NORCOREA, EN EL EJE DEL MAL
La
semana pasada, a decir de funcionarios del gobierno estadunidense, las
autoridades de Corea del Norte habrían admitido que su país
estaría desarrollando armas nucleares. Fuentes de inteligencia de
Washington señalaron la probabilidad de que Pyongyang poseyera "unas
cuantas" bombas atómicas, además de los vectores necesarios
para lanzarlas sobre Corea del Sur, Japón e incluso territorios
estadunidenses como Alaska y Hawai.
La Casa Blanca acusó a los gobernantes norcoreanos
de incumplir el acuerdo bilateral de 1994 -el cual establecía el
compromiso del país asiático de congelar su programa nuclear
para recibir a cambio diesel de Estados Unidos y dos reactores livianos
que habrían de ser construidos por Corea del Sur y Japón-;
ayer, el secretario de Estado, Colin Powell, anunció que su gobierno
anuló el acuerdo.
Por diversas razones, este nuevo episodio de la guerra
contra el eje del mal, emprendida por la administración del presidente
George W. Bush, resulta difícil de entender y dilucidar.
De entrada, los grandes conglomerados mediáticos
han divulgado la versión estadunidense, pero no se han tomado la
molestia de recabar los puntos de vista de Pyongyang.
Adicionalmente, no es claro el propósito de la
Casa Blanca de abrir en el momento presente un nuevo frente en su pregonado
combate al "terrorismo internacional" y a la supuesta proliferación
de armas nucleares en países enemigos de Estados Unidos.
Sea como fuere, la sorpresiva aparición en el panorama
internacional del tema de las pretendidas bombas atómicas norcoreanas,
aunado al rechazo que las propuestas militares estadunidenses suscitan
entre varios miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, ha complicado
significativamente los planes del gobierno de Bush, el cual parece haber
perdido la iniciativa, si no es que el rumbo, en la presente coyuntura
internacional.
La Casa Blanca enfrenta serias dificultades para explicar
el contraste de sus actitudes hacia Irak, país al que se pretende
arrasar aunque no exista ninguna prueba de que posee armas de destrucción
masiva, y Corea del Norte, ante el cual Washington se muestra mucho más
obsecuente, con todo y que alega tener evidencias de la producción
por Pyongyang de esa clase de armas.
Si el episodio fuera cierto, habría que concluir
que la diferencia entre las dos circunstancias no tiene mucho que ver con
la proliferación nuclear, sino con el interés de Bush por
el petróleo iraquí y el control de posiciones estratégicas
en Medio Oriente.
En otro sentido, si los funcionarios estadunidenses dicen
la verdad sobre el presunto desarrollo de bombas atómicas en Corea
del Norte, una conclusión inevitable es que Estados Unidos ha fracasado
en su autodefinida tarea de agente disuasivo ante la proliferación
de armas nucleares, y que esa labor debe ser desarrollada única
y exclusivamente por la ONU, con el acuerdo de todos sus integrantes.