Javier Aranda Luna
La bola de candela
Vivir para contarla es el cuento de la verdad, aunque García Márquez nos advierta en sus memorias que en la vida también nos acompañan recuerdos falsos. No sólo eso, al hacernos el recuento de algunos de sus días el escritor nos hace ver que a veces varias personas recuerdan cosas distintas del mismo asunto. Eso lo supo García Márquez desde niño, cuando escuchaba a los adultos contar historias que él mismo ''las absorbía como una esponja, las desmontaba en piezas, las trastocaba para escamotear el origen, y cuando se las contaba a los mismos que las habían contado se quedaban perplejos por las coincidencias entre lo que yo decía y los que ellos pensaban".
Sobre el maleable asunto de la memoria nos ilustra con otro ejemplo en Vivir para contarla: su madre construyó, sin proponérselo, claro, un falso recuerdo: el de la casa donde pasó su noche de bodas y que formaba parte de la memoria familiar. Cuando el escritor conoció la casa, años después, nada tenía que ver con aquella evocada por su madre. A pesar de eso, cada vez que el escritor la recuerda, nos dice, es con la imagen construida por su mamá. ƑSerá menos real ese recuerdo que otros que sí ocurrieron? No lo creo. Mejor aún: no, de ninguna manera. Sólo se recuerda lo que se ha vivido.
Al principio de la lectura de este primer tomo de memorias pensé que un lector que no hubiera frecuentado las novelas de García Márquez podría cansarse por la cantidad de guiños a sus antiguos lectores desde la primera página. No es así. Sus memorias pueden leerse como una novela, la novela de su vida, la novela que siempre quiso escribir desde que era reportero en El Heraldo, donde escribía en rollos interminables de papel.
Y esta novela escrita con recuerdos también será, ya es, un buen surtidor de información para los historiadores de la literatura. Hace unas semanas, cuando se lanzó al mercado Vivir para contarla no faltaron quienes pretendieron descubrir el hilo negro en la fecha del nacimiento de Gabo que sus editores y buena parte de la crítica dataron en 1928. Aunque desde 1977 se conoce el verdadero año de su nacimiento, no dejó de sorprenderme el interés que este escritor despierta entre sus lectores.
Una constante que llama la atención en sus memorias es la clara vocación de novelista que tuvo desde muy joven y que fomentaron en su infancia sus abuelos. El primero le regaló el libro fundamental en su destino de escritor: un diccionario que leyó el pequeño como un libro, entendiéndolo a duras penas, y esa imagen memorable del descubrimiento del hielo que ya es clásica en la historia de la literatura.
El niño que se asombró con la frialdad del hielo en Cien años de soledad no fue otro que el propio García Márquez acompañado por su abuelo. Su abuela le regaló, en cambio, ese ''ambiente lunático" tan propicio para su formación de escritor, que administraba con unos cuantos pesos y un montón de mujeres que iban y venían con el paso de los años.
Vivir para contarla también es constancia de lecturas y ruta de navegación de esa otra vida que ensancha nuestros días y que encierran los libros. Existe una parte en estas memorias que dan cuenta del ambiente literario que el escritor vivió en Bogotá, entonces una ciudad ''remota y lúgubre donde estaba cayendo una llovizna insomne desde principios del siglo XVI".
Allí, nos dice, es difícil imaginar ''hasta qué punto se vivía entonces a la sombra de la poesía. Era una pasión frenética, otro modo de ser, una bola de candela que andaba de su cuenta por todas partes".
Gracias a sus memorias sabemos ahora que la poesía es el verdadero sostén de todos sus libros, pues esa bola de candela es la única prueba concreta de la existencia del hombre y surge, ''de su cuenta" en cualquiera de sus páginas.