José Cueli
Vientos de guerra
Cada día resulta menos esperanzador y más angustiante abrir las páginas de los diarios. Si bien los fenómenos naturales (acicateados por la estupidez y la negligencia humanas) devastan en estas épocas grandes extensiones de tierra, más consternación causa ver cómo el hombre arrasa sin mayores miramientos a sus congéneres.
Desde los cotidianos actos de violencia en la metrópoli hasta las vendettas entre narcotraficantes, la violencia y la venganza se extienden por los más remotos confines de la tierra. No terminan de cicatrizar las heridas y de elaborarse los duelos (si es que se elaboran) de una guerra, cuando aparece la amenaza de una nueva conflagración.
Ardiendo aún el polvorín del conflicto entre palestinos e israelíes, el cual parece no tener fin, el presidente George W. Bush busca por todos los medios acelerar la decisión de un ataque contra Irak para derrocar a Saddam Hussein y colocar en su lugar a un general estadunidense.
Independientemente del riesgo que represente la infraestructura bélica de Irak, las declaraciones prepotentes y absolutistas de Bush que pretenden saltarse las resoluciones del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, las observaciones más conservadoras de los aliados, las advertencias de los países árabes, la reprobación de multitud de intelectuales y de un buen número de población civil que advierte no estar de acuerdo con ''las bombas contra los bebés", tales enunciaciones parecen ser producto más de un deseo de venganza (además de otro tipo de intereses como las reservas petroleras iraquíes) que de una decisión medida y sopesada por consenso.
Hace unas semanas uno de los argumentos esgrimidos por el mandatario estadunidense resulta ser el hecho de que Hussein intentó matar a su padre: argumento endeble para repetir, ahora en Irak, la masacre de civiles perpetrada en Afganistán con las llamadas ''bombas inteligentes".
Sicoanalíticamente hablando bien, sabemos que tras la venganza se oculta la envidia y junto con ello van aparejados los mecanismos defensivos primitivos como son la proyección y la introyección y lo que es peor, el mecanismo llamado de identificación proyectiva, que consiste en colocar partes propias que nos resultan intolerables (agresión, odio, miedo, temor, deseo de aniquilación) en el otro. Sobre esto y sobre la pulsión de muerte y la compulsión a la repetición nos alertó Sigmund Freud hace ya varias décadas.
ƑSerá que además de los intereses por la zona más rica del orbe en reservas petroleras, la batalla en ciernes se libra también con los perseguidores internos del mandatario?
Si bien es cierto que el terrorismo es una amenazante realidad, que las armas de destrucción masiva deben ser eliminadas y que Hussein no es ningún cordero, las razones y los métodos que pretende imponer Bush no logran convencer.
Cuando la tenue línea divisoria entre la razón y la megalomanía se franquea, aflora lo más infantil y primitivo de la estructura síquica. El poder actúa como disparador y ello conduce a ''actuar" lo más arcaico de nuestro siquismo, incluidas las rivalidades edípicas.
Actuando desde éstas u otras ''fijaciones" en el desarrollo sicológico se combate no sólo la realidad, sino que se actúa desde los contenidos inconscientes, nublada la razón, distorsionada la realidad siendo entonces el principal asidero la omnipotencia infantil no superada. Conduciéndose bajo estas circunstancias ya no se sabe a quién se mata: ƑAl supuesto enemigo? ƑAl propio padre? ƑA las partes más nefastas de nosotros mismos proyectadas en el enemigo?