La Profepa ofreció entregarles tierras
y suspender órdenes de aprehensión
Desalojan en forma pacífica a choles de Lucio
Cabañas, en Montes Azules
Salen hoy, "o mañana entramos nosotros por ellos",
advirtieron lacandones a Campillo
ALONSO URRUTIA Y ROSA ROJAS ENVIADOS
Paraje Arroyo San Pablo, Chis., 19 de diciembre.
Con el hijo y la resignación a cuestas, Ana comenzó a recoger
sus escasas pertenencias. Silencioso, el pequeño grupo asentado
en este paraje levantaba el campamento enclavado en Montes Azules.
Otra vez a rodar en pos de la tierra, como en los últimos
cuatro años que han andado errantes buscando dónde sembrar.
Quizá sólo hay una diferencia: la promesa del procurador
ambiental, José Ignacio Campillo, de gestionarles, hasta lograrlo,
20 hectáreas de tierra.
Ana tiene 17 años y su hijo apenas cumplió
un mes. Nació en plena selva, cuando su grupo llegó a este
lugar, ubicado en la zona de reserva de la biosfera. Una acción
que le valió a su marido y los hombres que encabezan a 27 personas
-niños en su mayoría-, órdenes de aprehensión
por delincuencia ambiental y la ira de la comunidad lacandona por representar,
a decir de Chambor Kin, dirigente lacandón, una nueva invasión
a sus tierras que terminó por reventarles la paciencia.
Hasta
acá se presentó hoy Campillo y su gente de la Procuraduría
Federal de Protección al Ambiente (Profepa) a gestionar, en el último
intento de hacerlo por la vía pacífica, el desalojo de esta
pequeña comunidad chol, cuya permanencia en la zona se ha tragado
-en sólo dos meses- cuatro hectáreas de bosque para abrir
espacio a la siembra de maíz y frijol.
No tardó más de media hora para convencer
a Domingo Pérez, cabeza visible del grupo, de que no había
mas opción que salirse. Le habló de las órdenes de
aprehensión en su contra, del abandono de las mujeres y el cúmulo
de niños que hay en el grupo, lo que representaría su reclusión,
de la impaciencia lacandona y, finalmente, le ofreció gestionarle
tierra:
Veinte hectáreas, asistencia médica, residir
en un albergue hasta que les encuentren acomodo, suspender las órdenes
de aprehensión y mediar con el gobierno del estado para su reubicación.
Una discreta vigilancia del Grupo de Operaciones Especiales
(Gopes) de la Policía Federal Preventiva (PFP) -la elite de este
cuerpo- completaba el cuadro. No les tomó mucho tiempo para asumir
que no había ya de otra. Al mediodía, cargando ropa, gallinas
y perros salieron del lugar, junto con los gopes y el personal de
la Profepa.
Satisfecho por la gestión que impidió un
desalojo violento, Campillo reivindicó la defensa de la reserva,
pulmón fundamental del país, y adelantó que
en enero comenzará el desplazamiento de otras siete comunidades
que se asentaron en Montes Azules de 2000 a la fecha.
"Esperemos que todos los desalojos sean por esta vía,
porque es claro que no se permitirá la colonización de la
selva. Por ahora, aunque son pequeñas invasiones, la capacidad de
destrucción es grande y acelerada. Si dejamos crecer el problema,
al rato no habrá recursos que alcancen para desalojar."
La ira lacandona
La jornada no comenzó con buenos augurios. Apenas
llegaron al pequeño embarcadero para cruzar el río Lacantún,
un puñado de dirigentes lacandones empezó a desahogar su
ira sobre el procurador.
"¿A qué venir? -le soltó Chambor
Kin-. Si vienes a desalojar pasas, si vienes a negociar ya no pasas."
Sorprendido y cauteloso, Campillo trató de explicar
la necesidad de intentar, por última vez, el desalojo pacífico.
