DESFILADERO
Jaime Avilés
La banda del automóvil ruin
Sorprende al público descomponiendo la computadora
de autos con una máquina de ruidos
PERO ANTES... Nueve sábados atrás, esta
columna saludaba a sus lectores con las siguientes palabras: "Historiadora
que no ha ejercido su mester, sino en el ámbito de la política,
Olga Medina Serrano tiene un pie en la cárcel". Decidí publicar
su caso, tan ilustrativo de la corrupción que florece en el PRD,
para solicitar la intervención de Rosario Robles, cuando la síndica
procuradora del municipio mexiquense de Los Reyes La Paz me relató
sus 14 años de lucha contra el cacicazgo colectivo de las hermanas
Cerón Nequis, mejor conocidas como Las Cochambres, tenebrosas
damas priístas, dueñas del comercio ambulante en aquella
comunidad, que infiltrando a uno de los suyos en el partido fundado por
Cuauhtémoc Cárdenas encontraron el modo de seguir sirviéndose
del erario al defraudar las esperanzas de cambio político de los
votantes.
Hoy debo proclamar el fracaso absoluto de aquella página.
Al igual que Amalia García, Rosario Robles tampoco frenó
los abusos del alcalde "perredista" Dino Ortiz. Por lo tanto, luego de
hacerle la guerra, despojándola de todos sus em- pleados para impedirle
que fiscalizara la cuenta pública del municipio, ayer, a las 10
de la mañana, Ortiz consumó la injusticia. La maestra Medina
Serrano fue encerrada en el penal del Bordo de Xochiaca. A ver si ahora,
finalmente, sus "compañeros de lucha" de la dirección nacional
del PRD se apiadan de ella...
Un atraco del siglo XXI
Una señora de 71 años de edad manejaba su
coche por la lateral del Periférico sur, hace dos jueves por la
tarde, cuando sintió un golpe en la carrocería. "Pensé
que me habían lanzado una piedra", me contó. A los pocos
metros volvió a experimentar la misma sensación, no una sino
varias veces, antes de comprender que el motor perdía potencia.
A través de la ventanilla observó que dos hombres, desde
un auto que se había emparejado al suyo, intentaban decirle algo.
-¡Párese! -oyó mientras bajaba el
vidrio-. Su carro está echando lumbre por el escape.
Frenó, al tiempo que su vehículo se apagaba,
y se apeó para ver las supuestas llamas, en tanto los "serviciales"
individuos llegaban corriendo para "auxiliarla".
-¡Qué
barbaridad! -le dijo uno-. Por suerte, nosotros somos mecánicos.
Déjenos ver su motor.
Atónita por la extraordinaria coincidencia, la
señora quitó el seguro de la tapa del cofre y permitió
que los hombres examinaran las vísceras de su medio de transporte.
-Es un problema eléctrico -determinaron en menos
de medio minuto.
Le pidieron permiso para sacar la computadora que los
autos del siglo XXI llevan debajo de la base del timón. Y a la vista
del aparato, que mostraba en efecto marcas de fuego, concluyeron que el
cerebro cibernético de la nave se había "fundido".
-No nos lo va a creer, señora, pero nosotros, de
pura chiripa, traemos una computadora nuevecita, idéntica
a la suya. Si quiere se la instalamos, aquí nomás...
-¿Cómo cree usted? -remilgó la señora-.
Debe ser carísima...
-No tanto -sonrió el otro "mecánico"-. Denos
10 mil pesos.
Total, cerraron el trato en dos mil pesos y después
de montar la flamante refacción fueron a un cajero automático,
aguardaron a que la señora retirara el dinero y se despidieron como
dos blancas palomas. A la mañana siguiente, la señora llevó
el carro al taller de su confianza, relató su incomprensible desventura
y supo que era la cuarta persona, en lo que iba de aquella semana, que
llegaba con la misma anécdota, asombrosa pero no inexplicable.
A fuerza de preguntar entre sus amistades, la señora
descubrió algo que ignora el propio Marcelo Ebrard, jefe de la policía
capitalina. Desde hace dos años al menos, fecha del testimonio más
antiguo, en la ciudad de México opera una banda de atracadores cibernéticos.
Estos se dedican a timar, sobre todo, a personas de la tercera edad, empleando
un aparato que "dispara" ruidos, de coche a coche, descomponiendo el disco
duro de un vehículo en movimiento.
Otro de los asaltados me dijo que fue víctima de
esta banda en dos ocasiones. "La primera me vieron la cara, exactamente
como a la señora que habló con usted. Al principio creí
que me estaban balaceando el coche, porque sentí unos golpes muy
fuertes. Luego se bajaron unos fulanos, dizque para ayudarme, y al final
me vendieron una computadora nuevecita. Pero cuando abrieron su cajuela
para sacarla, vi que traían no una sino cinco. Eso fue hace año
y medio. La segunda vez fue hace como ocho meses, pero yo tengo buena memoria
y reconocí al tipo ése. Le dije: o me deja mi coche como
estaba o llamo a la policía. Y sí, me volvió a poner
mi propia computadora y se largó tan quitado de la pena".
