Horacio Labastida
Grandeza de la Revolución Mexicana
Sin la sobria solemnidad de los años 30 y muy ajena a reflexiones sobre la liberación nacional, la alta burocracia de hoy hizo notar a periodistas un oculto más que abierto 92 aniversario de la Revolución Mexicana, iniciada en 1910 y concluida como rebeldía de masas al sancionarse la Carta Magna en febrero de 1917, de acuerdo con el decreto instalador del Congreso Constituyente, dictado por Venustiano Carranza en septiembre de 1916, según consta en la publicación que hizo el secretario de Gobernación, Jesús Acuña. El artículo 5Ɔ de este decreto muestra el espíritu que predominaba en el encargado del Poder Ejecutivo y sus cercanos colaboradores, cuya idea era reformar la Constitución de 1857 y no instituir jurídicamente un nuevo Estado. No contaban para el primer jefe los miles de muertos en los combates ocurridos en los siete años anteriores ni el sacudimiento económico y social implicado en el programa zapatista de Ayala (noviembre de 1911) o en la Ley Agraria que cuatro años después (octubre de 1915) fue publicada por Manuel Palafox, Otilio E. Montaño y otros miembros del Consejo Ejecutivo de los Estados Unidos Mexicanos para repartir la tierra entre quienes la trabajaban, hechos que planteaban, como bien entendieron los diputados, la necesidad de elaborar una innovadora Ley Suprema, distinta de lo promulgado en 1857 y 1859. El pueblo exigía un nuevo Estado, puesto que el liberal desembocó en una dictadura que devastó a la población del país. El proyecto carrancista fue hecho a un lado de manera radical al aprobarse las garantías sociales contenidas principalmente en los artículos 27 y 123 de nuestro código fundamental. A pesar de sus terribles contradicciones y del gobierno criminal que fundó Victoriano Huerta, purgado ante la heroicidad de Belisario Domínguez, el sueño de Zapata, Villa y Carranza tomó cuerpo en la realidad concreta a partir de mayo de 1917, fecha de entrada en vigor de la nueva Constitución, vitoreada por las grandes mayorías unidas a personajes tan entrañables como Heriberto Jara, Francisco J. Múgica, Cándido Aguilar, Pastor Rouaix y otros insignes mexicanos de talla semejante a Melchor Ocampo, Benito Juárez, Gabino Barreda, José María Lafragua, Francisco Zarco, Ignacio Ramírez y Ponciano Arriaga, titanes de la Reforma.
Pero las cosas no marcharon por caminos optimistas. Casi 30 años después, en el número 5 de Cuadernos Americanos (septiembre-octubre de 1943), Jesús Silva Herzog publicó su ensayo La Revolución Mexicana en crisis, que produjo una agitada conmoción intelectual, política y popular. Habían transcurrido ya épocas aciagas y creadoras. El asesinato de Venustiano Carranza (1920) fue seguido por un régimen cargado de bochornos y claudicaciones, el que inicia Alvaro Obregón en la Presidencia y concluyó Plutarco Elías Calles en 1936, cuando fue expulsado del país por pretender imponerse al constitucionalismo de Lázaro Cárdenas. En estos tres lustros fueron pisoteados los principios revolucionarios y sus mandamientos legales. El sufragio efectivo se vio pervertido por la fuerza militar y policial. La no relección fue mancillada con la relección de Obregón (1928). La soberanía del país resultó herida en los Tratados de Bucareli (1923) y su posterior ratificación al retirar Calles la propuesta Ley Petrolera, actos descaradamente violatorios del artículo 27 queretano. Vino el breve renacimiento cardenista y su recia convicción de poner en práctica las normas revolucionarias, mas Manuel Avila Camacho puso punto final a tan gloriosa epopeya y volvió, discretamente, a acatar el creciente imperio del Tío Sam. Silva Herzog sopesa en su ensayo la influencia de los factores externos, aunque su preocupación fue localizar la génesis interna de la crisis, y dentro del conjunto de sus causas señala una profunda lesión en la marcha revolucionaria. Lo que más tarde importa -escribió- es develar nuestras propias llagas, denunciarlas sin eufemismos, y entre ellas salta la terrible corrupción del estrato titular de la administración pública. En gran proporción se ha ocupado, sobre todo, de acumular enormes riquezas que entrelazan sus intereses con las clases acaudaladas y conservadoras desde el momento en que se ve sujeto a la lógica del capitalismo al metamorfosearse en burguesía política. Tal cambio del político social en político millonario es ahora rechazado con energía. La primera forma de corrupción apareció cuando los gobernantes se hicieron dueños de prósperos y enormes ranchos. Luego se acaudalaron como grandes urbanizadores en centros turísticos, y por último entraron al reino de las finanzas al llenar sus bolsillos de abundantes acciones empresariales. Guiados y alentados por los capitalismos trasnacional y nacional se identificaron con las minorías explotadoras, usando el poder político en favor de éstas y de sus individuales patrimonios.
Desde 1943 hasta el presente, la Revolución sigue en crisis; sin embargo, las cuestiones cambian porque ante las protestas de los de abajo la prevaricación se vuelve incapaz de aplacar las luchas cada vez más enérgicas y decisivas por fundar la civilización justa que proclamó Cárdenas en diciembre de 1934. Nada ni nadie podrá evitar el reflorecimiento de la grandeza revolucionaria