VOCES DE GUERRA DESDE WASHINGTON
Tras
las declaraciones formuladas ayer por los funcionarios estadunidenses Colin
Powell, secretario de Estado, y John Negroponte, embajador ante Naciones
Unidas, parece claro que Washington ha decidido preparar el terreno legal
para proceder militarmente contra Irak como la siguiente fase de su descabellada
"estrategia antiterrorista". Powell y Negroponte anunciaron que la declaración
iraquí sobre su programa de armas de destrucción masiva,
elaborada tras la misión de los inspectores de la ONU a Irak, implica
una "violación sustancial" de la resolución 1441 ya que,
a su juicio, tal documento no es sino un "patrón de mentiras". La
descalificación estadunidense del reporte del gobierno de Saddam
Hussein va incluso más allá de la evaluación del jefe
de los inspectores de la ONU, Hans Blix -que halló inconsistencias
en el documento- y del Consejo de Seguridad, pues ninguno de sus miembros
(salvo Estados Unidos) denunció datos que comprueben tales "violaciones
sustanciales" de parte de Irak. Incluso el gobierno de la Gran Bretaña,
hasta ahora aliado incondicional de Washington, prefirió actuar
con mesura y señaló que no identificó irregularidades
severas, aunque sí encontró incompleta la declaración
iraquí.
Empero, ni Powell ni Negroponte señalaron en qué
consisten las supuestas violaciones del régimen de Hussein ni, por
supuesto, han hecho del conocimiento público el contenido del informe
a fin de que la comunidad internacional se entere de su contenido y de
sus eventuales lagunas. La falta de transparencia en este caso, situación
a la que incluso han estado sometidos los miembros no permanentes del Consejo
de Seguridad, deja entrever que la posición de Washington no es
sino una artimaña legaloide para justificar su ansiada campaña
bélica contra Hussein, motivada mucho más en intereses geopolíticos
y económicos que en el combate al terrorismo internacional.
Es relevante que Blix y el jefe de la división
de vigilancia nuclear de la ONU, Mohamed El Baradei, hayan indicado que
el informe de Irak contenía escasa información nueva, circunstancia
que puede indicar tanto el ocultamiento iraquí de sus programas
armamentistas como el que tales arsenales son plenamente conocidos, y por
tanto, no constituyen amenaza ni violación a la resolución
1441 de la ONU.
Sea como fuere, resulta previsible que Estados Unidos
y, eventualmente, su aliado británico se empeñen en denunciar
o magnificar cualquier resquicio o sospecha para avalar una respuesta militar
contra Bagdad, sea ésta unilateral o autorizada por la ONU, aunque
hasta el momento no existe fundamento para que el organismo internacional
apruebe tal acción. La guerra contra Irak es, dentro de los planes
del gobierno de Bush, el instrumento clave para catalizar la desmejorada
economía estadunidense y para apuntalar, a los ojos de sus ciudadanos,
su imagen política. Por añadidura, en un contexto internacional
inestable, la instalación de un régimen títere en
Bagdad permitiría a Washington fortalecer su dominio sobre los yacimientos
petroleros de Medio Oriente (caso similar al de Afganistán, llave
para acceder a la riqueza energética de Asia central) y, con ello,
prevenir que futuros conflictos o regímenes contestatarios puedan
afectar la hegemonía estadunidense.
Con todo, más allá del resultado de los
informes sobre el arsenal de Saddam Hussein y del empecinamiento militar
de Washington, lo cierto es que el pueblo iraquí es la víctima
en la que nadie parece reparar. Tras más de 10 años de bloqueo,
sólo una decidida acción internacional en solidaridad con
los millones de iraquíes, oprimidos a la par por su gobierno y por
las grandes potencias, podrá prevenir un desastre mayúsculo
en términos humanitarios, inquietante posibilidad que una invasión
sólo conseguirá acelerar.