El coro de voces lacandonas comenzó a acosarlo
sobre la inutilidad de su política, lo absurdo que era, dijeron,
ser los defensores de la ley y no aplicarla.
"Permítanme ir a negociar con ellos...", respondió
Campillo.
"Nosotros somos de la tierra... A ver, ¿si invaden
tu casa vas a negociar?", terció Juan Chin Cayón.
"Pero si ya vienen los que tienen las armas (Gopes), úsalos
de una vez", habló Mario Chambor.
"Me preocupa la situación y quiero que se salgan,
igual que ustedes", respondió Campillo.
Poco a poco el reclamo lacandón fue subiendo de
tono hasta que le dijeron: "o los desalojas hoy, o mañana entramos
nosotros por ellos. Ya estamos hartos de la ley del caxlán, que
la tienen y no la aplican".
"Lo que quiero es que se aplique la ley. No quiero que
se enfrenten las comunidades", aseguró Campillo.
La tensión crecía. La exigencia de los lacandones
de que desalojaran por la fuerza prácticamente cercó al procurador
ambiental, hasta que alguien de su personal en la zona pidió un
plazo de sólo cuatro horas, no más, para hablar con los choles
y conminarlos a salir.
Así se abrió el espacio para negociar con
los choles. Seis lanchas trasladaron al procurador y a su personal al paraje,
con la inseparable vigilancia de los gopes.
Navegaron 20 minutos por el río Lacantún
hasta encontrar un lugar donde una estrecha vereda lleva al asentamiento
irregular rebautizado como Lucio Cabañas.
Las precauciones policiacas pronto se hicieron inútiles.
No hubo resistencia al diálogo ni al desalojo.
En medio de las negociaciones, algunas mujeres se dieron
tiempo para contar sus desventuras. Adriana narró que llegaron desde
el municipio Marqués de Comillas, donde vivieron 15 años,
y que el asesinato de una de sus compañeras, en 1998, producto de
sus diferencias con miembros del Movimiento Campesino Regional Independiente,
fue el inicio de su peregrinar en busca de tierra para sembrar, para vivir.
Vivieron un año en el poblado de Absalón
Castellanos, donde rentaron tierra para cultivar. Otros tres en la comunidad
de Aguadulce, donde las "envidias" de los pobladores originales terminaron
por expulsarlos, y su llegada a este paraje prohibido.
El asentamiento es un improvisado campamento. Pero no
es esto lo que preocupa a la Profepa, sino los árboles talados para
sembrar maíz y frijol, una siembra que no mitiga su pobreza, pero
sí destruye la selva. Además de que sobrevivir en esta región
implicaría la caza de cuanto animal puedan comer. Y en esa lista
hay tapires -en riesgo de extinción-, tepecoxcuintles, tortugas
blancas... En fin, algo que para la Profepa es imperativo preservar.
Los primeros días fueron difíciles, dijo
Mateo Pérez, hijo de Domingo, pero al paso del tiempo, con la siembra,
se fueron mitigando las dificultades. Eso sí, juró, "nunca
cazaron animales".
Junto a él. Contemplando la escena y sin pronunciar
palabra, estaba don Mateo, quien tiene 90 años y sigue dando tumbos
por la tierra. Su hijo, Domingo, ofreció más detalles de
la negociación: les pagarán las 15 toneladas de maíz
que sembraron en dos meses a dos pesos el kilo, pero hay reticencia a pagarles
el frijol.
Irán de inmediato a un albergue, pero en las negociaciones
por la tierra con el gobierno del estado mediarán "los derechos
humanos".
Mientras la comunidad se aprestaba a salir del lugar,
Campillo lamentó las precarias condiciones de este grupo de choles,
de su miseria y abandono, y dijo que espera que puedan atemperarse cuando
les entreguen la tierra.
Sin cruzar palabra, el grupo de choles retomó la
vereda que los trajo hasta acá. Minutos después,varios marinos
llegaron al lugar para resguardarlo.