Luis Hernández Navarro
Pacto rural: lágrimas y risas
Como van las cosas, la Convención Nacional de Desarrollo
Rural -a la que el gobierno federal y algunas organizaciones campesinas
han citado para el 5 de febrero, con el propósito de firmar un acuerdo
nacional para el campo y replantear la política agraria- está
condenada a ser una nueva simulación en el establecimiento de una
relación distinta entre Estado y sociedad rural.
El viejo pacto entre Estado y campesinos formulado durante
el cardenismo tuvo como elemento central la reforma agraria. Los agraristas
apoyaron a los gobiernos de la Revolución Mexicana y éstos
les dieron tierra. El salinismo trató de reformular ese acuerdo
ofreciendo el fin de la vieja tutela estatal y derrama económica
a cambio de que las dirigencias campesinas avalaran las contrarreformas
al artículo 27 constitucional y la firma del Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN). Su éxito a corto plazo terminó
convertido en un fracaso estrepitoso.
¿Qué ofrece Vicente Fox a los campesinos
mexicanos para que se sumen a su pacto? Hasta hoy, la visión que
tiene su administración sobre las políticas que se requiere
implementar en el campo mexicano está absolutamente desfasada de
las necesidades y el sentir de los pequeños agricultores. Esta visión
mezcla tres elementos centrales: la continuidad de las políticas
agropecuarias surgidas durante el salinismo, la apología del empresariado
como sujeto del desarrollo rural, y la filantropía empresarial (proveniente
de la Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural) que hace del
microcrédito y el impulso del sector exitoso al marginado la piedra
angular para alcanzar la prosperidad.
Más allá de las contradictorias declaraciones
que los funcionarios responsables de la política agropecuaria han
hecho durante estos últimos dos años, la propuesta gubernamental
hacia el campo está contenida en el Programa Sectorial de Agricultura,
Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación 2001-2006.
Se trata de un documento de 135 páginas, más tres anexos,
en el que se elabora un análisis del sector, se explica el desafío
que enfrenta, se desglosan los programas de acuacultura y pesca, agrícola,
pecuario y los relacionados con la alimentación, y se resumen las
conclusiones en un epílogo.
Según dice el jefe del Ejecutivo en el mensaje
que presenta el texto: "Nuestra prioridad indiscutible es la superación,
capacitación y el desarrollo de capital humano, si queremos tener
un campo fuerte y competitivo". De acuerdo con el programa, los puntos
sensibles identificados que la Secretaría de Agricultura debe atacar
y resolver de manera prioritaria son dos: a) la falta de una visión
empresarial en una gran parte de los productores del campo, y b) el estímulo
a la creación de organizaciones orientadas a satisfacer las necesidades
del mercado interno que, simultáneamente, hagan uso de las ventajas
comparativas en el mercado externo.
El documento no tiene prácticamente referencias
a los problemas que se desprenden de la apertura comercial y del TLCAN.
Y, en las pocas ocasiones en las que se refiere al asunto, se limita a
resaltar sus ventajas y a omitir sus dificultades. Señala así:
"El proceso de globalización y apertura comercial significa un conjunto
de retos, de oportunidades y de desarrollo potencial que deben ser considerados
en las políticas públicas para promover nuestras fortalezas
y atender nuestras asimetrías". Asimismo, sujeta el desarrollo del
sector a las variables macroeconómicas y sacrifica la soberanía
alimentaria. El programa establece con toda claridad que "en este contexto,
la política macroeconómica y el objetivo de crecimiento con
calidad determinan y condicionan la política de fomento sectorial".
Más allá de la retórica sobre la
formación de capital humano y la promoción de habilidades
empresariales, la administración foxista ha dado continuidad a los
programas de gobierno surgidos con Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, limitándose
a cambiarles de nombre o a hacer pequeñas modificaciones en su funcionamiento.
Es así como Procampo, Acerca, Alianza para el Campo o Procede siguen
funcionando, en la mayoría de los casos rebautizados, pero con el
mismo sesgo en favor de los grandes agricultores que, en su mayoría,
siempre han tenido.
Con esta visión y estas políticas hablar
del establecimiento de un nuevo pacto entre Estado y movimiento campesino
es pura demagogia. Pretender establecer un acuerdo de largo plazo entre
productores y gobierno federal sobre la oferta de los funcionarios públicos
de ayudar a generar nuevas oportunidades de empleo no tiene seriedad alguna.
No puede firmarse ningún pacto serio entre Estado
y campesinos si no se modifican las políticas que dañan a
la sociedad rural: la falta de rentabilidad de sus productos, la apertura
comercial prácticamente indiscriminada sin políticas de compensación
y reconversión; el desmantelamiento de la intervención estatal
para garantizar la certidumbre productiva; la carencia de recursos fiscales
suficientes para el sector; la prioridad dada a los objetivos macroeconómicos
por sobre la necesidad de preservar la soberanía alimentaria, y
la prevalencia de acciones de gobierno con un fuerte sesgo antirrural y
anticampesino.
¿Cuál es el corazón de la propuesta
de nueva relación que Vicente Fox ofrece a la sociedad rural? ¿Convertir
a los campesinos en prósperos empresarios? ¿Promover la formación
de recursos humanos? ¿No modificar el capítulo agropecuario
del TLCAN? Si es así, entonces la respuesta a la iniciativa de firmar
un nuevo pacto sólo puede ser una: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!