José Cueli
šQué trincherazo!
Penetrar en la esencia del toreo de Joselito equivale a entrar lentamente en algo mágico; primero aparecen imágenes borrosas, hasta que la retina se llena de colores -azul y rojo- y va logrando que el forzado órgano de la visión destaque formas en el colorido y las distinga y se envuelva en el toreo exquisito del madrileño, que cobró la personalidad de los artistas con sello propio. Lances desmayando los brazos y las manos muy bajas. Lances que llevaban la marca de los diestros madrileños, verticales, llenos de empaque, hondura y torería, rematados con media verónica escultural. Lances que hacían surgir las fantasías toreras, desbordadas de este José y fueron el preludio de un inicio de faena lleno de verdad, en el que destacó un trincherazo que fue la suma del toreo clásico; es decir, el perfecto, el acabado, el bien hecho, que ahí queda.
Toreo perfeccionista que limitaba la delirante fantasía, expresada en la seriedad y severidad del diestro. Aun en esas chicuelinas muy naturales en la que otra vez el toro venía muy toreado y rematadas con el manguerazo de Villalta, capricho giratorio del torero. Lástima que el toro se vino abajo, y fue despachado de una estocada en todo lo alto, que levantó la tarde, hasta ese momento (quinto toro) de bostezo, debido, entre otros factores, una vez más, a los toros.
Esta tarde, los de la ganadería debutante de Santa Barbara, resultaron mansos, abantos con los caballos, recibiendo un puyacito por toro, a más de disparejos de presentación, con un séptimo de regalo, novillito bombón y planeador con el que Jorge Gutiérrez jugó al toro en suavidad aterciopelada, en pases y más pases sueltos, antes de pinchar y pinchar. De todos modos salimos de la plaza toreando. šQué trincherazo el de José!