Hubo otro 11 de septiembre en Chile y fue provocado
por EU, recuerda el escritor
Bush utiliza los atentados para justificar su política
agresiva: Ariel Dorfman
El golpe pinochetista con apoyo estadunidense "derritió"
un proyecto democrático, afirma
JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Washington y Nueva York, 4 de enero. El "11 de
septiembre" se convirtió a lo largo de 2002 en la justificación
de toda la política estadunidense: desde nuevas medidas de control
interno a los preparativos para una acción bélica contra
Irak dentro del esquema de "guerra contra el terrorismo", de duración
indeterminada.
Así, esa fecha se convierte en un momento que está
en el centro del debate político nacional e internacional: el futuro
inmediato del planeta parece girar en torno a esa fecha y el año
nuevo promete más secuelas del 11 de septiembre. Pero esa fecha
tiene más que un solo significado para el mundo, afirma el escritor
Ariel Dorfman.
"Si los estadunidenses hubieran podido tomar conciencia
del otro 11 de septiembre hace poco más de 29 años, es muy
posible que este sería otro planeta", comenta Dorfman, al hablar
del doble aniversario marcado con esa fecha.
Dorfman, profesor de la Universidad de Duke, agreg: "Nuestro
11 de septiembre, el chileno, es el símbolo de muchos otros 11 de
septiembre. No todos esos 11 de septiembre son resultado de una intervención
estadunidense, como el de nosotros."
Lo que ocurrió con los atentados en Nueva York
y Washington, señala Dorfman, es que por primera vez los estadunidenses
viven las consecuencias de "un terror injusto, como todo terrorismo", en
su propio país, y como todos los otros que han sufrido eso "tampoco
se lo merecen".
Agrega: "Esa experiencia puede servir... o era mi esperanza
que iba a servir para que este pueblo creciera en compasión, en
apertura al mundo, en comprensión y empatía hacia los demás".
Esta condición de "precariedad", añade,
provoca diversas respuestas. "Lo que les está pasando a los estadunidenses
no es algo inusual en el historia humana", indica al referirse a la tendencia
de responder con lo mismo al atacante.
Pero es diferente, ya que "es la primera vez que a un
poder mundial, y éste es el más grande de todos, le sucede
algo como esto, que haya recibido este tipo de agresión contra un
gigante".
Dorfman, quien presentó dos nuevos li-bros en 2002
-Más allá del miedo: el largo adiós a Pinochet,
y uno de poesía-, señala que se presenta el 11 de septiembre
estadunidense como si fuera algo mayor que el 11 de septiembre chileno.
"Cuando algo le ocurre a Estados Unidos, afecta a todo
el mundo; mientras que cuando le ocurre a Chile, supuestamente afecta sólo
los chilenos, y solamente a algunos." Y considera: "Está claro que
el 11 de septiembre (estadunidense) se ha devorado al 11 de septiembre
chileno".
Ataque contra la libertad
El
golpe de Estado en Chile, estima Dorfman, debe entenderse tanto hoy como
en su momento como la destrucción, algo que "fue derretido en el
terror", de un proyecto de cambio social y estructural en América
Latina que 30 años después se sigue necesitando tanto, y
señala como prueba de esto las estadísticas más recientes
del Banco Mundial, que afirman que las condiciones sociales de América
Latina están peor ahora que hace tres décadas.
"La verdad es que yo creo que el 11 de septiembre chileno,
en forma metafórica, afecta a toda la humanidad. Es el final de
un proceso que buscaba la justicia social a través de medios democráticos",
recuerda.
Al mismo tiempo, Dorfman subraya que cuando se expresa
en Estados Unidos que este ataque fue contra "la libertad", aunque es irónico
que este superpoder lo diga dada su propia historia de agresiones contra
otros países, también es real. "Claro que es un ataque contra
todos, un atentado contra la humanidad", dice el intelectual chileno.
"Lo que pasa es que la retórica oficial se ha apropiado
de esa 'libertad' y la ha redefinido como solamente la libertad estadunidense
y de ningún otro pueblo." Aquí, aña-de, hay un peligro,
ya que esta apropiación se presta a un atentado contra la libertad
y el diálogo en todas partes.
Explica: "Yo detesto mucho más a Saddam Hussein
que al presidente George W. Bush... no tuve nada que ver, como sí
Estados Unidos, en armar al régimen talibán ni a Osama Bin
Laden. Pero es de suponer que porque que soy crítico de esta postura
respecto de Irak o Afganistán, o a lo que Washington desea hacer,
soy automáticamente enemigo de la libertad".
"¿Eso es irónico, no?", dice, y agrega que
"desafortunadamente tengo la impresión de que Bush tiene gran sentido
del humor pero muy poco sentido irónico".
El atentado, consideró Dorfman, "vuelve (a Estados
Unidos) 'inocente' de nuevo, después de décadas de ambigüedad
creada por la derrota en Vietnam. Lo que está pa-sando es que el
pueblo estadunidense vuelve a sentirse víctima de veras por primera
vez desde Pearl Harbor... ya que esto ocurrió en el corazón
de este país y fueron atacados los símbolos más importantes".
