Olga Harmony
Muestra Nacional de Teatro
Gracias a Abraham Oceransky, con Las pirañas aman en Cuaresma, el guión cinematográfico de Hugo Argüelles adaptado por el director para el homenaje al dramaturgo, vimos por fin un teatro profesional muy bien hecho (hago la salvedad de algunas escenificaciones llevadas del Distrito Federal) en la versión 23 de la Muestra Nacional de Teatro que acaba de transcurrir en Jalapa. Se trata del mejor Oceransky, con sus espléndidas soluciones que son metáforas escénicas y su capacidad de convertir en imágenes muy logradas el guión de Argüelles. Dejó un muy buen sabor de boca este montaje final de la muestra.
No así el principio y mucho, casi todo, del transcurso. Incluso Mexicali a Secas, el grupo de Angel Norzagaray que el año pasado nos ofreció su excelente Carta al pie de un árbol, este año ofreció un divertimento gracioso pero muy menor, con Gracias querida. Por diferentes razones no logré ver el experimento que Infra Teatro de Veracruz realizó con Fin de partida, de Samuel Beckett, bajo la dirección de Manuel Domínguez, y del que tuve las mejores referencias. La venganza de las Margaritas, del maestro francés Jean Marie Binoche y Adriana Duch, dirigida por el primero mediante una beca que obtuvo la actriz veracruzana, tiene momentos muy brillantes y otros que se alargan, pero el desempeño de la excelente Adriana salva cualquier defecto. Pervertimento, de José Sanchis Sinisterra, con el Percha teatro de Nuevo León, dirigido por Marcos Barbosa de Matos, estuvo bien, a secas, con actores de buena dicción. El atentado, de Jorge Ibargüengoitia, presentado por el Globe Theatre (ƑSerá un mal chiste?) de Querétaro es otro espectáculo rescatable, salvo por los poco afortunados anacronismos y los aún peores travestismos que manchan una buena propuesta. Los hijos de Edipo, adaptación de un texto de Eurípides, muestra disciplina y disposición de los morelenses de Teatro Súbito, pero la propuesta de Rafael Degar se antoja un tanto envejecida.
Lo demás no es rescatable y en lo personal ya no sé qué pensar acerca de lo que está sucediendo en las muestras y, peor, en el teatro de los estados. Durante mucho tiempo pensé con optimismo que los teatristas de provincia podrían mejorar con mayores conocimientos. Pero ahora, mi confusión es grande. Creo que un persona que sabe mucho de teatro es Fernando de Ita, sin embargo su versión ranchera de Molière (que por cierto no es la primera que se hace, porque Germán Castillo hizo una propuesta, ésta muy bien hecha, de trasladar La escuela de las mujeres al tono de las películas campiranas de los años 40), muy aparte de las feas morcillas y añadidos inútiles a El avaro, muestra a un director con un trazo muy plano y frontal; mucho me temo que perdimos a un excelente crítico para tener un deficiente creador artístico. Molière se sigue sosteniendo por sí mismo y no requiere de mayores adornos, como los absurdos que un grupo coahuilense dirigido por Marissa Vallejo endilgó a El médico a palos.
Casi todo apareció como teatro escolar o de aficionados, que sí lo fue la mala versión de La capitana Gazpacho, con alumnos de la Facultad de Teatro. Estuvo la mala lectura que el Laboratorio escénico de Veracruz hizo de El rey se muere, de Ionesco, la pésima adaptación que el sinaloense grupo Sin espacio hizo de Los náufragos de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, de Sanchiz Sinisterra. Pero lo verdaderamente indignante resultaron ser las Dos aventuras de neogóticas, de Alberto Miralle, que dirigió Eduardo Ruiz Saviñón, jurado artístico de la muestra, con la ARTEUV: indignante por el pésimo desempeño del director y de los actores de esta compañía estable que cada vez resulta más inoperante.
Incluso mucho de lo llevado del centro no era digno de una muestra. Habría que cambiar los métodos de selección, porque con el actual formato muchos muy buenos teatristas quedan fuera de los tiempos impuestos. Sería deseable una dirección artística que pudiese acudir a esos buenos teatristas para convocarlos, junto a lo bueno que haya aparecido en muestras regionales o en montajes de todo tipo, a acudir a lo que sí sería una verdadera fiesta del teatro y no un penoso y aburrido transcurrir de ineficiencias.