NEGOCIACION, VALOR AUSENTE
Ante
el atentado dinamitero que el sábado pasado costó la vida
a 187 personas, hirió a más de 3 mil 400 y destruyó
parte de un complejo turístico en Bali, Indonesia, casi ningún
gobierno del mundo ha querido dejar pasar la oportunidad de condenar el
terrorismo en todas sus formas, expresar sus convicciones humanistas y
clamar por la persecución y el castigo de los culpables.
Pero la incuestionable atrocidad de este ataque, sin duda
terrorista y ciertamente criminal, no debiera, sin embargo, opacar el dato
alarmante de que prácticamente ninguna voz oficial en el planeta
señala la necesidad de detener la creciente escalada de violencia
entre Occidente y sus múltiples enemigos. Parece no haber gobiernos
ni organizaciones internacionales dispuestos a señalar el acuerdo
tácito entre Washington y sus fantasmagóricos adversarios
terroristas para ir a una guerra frontal y despiadada en la que las víctimas
principales serán, como en todas las guerras, individuos inermes
que no tienen ni voz ni voto en tal decisión, ya sean los paupérrimos
campesinos afganos, bombardeados por la fuerza aérea estadunidense
en la guerra que empezó hace un año, o los turistas australianos
y europeos asesinados hace dos días en Bali, al parecer por una
organización extremista islámica.
El drama de los civiles inocentes israelíes asesinados
en los atentados dinamiteros del integrismo islámico, que es el
mismo de los civiles inocentes palestinos, asesinados por la barbarie gubernamental
de Israel, pareciera ser el futuro de las poblaciones estadunidense, europeas
y asiáticas, si no es que latinoamericanas: quedar atrapadas en
una espiral de violencia en la que no hay más propósito que
el improbable, pero de todos modos inmoral, exterminio del contrario.
Un primer triunfo de los belicistas de ambos lados bandos
-que en el imaginario colectivo pueden representarse encabezados por George
W. Bush y Osama Bin Laden- es la erradicación de los valores de
la paz, la negociación y la solución pacífica de los
diferendos internacionales. En la diplomacia actual, tales términos
resultan incluso políticamente incorrectos, como efecto de las andanadas
de retórica extremista, intolerante y totalitaria, procedentes de
Washington, Londres, Bagdad y otras capitales. Bush y Blair, aunque no
lo sepan, tienen una enorme deuda estilística con Saddam Hussein.
Hace dos décadas, cuando Ronald Reagan y Bush padre
trataban de dividir el mundo entre buenos y malos, se inventaban un "imperio
del mal" con sede en la agonizante Unión Soviética, financiaban
y armaban a Hussein y a Bin Laden y llamaban "terroristas" a los guerrilleros
centroamericanos, los gobiernos de México, Colombia, Panamá
y Venezuela enarbolaron la vía de la negociación y el diálogo
como única forma de resolver ese conflicto regional y para llevar
a cabo ese propósito dieron vida al Grupo Contadora. La ejemplar
tarea pacificadora de esa instancia resulta digna de evocar, particularmente
ahora, cuando la diplomacia de nuestro país ha extraviado sus valores
tradicionales y se ha plegado, con manifiesto y vergonzoso pragmatismo,
a los violentos dictados del vecino del norte.