En esa población,
a Ejército y autónomos sólo los separan 500 metros
En Larráinzar, paz cercada por soldados
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
San Andres Larrainzar, Chis., 15 de noviembre. Un
balón cae del campamento militar a la carretera. La bola, que inició
su arco descendente más de veinte metros arriba, bota y rebota hasta
quedar inmóvil a mitad del asfalto. Una decena de indígenas
pica piedra en la cuneta. Pasan campesinos vistiendo chujes negros. Todos
evitan el balón, supersticiosamente.
Arriba, tras las púas del cuartel, asoman cuatro
jóvenes soldados en uniforme de tarea y actitud de gritar: "bolita
por favor". Pero no gritan. Ven el efecto ahuyentador de la de gajos, solita.
Evitada por los indios.
Resignados, los soldados echan un volado, pues alguno
deberá salir hasta el extremo de las instalaciones del regimiento,
y descender la loma hacia la carretera. No corren prisa. Nadie les va a
robar el esférico. Es más, nadie lo va a tocar.
San Andrés de todos los moles
Aunque ahora es cabecera del municipio autónomo
San Andrés Sakamch'en de los Pobres, esta población, alguna
vez célebre por sus diálogos, conserva el nombre caxlán
(mestizo) por efecto de la costumbre. Hasta los autónomos, abreviando,
la llaman "Larráinzar"
En una colina dentro del pueblo se asienta la importante
base militar que mantiene a tiro la población entera: barrios, capillas
y cuestas, el mercado, las carreteras a Pinar, San Juan Chamula y Oventic-Caté.
En pocas partes guardan mayor contigüidad física un concejo
municipal autónomo en funciones y la ocupación militar. No
más de quinientos metros.
La sala donde se efectuaron los diálogos entre
el gobierno y el EZLN, instalada sobre una cancha de basquetbol a pocos
metros de la plaza (y enfrente del palacio municipal), ya dejó de
estar en ruinas. Después de 1996, cuando se suspendieron las negociaciones,
la sala fue abandonada por completo. Los muros provisionales, la techumbre,
el mobiliario, las puertas, se deterioraron hasta desaparecer. Le hicieron
vacío los andreseros. Hoy, el lugar ha vuelto a su condición
original: cancha de basquetbol al aire libre.
Lo poco que se había logrado acordar entre el gobierno
y los zapatistas se firmó aquí en 1996. Ni eso se ha cumplido.
Mejor que sirva a los jóvenes para jugar.
En los Altos de Chiapas se practica basquetbol por encima
de cualquier otro deporte, no por penetración imperialista o a causa
de las "sectas", sino porque es el único juego de balón posible
en estas montañas incesantes sin que se vuele el esférico.
Terreno difícil para el fut, impensable para el beis.
Ya ven los soldados al comienzo de esta nota. Aquí, los balones
se vuelan.
Desvestir santos
En el palacio municipal autónomo se trabaja, es
de suponer, normalmente. Un grupo de mujeres espera en una banca del portal.
Las autoridades declinan hablar con la prensa y empieza a caer la niebla.
Una manta sobre la fachada anuncia que éste es el municipio en rebeldía
San Andrés Sakamch'en de los Pobres, y al calce dice "Viva la autodeterminación
de los pueblos".
Por la calle circulan hombres bolos. Algunos van abrazados,
o hablando a voces comparten una botella de posh. Los zapatistas no beben,
pero aquí no todos son zapatistas. En este pueblo, que es grande,
hay grupos de priístas, que ostentan ser el ayuntamiento oficial
(marginal) y reciben recursos del gobierno. También es un importante
centro religioso. Y en la religión tzotzil el posh ocupa un lugar,
aunque extralitúrgico, central. Ya empezaron las fiestas del santo
patrono, que es caprichoso y demandante. Así que habrá bolos
esta semana, y la próxima. Intermitentes petardos truenan encima
de la plaza.
El humo de copal que sale de la iglesia es tan espeso
que incluso a la niebla, que también es blanca, la toma por sorpresa.
Dentro del templo de San Andrés la visibilidad es de un metro, máximo.
Humo y aroma. Sensación de mucha gente que no se ve. Velas encendidas
y borrosas. Música. Interminables sones de arpa, guitarrón
y maracas. Algunos hombres bailan, dulcemente. Los santos, en legión
y todo, están desvestidos; sólo llevan una pudorosa túnica
blanca de algodón. Más adentro, tras el humo se revela un
numeroso grupo de hombres y mujeres rodeando decenas de cestas que contienen,
cada una, un hato gordo de ropa. Envueltos van allí los bordados
y vestidos de las artesanas andreseras. Sus obras completas del periodo.
Están en consagración.
Ellas visten los huipiles rojos de bordado más
primoroso y especial. O sea, la blusa del diario, pues así se visten
estas mujeres tan pobres: con elegancia, aunque descalzas.
Los capitanes, de negro chuj ceñido en rojo y turbante
blanco, rodean a las artesanas en un cordón de protección
ritual que, ustedes perdonarán, hace recordar a este enviado los
cordones de paz durante los diálogos de 1995-96. Cuestión
de estilo tzotzil, tal vez. Y como entonces (para desesperación
de los delegados gubernamentales), hoy aquí el tiempo trascurre
"muy otro".
San Andrés, San Sebastián y todos los demás
santos, subidos en las mesas, esperan en piyama que se sequen sus ropas.
Tocó que las lavaran. El día 30, el emprendedor y un tanto
quisquilloso San Andrés saldrá a recorrer las calles y colinas
cubierto y engordado por sus ropajes. Los capitanes irán a caballo.
Como cada año, antes de la guerra y ahora. Antes de las guerras
antiguas y las cajas parlantes de las cuevas. Antes y después de
que un regimiento del Ejército federal haya acampado en la colina
y apuntado sus armas de fuego contra este pueblo, que conoce el fuego y
desde cuándo.