Arnoldo Kraus
El mal
Intento hacer un ejercicio a partir de algunas fotografías. En muchas circunstancias las imágenes per se dicen más que cualquier texto. Más y, en muchas ocasiones, mejor. A diferencia de la mayoría de los editoriales de los diarios o de los artículos de opinión en los que quien escribe puede no ser objetivo, las fotografías son testimonios fieles, fríos, imparciales, usualmente veraces y casi nunca maniqueos. Es más factible que dos personas hagan una interpretación similar de una fotografía que de un editorial. Las fotografías que ilustran sucesos en periódicos devienen opiniones instantáneas y apegadas a la realidad. Leer una fotografía es observar una o varias vidas o uno o varios sucesos. Observar una fotografía es leer una o muchas historias. En ocasiones es más profundo el impacto y más honda la reflexión cuando se miran láminas que cuando se leen las noticias que acompañan las imágenes.
Intento hacer un ejercicio: entreverar algunas fotografías publicadas en La Jornada y El País tras el bombazo en un centro turístico en la isla de Bali.
Las fotografías del terrorismo en Bali cuentan la misma historia a través de imágenes distintas. Narran idéntico final, aunque los medios -seres humanos, automóviles, casas- difieran. Muestran desolación y sufrimiento. Las expresiones y los tiempos son distintos, pero finalmente iguales.
Un retrato muestra varios cuerpos alineados en el piso. Algunos están incompletos -decapitados, por ejemplo- o quemados. En otros, los brazos y las piernas están cubiertos de sangre o mutilados. En la mitad de la lámina se observa la cara un poco borrosa de un sujeto vestido como carnicero con guantes, botas y mandil. Cualquiera diría que trabaja en un rastro, pero adivino que fue una de las personas que acomodaron los cadáveres. Me atrevería a decir que su ceño fruncido revela estupefacción e incredulidad. Si uno ve con atención, es claro que él también nos mira.
Atrás de los cuerpos hay muchas personas alineadas: algunas se tapan la nariz, otras se detienen la cabeza, otras apenas respiran y hay quienes señalan. Da la impresión de que llevan tiempo en la misma posición, casi congelados. En su mayoría parecen indonesios. Seguramente buscan conocidos. Es una foto llena de muerte. Una instantánea saturada de muertes yermas y esperanzas truncadas. Un repaso del horror: de la vida a la muerte en fracción de segundos. Sin siquiera saber. Del viaje de ida sin pasaje de regreso. De historias terminadas sin razón. La imagen semeja los pasillos de un rastro moderno: los restos yacen ordenados, simétricos, uno a uno. Esperan a los deudos. El silencio inunda. La náusea acompaña la mirada.
El fotógrafo penetró la muerte: todos los muertos un muerto. Todos los cuerpos mutilados o irreconocibles: el forense sólo había logrado identificar 38 cadáveres (se piensa que eran cerca de 200 los difuntos). A los familiares queda la esperanza del ADN: el brazo es mi hija; el cabello, mi compañero.
En otra fotografía se observa el rostro hinchado de una mujer joven y la parte superior del tórax. Más de la mitad del cuerpo está cubierto por vendas. La cara del médico y de la enfermera denotan la aflicción, el dolor o "la lástima" que algunos galenos sienten cuando atienden casos para los cuales no existe razón: mujeres violadas, niños golpeados, apuñalados, jóvenes desangrándose por abortos practicados en la clandestinidad o quemados por causas inexplicables.
Los semblantes del doctor y de la enfermera apuntan hacia la espalda de la enferma, la cual no es visible en la fotografía. El guiño de ambos revela que las quemaduras en esa área deben ser extensas y profundas. La faz de la víctima muestra un rictus que va más allá del dolor. Denota incomprensión, incredulidad. Su mirada se ha apostado en el infinito. Como testigo silente se observa la cara de otra mujer que aparta su mirada de la escena. Da la impresión "de no estar", de preguntar, Ƒquién fue?, Ƒpor qué?
En otra se observa una pareja de aproximadamente 50 años, cuyos rostros han perdido toda expresión. La leyenda dice que son australianos y que buscan a su hijo de 19 años. Otra muestra la zona en que estalló el coche bomba; el aspecto es desolador. Se observan los restos de ocho o nueve inmuebles. Recuerda las imágenes de Hiroshima. Hay más: policías cubriendo cuerpos, turistas jóvenes caminando sobre escombros, ofrendas florales sobre automóviles destrozados, enfermos con sueros acostados boca abajo y muchas más en las que el gris y el negro privilegian el color. Como en las buenas fotos. Como en las de los periódicos de hoy. Repaso la realidad por medio de las fotografías: no sólo uno mira las fotos, también ellas nos miran.