Manuel Vázquez Montalbán
El misterio sicoanalítico de Aznar
En un momento de optimismo bioesférico, el ministro español Rajoy, hombre singular al que los gruesos cristales de sus gafas aportan distancias oceánicas, habló de esos hilillos de fuel que se escapan del Prestige y más de un mirón histórico ha comparado la banalización descriptiva del superministro con aquel famoso bichito al que el ministro de UCD Sancho Rof reducía el tamaño del causante del envenenamiento masivo con aceite de colza. El bichito del uno y el hilito del otro merecen en cualquier caso un lugar de excepción en la historia de los diminutivos, si es que la hubiere o en la disminución de la historia, que la hay.
Hete aquí que ya en 2003 no pasa día sin foto de desfuelizadores de Galicia, aplicados trabajadores ecológicos que se enfrentan a las tres o cuatro o cinco mareas negras si es necesario con sus manos y con la mala lecha puesta, como bayoneta calada, porque insisten en que las autoridades e instituciones implicadas ni estuvieron ni están a la altura de las circunstancias. No bien detectada y sitiada, en lo posible, una marea negra, los hilitos que salen del Prestige envían otra y a este paso los soldados romanos gallegos que contribuyen a la celebración de la Semana Santa en el Finisterre, se van a tener que meter en el agua de la Costa de la Muerte y a lanzazo limpio dar réplica a la que ya por entonces será décima marea negra. Y si hasta ahora era Galicia la atacada y el Cantábrico español el que esperaba los flecos del fuel, de pronto los vientos se tornan proyecto de armada invencible y se van por las costas francesas y portuguesas, donde los mariscos ya están a medio luto y comienzan a circular prohibiciones de su consumo.
šRusia es culpable!, proclamaba el ministro y cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, para justificar el envío de la División Azul como aliada de los nazis contra la URSS. šEspaña es culpable! Así se pronuncian portugueses y franceses por cuanto asumen que las mareas negras son consecuencia del error de haber hundido el barco en un punto no consensuado y al parecer escogido un punto ideal para que su mercancía funesta llegue al mayor número de costas posibles. Lejos de suponer esta medida rasgo de generosidad o de solidaridad, franceses y portugueses van a querellarse si la marea negra consuma su amenaza y van a hacerlo no sólo contra los propietarios del barco o los propietarios de la carga o los que le pusieron la bandera de Panamá. Van a querellarse también contra el gobierno español por haber demostrado tener escaso conocimiento de mareas negras. Tan poco se sabe que no se sabe ni qué hacer con el Prestige, si sellarle los agujeritos por donde le salen los hilitos o sacarle el fuel cueste lo que cueste y quede el que quede, porque este barco tiene alma de petrolero y cumple su misión de descargar el fuel, quieran o no quieran y caiga quien caiga.
Todas las dudas sobre lo que se ha hecho y todas las ignorancias sobre lo que hay que hacer no han impedido que un juez haya decretado que continúe en prisión sin fianza el capitán del barco, logro moral menor en una situación en la que el trabajo de los gallegos y del voluntariado que llega de toda España ha dado una dimensión ejemplar al sentido de la palabra solidaridad. La prisión del ya muy curtido capitán aparece como una compensación emocional que no puede calibrar la real responsabilidad de un mandato que en su momento no estuvo de acuerdo con la decisión de alejar el Prestige porque, lo dijo, será peor el remedio que la enfermedad. Para eso están los capitanes. Para hundirse con sus barcos, aunque también al excesivo prisionero se le han abierto grietas y por ellas salen hilitos de crítica contra las decisiones técnicas que consiguieron transformar un peligro en un punto concreto y aislable, en una amenaza oceánica que va ampliando su capacidad de cerco. De aislar y rodear a la marea negra se ha pasado a que sea ella la que ponga en estado de sitio a pescados y mariscos y como consecuencia a todos los que viven de ellos.
La marea gallega no sólo ha sitiado pescados y mariscos, sino también al gobierno del PP, y muy especialmente a su presidente, José María Aznar, que se ha convertido en un caso clínico destinado a ocupar un espacio en todas las revistas sicoanalíticas del mundo. El horror que a don José María le inspira esa masa negruzca, viscosa, envolvente, plantea alguna asociación de ideas o de imágenes con algo que tuvo efectos traumáticos en la infancia del jefe de gobierno. Tal vez un chicle que se le pegó a la culera del pantalón o un plato de chipirones en su tinta que alguien precipitó sobre un adolescente sensible que no esperaba tamaña agresión. Porque a echarle un vistazo a la marea negra ha ido casi todo el que cuenta políticamente en España y en cambio Aznar prefiere irse al Irak a ver cómo pescan los misiles inteligentes de Bush y su lobby.