Por cuatro minutos fue el novio de la mexicana Mary
En el Auditorio Nacional, Erique Iglesias brincó, bailó y hasta se dejó tocar las nalgas
ARTURO CRUZ BARCENAS
Con todo y sus 30 millones de discos vendidos en siete años de carrera (según su disquera), el cantante español Enrique Iglesias comenzó -con 45 minutos de retraso- su concierto del pasado viernes con tan sólo poco más de medio Auditorio Nacional lleno; no obstante, la gritería de su público, ensordecedora, reflejaba la búsqueda de la Experiencia religiosa, título de uno de sus éxitos.
Para los creyentes en el ganador del Grammy, dos American Music Awards, ocho premios Lo Nuestro y 13 sencillos consecutivos que han ocupado el número uno en las listas de popularidad, ver a su ídolo, a corta distancia, fue posible, gracias a un escenario moderno, práctico, con tres rampas donde brincó, bailó, se hincó, se acostó, hizo que hacía sexo y hasta se dejó tocar las nalgas por una joven elegida que cantó, con él, Héroe, una de sus recientes rolas.
Noche de apóstrofes del hispano -dejando caer la mano derecha, al modo de su padre, Julio; como que se agachaba y se iba de lado; estático, para la foto, para que la imagen se quede en la memoria- que eso del crossover le hace lo que el viento a Juárez. Y en el comienzo la voz caprina inundó el escenario y halló eco en las mexicanas, cuyos ojos refulgían. Henry Churches (o sea, él) interpretó en el idioma de Shakespeare varias de su reciente disco, entre ellas Donƀt turn off the lights.
El Auditorio Nacional se fue llenando, para descanso de funcionarios -sentados en la quinta fila- de la disquera del hijo de Julio Iglesias, quien ha vendido 10 veces más discos que su vástago. El look es importante. Hilos de sudor recorren su rostro, pero no se quita la gorra color café. Trae doble camiseta; la de encima rota (hay que verse moderrrno).
"Vamos a 1996", dijo. Flanqueado por dos guitarristas cantará al estilo acústico, buscando la intimidad, lo cual consiguió, varias de su primer cd, de título homónimo. Experiencia religiosa. Decenas de muchachas reaccionan y se avalanzan buscando tocarlo. Hay tres rampas. Sobre las puntas de los pies, las jovencitas alcanzan a tocarle la punta de las botas. Los ídolos no se dejan ver seguido y ahora lo tienen enfrente, a unos metros, a unos pasos.
Viste un pantalón color café del que algunas se preguntan si es de piel o de vinil. "ƑCuántos viniles habrán muerto para hacer esa prenda?". Se suelta con Trapecista, "que no hemos ensayado; si algo sale mal, mil perdones" Fue más que perdonado. šAh!, que se le olvidó una de 1996. Pide a sus músicos ir a ese año para complacer con Si tú te vas.
Ahora se arranca con Mentiroso -un mariachi tocó esa composición antes de que Enrique subiera al escenario-. Se tira al suelo, se recuesta y se solaza en sí mismo. Ahora regresa su otro yo. Henry Churches y Stand by me, haciendo lucir su voz caprina. No desafina. Para algunos el tema les recuerda a Cassius Clay, a otros a Elton John, a muchos a El Rey León.
Da brincos en las rampas y de vez en vez golpea confianzudamente a algunos de sus músicos. Es su chacota. Bruno, el requinto, voltea a verlo. Se pasa el jefe. En una pantallota se ven imágenes de llamas. Quique toma agua y lanza su botella contra la lumbre proyectada, en un desplante bomberil.
Anuncia que elegirá a alguien de ellas para que suba ahí, con él, piel con piel, sudor con sudor, respiración con respiración. Face to face. Mary, simplemente Mary, es la afortunada. Las notas de Héroe envuelven a la pareja, quien será la reina "por tres o cuatro minutos", le dice Enrique. La abraza, la aprieta, le mesa los cabellos, le lleva las manos a su espalda. Ella colabora, se entrega. Henry canta una parte en inglés. "ƑTienes novio?". "šTe he esperado toda la vida! šTe amo!", le grita a su estrella. Henry le deja el micrófono. Mary no canta, sino que grita. Entre el público hay risas, sonrisas, comentarios. Henry se aleja, la deja sola, a unos metros. Se acerca. La abraza, le acerca su pecho a la espalda. Un giro. Otro abrazo. El lleva las manos de ella a su cintura, las desliza, las fija en las nalgas. Gritos... "šAhhh!".
Mary fue una, todas -las que quisieron serlo- a la vez. Fue la experiencia religiosa de Enrique-Henry.