FRIVOLIDAD Y TRAGEDIA
Ayer,
el gobierno argentino anunció que no estaba en condiciones de pagar
el vencimiento de un préstamo del Banco Mundial (BM) por 805 millones
de dólares, y se limitó a cubrir los intereses correspondientes,
unos 79 millones. La noticia cayó como balde de agua fría
tanto en el infortunado país sudamericano como en los mercados financieros
internacionales, puso de manifiesto que la crisis argentina dista de haber
tocado fondo y acrecentó el nerviosismo de los grandes capitales.
El obligado incumplimiento es un mal dato para todo el
mundo: para el gobierno de Eduardo Duhalde -el cual habrá de enfrentar
nuevas, arduas y costosas negociaciones con los organismos financieros
internacionales-, para los especuladores, para los propios organismos monetarios
y financieros y, sobre todo, para el depauperado pueblo argentino, que
es, como siempre, el gran sacrificado del momento.
Ante la mora parcial referida, el BM prohíbe automáticamente
todo nuevo crédito a la nación sudamericana y, si el incumplimiento
persistiera de aquí al 14 de diciembre, la institución bloquearía
los 2 mil millones de dólares destinados a planes sociales; uno
de esos programas otorga asistencia por 41 dólares mensuales a los
2 millones de desempleados que hay en Argentina y que, a falta de esa cantidad
exigua, ha- brían de enfrentar la más completa de las miserias.
Este episodio lamentable y preocupante pone en evidencia,
una vez más, los abismos financieros, políticos y sociales
a los que ha conducido la estrategia económica vigente en la mayor
parte de los países latinoamericanos, que ha sido diseñada
por el propio BM, por el Fondo Monetario Internacional y por el Departamento
del Tesoro de Estados Unidos. La aplicación fiel de los preceptos
neoliberales por los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa
condujo a la actual catástrofe, y para salir de ella se pretende
que Duhalde aplique más de lo mismo.
Por elemental cordura, y hasta por instinto de sobrevivencia,
el resto de los gobernantes latinoamericanos debieran contemplarse en el
espejo argentino, emprender un viraje radical en materia de políticas
económicas y, en lo inmediato, pensar de manera conjunta en formas
de estrechar la solidaridad y la cooperación regionales para contribuir
a la solución de la amarga crisis argentina.
Por desgracia, la agenda de la reunión de jefes
de Estado y de gobierno de Iberoamérica, que empieza hoy en República
Dominicana, prestará una atención desproprocionada e inmerecida
al tema del terrorismo, asunto que, salvo en los casos de España
y Colombia, debiera ocupar un lugar menos destacado en el interés
de los gobiernos iberoamericanos.
Los atentados del 11 de septiembre del año pasado
en Nueva York y Washington son expresión de conflictos oscuros e
inciertos entre Estados Unidos y el integrismo islámico que sólo
tangencial e incidentalmente podrían afectar a América Latina.
Por lo demás, el terrorismo etarra es manifestación de un
conflicto entre españoles y vascos, en tanto que las guerras civiles
simultáneas que padece Colombia resultan, por definición,
asuntos internos de ese país. Los jefes de Estado y de gobierno
de Iberoamérica podrían, ciertamente, ofrecer sus buenos
oficios para buscar soluciones a ambos diferendos. Por lo demás,
los puntos centrales de la agenda debieran ser la tragedia mayúscula
que enfrenta Argentina y el hambre, la miseria y la desigualdad que padecen
el resto de las sociedades latinoamericanas. En tales circunstancias, la
ubicación del terrorismo como punto central de la agenda en el encuentro
de mandatarios refleja una irritante frivolidad, un desencuentro pasmoso
con las realidades iberoamericanas y un espíritu de imitación
casi simiesco a la hora de adoptar las obsesiones propias del gobierno
estadunidense.