es un problema eléctrico -determinaron en menos de medio minuto.

Le pidieron permiso para sacar la computadora que los autos del siglo XXI llevan debajo de la base del timón. Y a la vista del aparato, que mostraba en efecto marcas de fuego, concluyeron que el cerebro cibernético de la nave se había "fundido".

-No nos lo va a creer, señora, pero nosotros, de pura chiripa, traemos una computadora nuevecita, idéntica a la suya. Si quiere se la instalamos, aquí nomás...

-¿Cómo cree usted? -remilgó la señora-. Debe ser carísima...

-No tanto -sonrió el otro "mecánico"-. Denos 10 mil pesos.

Total, cerraron el trato en dos mil pesos y después de montar la flamante refacción fueron a un cajero automático, aguardaron a que la señora retirara el dinero y se despidieron como dos blancas palomas. A la mañana siguiente, la señora llevó el carro al taller de su confianza, relató su incomprensible desventura y supo que era la cuarta persona, en lo que iba de aquella semana, que llegaba con la misma anécdota, asombrosa pero no inexplicable.

A fuerza de preguntar entre sus amistades, la señora descubrió algo que ignora el propio Marcelo Ebrard, jefe de la policía capitalina. Desde hace dos años al menos, fecha del testimonio más antiguo, en la ciudad de México opera una banda de atracadores cibernéticos. Estos se dedican a timar, sobre todo, a personas de la tercera edad, empleando un aparato que "dispara" ruidos, de coche a coche, descomponiendo el disco duro de un vehículo en movimiento.

Otro de los asaltados me dijo que fue víctima de esta banda en dos ocasiones. "La primera me vieron la cara, exactamente como a la señora que habló con usted. Al principio creí que me estaban balaceando el coche, porque sentí unos golpes muy fuertes. Luego se bajaron unos fulanos, dizque para ayudarme, y al final me vendieron una computadora nuevecita. Pero cuando abrieron su cajuela para sacarla, vi que traían no una sino cinco. Eso fue hace año y medio. La segunda vez fue hace como ocho meses, pero yo tengo buena memoria y reconocí al tipo ése. Le dije: o me deja mi coche como estaba o llamo a la policía. Y sí, me volvió a poner mi propia computadora y se largó tan quitado de la pena".

El viernes de la semana pasada me encontré a Octavio Romero Oropeza, oficial mayor del Gobierno del DF, y hablando de esto y de aquello le platiqué acerca de la banda de estafadores cibernéticos. Esta fue su respuesta: "Nosotros nos reunimos todos los días con el gabinete de seguridad, pero nunca habíamos oído esto. Lo voy a plantear para que se investigue", prometió. Pero no había de terminar ahí la cosa...

Ataque a Pascual Boing

Días más tarde, en una cantina del centro bebían un escritor y dos poetas que saben todo respecto de la nueva galaxia que hoy palpita y reúne a millones de personas en el ciberespacio. Les pregunté si era posible dañar a cierta distancia la computadora de un carro con una máquina que emite sonidos inaudibles para el oído humano, y no dudaron en decirme que sí.

"Probablemente son hackers", opinó el escritor, y antes que prosiguiera recordé que en el lenguaje de los internautas un hacker es un experto en computación, capaz de llevar a cabo proezas que se antojan irreales, por ejemplo, violar los códigos secretos de las empresas más ricas y poderosas de la tierra, pasar dinero de una cuenta bancaria a otra o "atacar" los sistemas de inteligencia de los gobiernos para desquiciarlos desde el teclado de un café de Internet.

Preocupada por este fenómeno -en contra del cual, también por ejemplo, el Pentágono gasta millones de dólares al año, tanto en espionaje como en contrainsurgencia cibernética-, a finales del sexenio de Zedillo, la Secretaría de la Defensa Nacional realizó un experimento para descubrir la identidad verdadera de los grandes maestros mexicanos que, sin ser tenistas, actúan en la red.

Una noche, el noticiario de Televisa informó que un hacker había atacado la página electrónica de la Secretaría de Hacienda, "pintándola" con "símbolos típicos de la subversión". De inmediato los verdaderos hackers mexicanos visitaron el portal de Hacienda y encontraron algo que les pareció falso, porque los "símbolos" garabateados eran tres -el del EZLN, la A de los anarquistas y el famoso sombrero del revolucionario nicaragüense Augusto César Sandino-, que en conjunto no guardan ninguna relación lógica entre sí.

En aquel tiempo, según mis amigos, los hackers solían reunirse clandestinamente en lugares públicos para decirse aquello que sólo podía ser transmitido en persona por vía oral. "Después del supuesto ataque a la página de Hacienda, empezaron a aparecer en esos encuentros unos sujetos con facha de policías. Los compas se dieron cuenta y les tomaban el pelo. ¿Ya no te acuerdas de mí, cabrón?, le decían a alguno. Pero si tú y yo trabajamos juntos en la PFP. Así los desenmascararon..."

Hay tantas clases de hackers como variantes ideológicas tiene el pensamiento político de nuestros días, pero hoy por hoy, debido quizá a la incertidumbre que existe en el mundo por la acentuada demencia del presidente George WC Hitler, la gauche electrónica está a la expectativa, impulsando una campaña que llama de "terrorismo poético", para burlarse, por ejemplo, de las cámaras escondidas que nos espían en las grandes ciudades del globo. Quienes la animan, invitan a sus camaradas, por ejemplo, a besarse con sus parejas dentro de los cajeros automáticos de los bancos, "enviando un mensaje que exalta la preminencia del amor sobre el dinero".

Pero en el campo de la derecha católica también se cuecen habas. Durante la campaña electoral de Fox, muchos periodistas mexicanos fuimos bombardeados por iracundos corresponsales internéticos que nos hostigaban por criticar al candidato presidencial del PAN. Eran voluntarios, en su gran mayoría, pero una vez que Fox subió al poder, algunos hallaron trabajo en el nuevo gobierno y en la actualidad "atienden" a determinados columnistas. Primero estudian el perfil sicológico de su "cliente", tratando de crear ciertos lazos afectivos a partir de presuntas afinidades, y escriben con regularidad para comentar tal o cual artículo, exigiendo, bajo imperativos morales, modificar opiniones que en esos momentos perturban a tal o cual funcionario.

La hazaña más reciente de los hackers de derecha se verificó esta semana, cuando a miles de buzones electrónicos del país llegó un mensaje que exhortaba a comprar refrescos de la marca Pascual Boing "para ayudarla a sobrevivir ante trasnacionales como Coca-Cola y Pepsi". El engaño se desnudó cuando Salvador Torres Cisneros, presidente de esa heroica cooperativa refresquera, 93 por ciento mexicana, declaró a un diario de circulación nacional, el pasado jueves, que "Pascual está mejor que nunca: en 2001 vendimos 34 millones de cajas de diversos productos y en 2002 esperamos subir a 37 millones de cajas, o sea, 120 mil diarias". El ataque pudo haber sido originado por la empresa Walt Disney, que ha demandado a la Pascual porque ésta utiliza en sus envases, desde 1940, la efigie del pato Donald.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año