Luis González Souza
Canciller sin gloria y con mucha pena
Sin pena ni gloria suele decirse de las gestiones grises,
pero aquí habrá que inventar un nuevo color, acaso una variante
del negro. Sin gloria y con mucha pena es la calificación que, a
nuestro juicio, merece la gestión del renunciante canciller Jorge
G. Castañeda, también seguramente recordado por los historiadores
venideros como el hombre de Washington en el gabinete de Vicente Fox.
No nos interesa que haya revisado a Freud (ahora se dice
que existen el ego, el superego y Castañeda). Es decir, no nos interesan
las características personales del (ex) canciller, nos interesa
analizar e inclusive enjuiciar sus actos al frente de la cancillería
de nuestro país.
El (ex) canciller Castañeda no sólo desvirtuó
las mejores tradiciones históricas de nuestra política exterior
ni solamente las debilitó; literalmente las sepultó.
Con él, México se quedó sin política
exterior -ni buena ni mala- precisamente cuando el hombre de Washington
ofreció a George W. Bush un apoyo "incondicional y hasta lo último"
para su nueva travesura belicista dizque "contra el terrorismo". Lo dijimos
en su momento; ni los siervos ofrecen ese tipo de apoyo, sólo lo
ofrecen a cambio de un jornal o de una vivienda. Pero al hombre de marras
le pareció poco asumir una actitud servil, se sintió animado
o "instruccionado" para ofrecer dicho apoyo. Lo malo es que siempre lo
hizo en nombre de todo México, sin consulta ni contemplación
alguna al letal daño para la dignidad nacional. Tan sólo
por eso, es que la de Castañeda junior es la crónica
de una renuncia largamente anunciada, parafraseando al gran Gabo.
Castañeda padre, un canciller verdaderamente digno
del nombre, seguramente ahora mismo se está retorciendo en la tumba
al ver los desvaríos de su vástago. Ningún hombre
de Estado en México puede conducirse con una actitud tan entreguista
hacia Estados Unidos. Si al gobierno de esta nación, peor aún,
a un gobierno como el de Bush junior le ofrecemos un apoyo incondicional,
ya no resta sino hacer las antesalas del caso para ver cuándo dicho
gobierno se digna a abrirnos las puertas y escucharnos. No por casualidad,
después del montaje del 11 de septiembre de 2001, el cacareado acuerdo
migratorio al que tanto apostó Castañeda junior quedó
reducido a cenizas y sólo incluyó, si acaso, la visas (a
la Casa Blanca y hasta Disneylandia) de Fox, Martita y hasta el propio
Castañeda.
Ya lo han dicho o lo han experimentado grandes celebridades
de nuestro país, desde Isidro Favela hasta Castañeda padre,
pasando por Luis Padilla Nervo y Carlos Fuentes: un país como México,
por razones tanto geopolíticas como históricas, no puede
darse el lujo de diseñar su política exterior al margen de
Estados Unidos, ni puede darse el lujo de asumir posiciones timoratas o
serviles ante la gran potencia. Esa es una enseñanza elemental de
nuestra historia y de nuestra diplomacia más digna. Quien se atreva
a desdeñarla o a actuar en sentido inverso, sea Castañeda
junior o quien sea, tarde o temprano amanecerá en el panteón
de los diferentes tonos de gris.
Otra insoslayable enseñanza histórica es
que la libre autodeterminación, no sólo de las naciones sino
de los pueblos mismos, ha sido, es y será la piedra angular de las
más dignas tradiciones de nuestra política exterior. Y es
que México, de no haber defendido perseverantemente dicho principio,
simplemente hoy no sería México. La libre autodeterminación
es más que un acto de legítima defensa, es uno de elemental
sobrevivencia. Pues bien, el mentado canciller tuvo a mal, entre muchos
otros desatinos, hacer añicos el principio de la libre autodeterminación
y a la propia doctrina Estrada: desde el insolente trato al presidente
de Cuba alrededor de la cumbre de Monterrey hasta la virtual ruptura de
relaciones con dicha nación hermana, pasando por las aversiones
bushiano-castañedistas hacia el régimen de Hugo Chávez
en Venezuela. De ese tamaño fueron los desprecios del (ex) canciller
mexicano hacia dicho principio, de ese tamaño son los daños
infligidos al proyecto nacional de México, cualquiera que éste
sea. Sólo esperamos que sean daños reparables.
Reparar los daños no será fácil,
ni queremos hacerla de bomberos. Pero seguramente la agenda venidera pasa
por las siguientes pautas elementales: 1) reasumir una posición
tan autónoma como digna frente a Estados Unidos; 2) entender de
una vez por todas y actuar en consecuencia que nuestra plataforma fundamental
para operar frente al extranjero es nuestra América, es decir, la
América Latina; 3) empujar en serio una política de diversificación
de relaciones, pero siempre sobre bases equitativas y de respeto mutuo
hacia Africa, Europa, Asia y Oceanía y por supuesto América
y, 4) cancelar el virtual estado de terror que Castañeda junior
ha instaurado en la base de operaciones de cualquier política
exterior, es decir, la cancillería.
Si ello resulta mucho pedir entonces significará
quizás que el dizque nuevo gobierno de Fox ni siquiera tiene un
proyecto nacional que defender. Si resultara así, entonces se lo
pediremos a los Reyes Magos aunque sea un tanto a destiempo.