Y abre un paréntesis: "Nueva York nos pertenece
a todos, y este atentado fue contra un símbolo que es de todos".
Pero Estados Unidos, afirma, está en-trando en
una dinámica que se define con la premisa de que por lo grave de
este ataque y "por hacerse la víctima" se justifica toda respuesta.
"Yo conozco la trampa que existe dentro de todo esto", advierte.
"Cuando a nosotros nos hacen algo muy terrible, automáticamente
suponemos que tenemos el derecho de responder de la misma manera; eso,
para mí, es una gran trampa", dice.
Explica que éste ha sido uno de los temas centrales
de toda su obra: "Uno no debe olvidar el pasado pero tampoco puede vivir
en función de ser víctima, porque entonces no se ve a sí
mismo", y esto esta ocurriendo con Estados Unidos.
Dorfman afirma que durante años la cúpula
de este país ha buscado superar una gran desaventura histórica:
"En Vietnam el mundo logró decirles a Estados Unidos: ustedes no
son invencibles y además no son buenos. El problema central para
la política exterior de Estados Unidos durante 30 años ha
sido éste, y ha buscado limpiar Vietnam de la conciencia del pueblo
estadunidense. Este atentado lo logró".
Pero, recomienda, lo que se necesita es hacerles "recordar
el pasado estadunidense para que entiendan que tal como ellos son víctimas
hoy de un atentado, que yo y tantos otros repudiamos, también han
sido, de otra manera por cierto, no de esta manera, responsables de otros
tipos de atentados".
El escritor dice que hay que "invitar al estadunidense"
a que se junte con "nosotros en las calles de la humanidad".
-¿Cómo deberían responder los latinoamericanos
a todo esto?
-A corto plazo es difícil -responde Dorfman-, ya
que cuando un gigante herido siente eso, rara vez se pone a dialogar.
Se necesita ver esto a largo plazo, añade. Por
ahora, el gobierno estadunidense ha declarado que es una guerra entre la
"civilización" , ellos, y la barbarie, todos los que no estén
de acuerdo. "Los latinoamericanos tenemos algo que ofrecer a los estadunidenses",
comenta.
"Cuando se dice que la civilización es Estados
Unidos y su mercado globalizador, porque eso es lo que se está diciendo
-continúa-, no la democracia, sino sólo en cuanto ésta
sirve a ese mercado globalizador. Porque cuando la democracia en Chile
no sirvió a ese mercado globalizador, los políticos estadunidenses
no tuvieron ningún problema en destruirla", asegura.
Mercado globalizador antibarbarie
Esa idea de civilización "como mercado globalizador
contra la barbarie, como fundamentalismo islámico o de otros tipos...
Cuando se hace esa dicotomía como la central de la historia, podemos
responder, y con nosotros muchos otros pueblos del mundo, que el problema
central de la historia contemporánea no es ese".
El debate sobre este punto, destaca, se había desarrollado
ampliamente antes del 11 de septiembre en torno a la llamada "globalización",
y sobre quién participa y cómo en esta dinámica. En
el interior, afirma, se realiza un debate central sobre la llamada "modernización"
y cómo en nuestros países eso es imposible sin "la participación
de las sabidurías ancestrales".
Y agrega: "no estoy en la posición de una ideologización
utópica del pasado, porque sería absurdo decir que nuestros
pueblos estaban mejor sin luz, teléfonos, agua potable etcétera,
pero también es clave entender que hoy necesitamos utilizar nuestros
celulares para escuchar esta sabiduría antigua".
Este punto es clave ante la insistencia de las cúpulas
en descalificar todo lo que ellos han decidido que son cosas del pasado,
de hecho incluyendo el Islam, los conocimientos indígenas, etcétera.
"Ahora está planteándose que la globalización
solamente puede existir en la forma en que los estadunidenses se la han
planteado", y añade que esto implica el mercado ante todo, antes
que la democracia, como lo demostró el caso de Chile en 1973.
Así, Dorfman recomienda que los países latinoamericanos
deberían revertir el lema de Teddy Roosevelt para abordar esta co-yuntura
con Estados Unidos y "guardar los garrotes y hablar más fuerte".
¿Y que deberían entender los latinoamericanos
de lo que pasa con el pueblo estadunidense en este momento?
Es importante, responde, dar a conocer que aquí
"hay gran cantidad de personas que no se registran en las encuestas y que
no desean otro Vietnam en Irak".
En otro frente, agrega, también hay una lucha,
parte de la tradición estadunidense, por la defensa de la libertad,
no retórica, sino real, ante las nuevas medidas internas en este
país, que buscan reducir y hasta privar las libertades civiles.
Ante todo lo que se está atestiguando en este país,
Ariel Dorfman concluye: "Yo soy optimista trágico, utilizando la
frase de Umberto Eco".