El viernes de la semana pasada me encontré a Octavio
Romero Oropeza, oficial mayor del Gobierno del DF, y hablando de esto y
de aquello le platiqué acerca de la banda de estafadores cibernéticos.
Esta fue su respuesta: "Nosotros nos reunimos todos los días con
el gabinete de seguridad, pero nunca habíamos oído esto.
Lo voy a plantear para que se investigue", prometió. Pero no había
de terminar ahí la cosa...
Ataque a Pascual Boing
Días más tarde, en una cantina del centro
bebían un escritor y dos poetas que saben todo respecto de la nueva
galaxia que hoy palpita y reúne a millones de personas en el ciberespacio.
Les pregunté si era posible dañar a cierta distancia la computadora
de un carro con una máquina que emite sonidos inaudibles para el
oído humano, y no dudaron en decirme que sí.
"Probablemente son hackers", opinó el escritor,
y antes que prosiguiera recordé que en el lenguaje de los internautas
un hacker es un experto en computación, capaz de llevar a
cabo proezas que se antojan irreales, por ejemplo, violar los códigos
secretos de las empresas más ricas y poderosas de la tierra, pasar
dinero de una cuenta bancaria a otra o "atacar" los sistemas de inteligencia
de los gobiernos para desquiciarlos desde el teclado de un café
de Internet.
Preocupada por este fenómeno -en contra del cual,
también por ejemplo, el Pentágono gasta millones de dólares
al año, tanto en espionaje como en contrainsurgencia cibernética-,
a finales del sexenio de Zedillo, la Secretaría de la Defensa Nacional
realizó un experimento para descubrir la identidad verdadera de
los grandes maestros mexicanos que, sin ser tenistas, actúan en
la red.
Una noche, el noticiario de Televisa informó que
un hacker había atacado la página electrónica
de la Secretaría de Hacienda, "pintándola" con "símbolos
típicos de la subversión". De inmediato los verdaderos hackers
mexicanos visitaron el portal de Hacienda y encontraron algo que les
pareció falso, porque los "símbolos" garabateados eran tres
-el del EZLN, la A de los anarquistas y el famoso sombrero del revolucionario
nicaragüense Augusto César Sandino-, que en conjunto no guardan
ninguna relación lógica entre sí.
En aquel tiempo, según mis amigos, los hackers
solían reunirse clandestinamente en lugares públicos para
decirse aquello que sólo podía ser transmitido en persona
por vía oral. "Después del supuesto ataque a la página
de Hacienda, empezaron a aparecer en esos encuentros unos sujetos con facha
de policías. Los compas se dieron cuenta y les tomaban el
pelo. ¿Ya no te acuerdas de mí, cabrón?, le decían
a alguno. Pero si tú y yo trabajamos juntos en la PFP. Así
los desenmascararon..."
Hay tantas clases de hackers como variantes ideológicas
tiene el pensamiento político de nuestros días, pero hoy
por hoy, debido quizá a la incertidumbre que existe en el mundo
por la acentuada demencia del presidente George WC Hitler, la gauche
electrónica está a la expectativa, impulsando una campaña
que llama de "terrorismo poético", para burlarse, por ejemplo, de
las cámaras escondidas que nos espían en las grandes ciudades
del globo. Quienes la animan, invitan a sus camaradas, por ejemplo, a besarse
con sus parejas dentro de los cajeros automáticos de los bancos,
"enviando un mensaje que exalta la preminencia del amor sobre el dinero".
Pero en el campo de la derecha católica también
se cuecen habas. Durante la campaña electoral de Fox, muchos periodistas
mexicanos fuimos bombardeados por iracundos corresponsales internéticos
que nos hostigaban por criticar al candidato presidencial del PAN. Eran
voluntarios, en su gran mayoría, pero una vez que Fox subió
al poder, algunos hallaron trabajo en el nuevo gobierno y en la actualidad
"atienden" a determinados columnistas. Primero estudian el perfil sicológico
de su "cliente", tratando de crear ciertos lazos afectivos a partir de
presuntas afinidades, y escriben con regularidad para comentar tal o cual
artículo, exigiendo, bajo imperativos morales, modificar opiniones
que en esos momentos perturban a tal o cual funcionario.
La hazaña más reciente de los hackers
de derecha se verificó esta semana, cuando a miles de buzones electrónicos
del país llegó un mensaje que exhortaba a comprar refrescos
de la marca Pascual Boing "para ayudarla a sobrevivir ante trasnacionales
como Coca-Cola y Pepsi". El engaño se desnudó cuando Salvador
Torres Cisneros, presidente de esa heroica cooperativa refresquera, 93
por ciento mexicana, declaró a un diario de circulación nacional,
el pasado jueves, que "Pascual está mejor que nunca: en 2001 vendimos
34 millones de cajas de diversos productos y en 2002 esperamos subir a
37 millones de cajas, o sea, 120 mil diarias". El ataque pudo haber sido
originado por la empresa Walt Disney, que ha demandado a la Pascual porque
ésta utiliza en sus envases, desde 1940, la efigie del pato Donald.