EU: DIAS DE TERROR
Mientras
el gobierno de George W. Bush se preparaba para librar una guerra remota,
costosa y sangrienta contra un enemigo tan hipotético como Irak,
el terror volvió a golpear a la sociedad estadunidense en forma
inesperada.
Los diez asesinatos perpetrados en lo que va de octubre
en los alrededores de la capital del país vecino, realizados en
lo que parece el más puro estilo de un guión hollywoodense
sobre crímenes seriales, han generado, en la ciudadanía,
una comprensible reacción de indignación y de pánico.
Adicionalmente, la ola de homicidios -cometidos, al parecer, por un solo
individuo- ha dejado al descubierto una pasmosa ineficacia policial y hasta
militar, un grosero racismo que fabrica sospechosos entre mexicanos indocumentados
y, lo más grave, una colosal equivocación de las autoridades
en sus políticas de seguridad.
Ante estos asesinatos seriales, la enésima destrucción
de Afganistán realizada bajo las órdenes de Bush se revela
no sólo como un crimen sino, también, como un enorme dispendio.
La demonización oficial de Al Qaeda, Osama Bin Laden, el mulah Omar,
Saddam Hussein y el régimen norcoreano no ha dado a los estadunidenses
mayor seguridad y tranquilidad, por la simple razón de que, según
las estadísticas de Washington, la amenaza principal a la integridad
física de éstos no proviene de los integrismos islámicos
ni de las supuestas armas de destrucción masiva de Bagdad, sino
de los 200 millones de armas de fuego que circulan, de manera totalmente
descontrolada, entre la población de Estados Unidos y que, cada
año, hacen posible la comisión de casi once mil homicidios,
es decir, más del triple de muertos que los oficialmente registrados
en los ataques terroristas del 11 de septiembre del año pasado.
La posesión de esas armas -ferozmente propugnada
por los conservadores republicanos afines al presidente Bush-, aunada a
una cultura de la violencia masificada por la televisión, el cine
y los medios impresos, da como resultado engendros sociales que no encuentran
una mejor manera de realización personal que intentar el ingreso
al Guiness en la categoría de asesinos más prolíficos.
Ante la hasta ahora indetenible cadena de homicidios en
los linderos del centro político de Estados Unidos, la clase política
y la sociedad del país vecino harían bien en reflexionar
sobre las prioridades de su seguridad, reorientar sus afanes en la materia
y reconocer que, con más frecuencia de lo que les gustaría
admitir, el enemigo principal lo tienen en su propia casa: en su industria
armamentista, en su entorno social que fabrica monstruos, en su admiración
a Rambo, en los violentos contenidos de su cultura de masas.