AMENAZAS A LA LIBRE EXPRESION
El
ejercicio periodístico, la libertad de expresión y el derecho
a la información de las sociedades pasan por momentos difíciles
en México y en el mundo. Ayer en estas páginas se daba cuenta
de las acciones de amedrentamiento y acoso de que han sido víctimas
informadores de este diario y de otros medios por parte de funcionarios
y empleados de la Procuraduría General de la República (PGR)
que, faltos de capacidades para investigar, pretenden hallar un atajo en
sus labores presionando a los reporteros para que revelen sus fuentes.
Ayer mismo, la Comisión Nacional de Derechos Humanos
(CNDH) dio entrada a una queja de los afectados contra el titular y otros
funcionarios de la PGR y señaló que del análisis inicial
se desprende la existencia de "probables conductas violatorias de los derechos
y garantías de los reporteros", además establece que "es
derecho y obligación de los periodistas preservar el secreto profesional
y negarse a revelar la identidad de sus fuentes".
Debe considerarse que en nuestro país los hostigamientos
de la PGR no son ciertamente el único obstáculo ni la única
amenaza que deben enfrentar los informadores en el desempeño cotidiano
de su tarea. A pesar de la ley de transparencia recientemente aprobada,
pese a la codificación del derecho a la información, a contrapelo
de las salvaguardas constitucionales y legales en materia de libertad de
expresión y pensamiento, con todo y la alternancia en el poder y
los avances experimentados en materia de democratización, los periodistas
siguen experimentando diversas cortapisas en su trabajo.
Algunas -como la actitud referida de funcionarios de la
PGR- proceden aún del Poder Ejecutivo federal; en otros casos los
intentos por amordazar a los informadores provienen de gobiernos estatales
o municipales, o bien de grupos de poder político-empresariales,
tanto los que actúan de manera pública y legal como las mafias
que se enquistan en posiciones de la administración pública.
Según un reciente informe de la organización Reporteros sin
Fronteras (RSF), en materia de respeto y ejercicio de la libertad de prensa
México se encuentra en el lugar 75 en una lista de 139 naciones:
muy por debajo de Canadá (en el quinto lugar) y de Costa Rica (en
el decimoquinto), y empatado con Kenia.
No sería honesto concluir este somero recuento
sin señalar que, con lamentable frecuencia, los principales promotores
de la censura, la coerción a la libre expresión y la distorsión
informativa son los propios dueños de los medios, se trate de personas
físicas o de consejos de administración.
Los empresarios ajenos al oficio periodístico,
atentos únicamente a las cifras de utilidad que pueden reportarles
el rating y la circulación, suelen ejercer sobre los trabajadores
de la información presiones específicas para que guarden
silencio sobre asuntos cuya difusión podría ser lesiva para
los intereses corporativos del medio al que pertenecen, o bien para que
deformen y exageren sus versiones con tal de incrementar las ventas y las
audiencias.
En la circunstancia mundial contemporánea se experimenta,
además, un retroceso generalizado de los márgenes de libertad
de periodistas frente al poder político.
El punto de inflexión de este fenómeno es,
sin duda alguna, la política coercitiva y autoritaria adoptada por
el gobierno de Estados Unidos a partir de los atentados del 11 de septiembre
del año pasado. El presidente George W. Bush y sus colaboradores
más cercanos no dejaron ninguna duda de su determinación
de censurar, distorsionar y desinformar, como parte de lo que llaman un
"esfuerzo de guerra" contra "el terrorismo internacional".
De todos modos, la paranoia y el patrioterismo generados
por los ataques terroristas fueron de tal magnitud que la mayoría
de los medios del vecino país ni siquiera esperaron la adopción
de las medidas especiales para plegarse al discurso belicista y totalitario
de Bush.
En el tema de la "guerra contra el terrorismo", los consorcios
informativos de alcance internacional han seguido, en términos generales,
las pautas marcadas por el gobierno y los medios estadunidenses, y han
transmitido a sus respectivas audiencias y lectorados, sin ningún
asomo de lucidez, serenidad o espíritu crítico, la visión
del mundo elaborada por el grupo gobernante de Washington.
El frente informativo -o desinformativo- de la supuesta
confrontación entre las democracias occidentales y el terrorismo
no es el único terreno de retroceso y abatimiento de las libertades
expresivas:
En la España democrática se vive una persecución
a todas luces totalitaria contra los nacionalistas vascos y sus medios,
con el pretexto -jamás demostrado- de que son instrumentos del terrorismo
etarra.
En la Rusia postsoviética, los gobiernos de Boris
Yeltsin y Vladimir Putin han mantenido una sistemática ofensiva
-por vías legales y extralegales- contra los informadores que se
han atrevido a denunciar los vínculos del poder público con
las mafias. Durante el trágico asalto al teatro Dubrovka, a fines
del mes pasado, el Kremlin aplicó a los medios informativos de su
país un equivalente al gas paralizante esparcido sobre los secuestradores
y sus rehenes.
Ante circunstancias como las señaladas y frente
a la multiplicación mundial de riesgos y peligros del oficio periodístico,
es pertinente señalar que la libertad de expresión no es
un mero instrumento de realización profesional personal, sino el
complemento indispensable del derecho a la información que asiste
a las sociedades y sus integrantes individuales y que resulta indispensable
e irrenunciable para cualquier proyecto democrático y en cualquier
Estado de leyes. Los promontorios de poder -político, económico,
religioso, delictivo- tienden por naturaleza a buscar el acotamiento de
la información crítica e independiente, si no a suprimirlo.
El que puedan lograrlo o no depende, en primer lugar,
de la determinación de las sociedades de defender su derecho a estar
informadas, y de la decisión de los informadores de ejercer su oficio
sin cortapisas. En el momento presente en México, los lectores,
los radioescuchas y los televidentes deben tener claro que los atentados
a la libertad de expresión, vengan de donde vengan, son también
ataques contra su derecho fundamental a conocer y comprender el mundo.