LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Tuvalu
Mítica isla en el Pacífico
Encuentro romántico y liberación
EN EL PRINCIPIO fue una piscina abandonada en un
ciudad también semidesierta. Varna, a orillas del Mar Negro. Unos
cuantos hombres sobreviven en este escenario desolador. Un hombre ciego,
a quien su hijo Antón (Denis Lavant) hace creer, mediante grabaciones
y megáfonos, que la piscina sigue activa, que la vida continúa,
y su hermano mayor, Gregor, empeñado en terminar la farsa, demoler
el balneario casi virtual y ofrecerlo al mejor postor de inmobiliarios.
A este lugar llegan Eva y su padre, tripulantes de un barco averiado; la
joven busca sustraer ahí la pieza que reparará el navío,
a fin de partir a una mítica isla en el Pacífico, Tuvalu.
TUVALU,
PRIMER largometraje del alemán Veit Helmer,
es a la vez un relato fantástico, con reminiscencias del universo
lúdico de Jean Pierre Jeunet y Marc Caro (Delicatessen, La
ciudad de los niños perdidos), y una historia de amor. El barco
que deberá conducir hasta el lugar utópico a la pareja romántica
(Antón y Eva, edénicamente reunidos) bien podría llamarse
Atalante, en homenaje a Jean Vigo y sus intuiciones poéticas.
El agua es también aquí el elemento dominante; ya no en su
flujo continuo, y sí en su estancamiento ocioso, desde la alberca
que habrá conocido mejores días, como su propietario, como
el capitán recién llegado, hasta la quietud del mar, donde
la navegación parece haberse suspendido.
HELMER IMAGINO este lugar en blanco y negro y quiso
que la acción transcurriera sin palabras, o con lo estrictamente
necesario. Esta fotografía onírica, de Emil Christov, habría
de colorearse después en laboratorio, y la ausencia de diálogos
se compensaría con la música estupenda de Jurgen Knieper.
El propósito: crear una atmósfera de deterioro y claustrofobia,
y a partir de ahí propiciar el encuentro romántico que anuncia
y exige la liberación, el éxodo a Tuvalu.
EN ESTE LARGOMETRAJE poético el escenario
es eminentemente teatral. Prescindir de la palabra conduce a Helmer a explorar
la naturaleza del cine primitivo, la era de las primeras herramientas visuales,
y su recurso a la gestualidad y sus riquezas expresivas. Denis Lavant (actor
fetiche de Leos Carax, Los amantes del puente nuevo) es una elección
acertada que captura bien la línea de histrionismo silente que va
de Chaplin a Tati, con alguna súbita referencia a Buster Keaton.
Pero lo más fascinante es la extraña organización
social en este territorio olvidado que semeja un paisaje después
de un cataclismo, y también un puerto de la vieja Europa eslava,
sitio de fabulación y de leyendas. Sería ocioso buscar en
esta cinta, o en su trama funambulesca, otro placer que el estético;
y en materia de entretenimiento, basta el regocijo que procuran los personajes
de tira cómica y sus intricadas peripecias. Rescatar un lugar, acabar
con el villano, reivindicar el honor paterno, y partir a la conquista de
la bella Eva y de Tuvalu, la tierra prometida. En suma, un cuento de hadas.
Muy disfrutable.