León Bendesky
Espacio
La elección de Lula en Brasil abre un espacio para cambiar el contenido y el tono del debate social en América Latina. Y pongo el énfasis en lo social porque ése es el terreno decisivo de la política, aunque esté estrechamente sujeto a los dictados del mercado que se hace aparecer como justiciero, pero que no alcanza los fines de eficiencia y equidad que ofrece. Afianzar ese nuevo espacio social será una de las principales contribuciones que pueda hacer el gobierno de Lula. Tendrá enfrente fuertes presiones dentro y fuera de su país, llegará al poder con una economía debilitada y en un entorno internacional de lento crecimiento, lo que hará difícil orientar un cambio en poco tiempo sin que se reduzca demasiado la legitimidad del mandato que le dio el abultado resultado electoral en su favor.
El giro político en Brasil ocurre en un momento en que se cuestionan de modo más amplio las condiciones creadas por las reformas económicas aplicadas por más de una década en la región. Las fuerzas políticas de la izquierda deberán replantear su discurso, sus propuestas y sus acciones para extender el ámbito de las opciones a lo que se ha llamado "el modelo único". Esta oportunidad no deberá desperdiciarse; de hacerlo, no se volverá a hablar de estas cuestiones por mucho tiempo.
Pienso que una propuesta general con respecto a esas opciones gira en torno a las formas de sacar a estas sociedades de la condición de estancamiento en la que se encuentran desde hace 20 años. Este es un pesado fardo impuesto sobre la mayoría de la población y seguirá siendo el escenario posible de no alterarse de modo radical las condiciones prevalecientes. No deben confundirse las oscilaciones que han generado periodos breves de auge y luego etapas de fuertes crisis en estos países, con el promedio de largo plazo que es muy mediocre. El estancamiento no conviene a los grupos de la sociedad que se han hecho más vulnerables mientras unas minorías se benefician de los grandes negocios, los recursos públicos y la especulación. La estabilidad macroeconómica que exigen los organismos internacionales y que marca las políticas fiscal y monetaria, pero que no consigue el crecimiento del producto, es una forma de fincar el estancamiento. Brasil, Argentina y México, las tres economías más grandes de la región, son muestras de esta forma adversa de desarrollo de largo plazo que se inició con la crisis de la deuda externa en 1982.
La perspectiva de una nueva arena del quehacer político se amplía hoy desde Brasil y también con los debates europeos. Habrá que buscar formas útiles de convergencia entre las visiones de este tipo que surgen en distintas partes; ésta puede ser más redituable que la pretendida convergencia del desempeño de las economías más ricas y las más pobres que ofrecía la globalización. Si esa tendencia no se ha materializado, la globalidad podría crear el terreno para incorporar de modo más directo los criterios sociales que han quedado cada vez más al margen bajo los mecanismos de autorregulación del mercado.
Las nociones de una organización del capitalismo en torno a una tercera vía se han ido desgastando de modo rápido y ya prácticamente no se habla de ella. Cumplió una función planteando aspectos del orden social que el entusiasmo creado por el fin del comunismo había dejado de lado. Es interesante ver las formas de contención que se van dando para mantener alguna forma de sentido social frente a los cantos de sirena del individualismo mercantil y sus derivaciones nacionalistas; así se mantuvo por poco margen el gobierno de Schröeder en Alemania. En España, por ejemplo, el PSOE se prepara para la ronda electoral contra el Partido Popular, y finalmente parece ser que con Rodríguez Zapatero podrán hacer una propuesta distinta desde la izquierda para poner en la agenda política y electoral las cuestiones relativas al empleo, la educación y la seguridad social. Ese podría ser otro impulso relevante a una concepción distinta que sea competitiva en las urnas. La derecha española ya tiene muy poco que ofrecer porque no hay campo para seguir sin horadar la estructura social y es entonces cuando surge la resistencia. Los sindicatos europeos están pugnando por incorporar en los trabajos de la Convención que debe proponer una Constitución el capítulo social y se refieren abiertamente al grave problema que significan el desempleo y la pobreza.
La política exige hoy ir más allá de los triunfos electorales aislados y hacia propuestas cimentadas en una visión más ilustrada del sentido y la dirección de los graves conflictos sociales. Desde distintas posiciones, los partidos, los sindicatos, los grupos sociales y las organizaciones ciudadanas deben confluir a abrir los espacios de acción para la gente y acceder a una vida mejor. Pero la dinámica brasileña o europea que se advierte ahora, no se manifiesta en México, donde el desgaste social es inmenso, el estancamiento está afianzado y estamos a la puerta de un proceso electoral que podría ser decisivo. No se puede renunciar a pensar y dejar que el contenido de los debates se ciña siempre a la agenda que fija el gobierno. En este sentido hemos cambiado muy poco y las opciones que tenemos de uno y otro lado del espectro político son hueras y bastante provincianas.